Volver a empezar

Ellas en primer plano

El 8 de marzo las protagonistas son ellas, las mujeres que no se rinden, que superan adversidades y siguen hacia adelante
La árbitra María López
photo_camera La árbitra María López

El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es una jornada para reivindicar a las mujeres que luchan por ser reconocidas igual que los hombres, que hacen malabares para conseguir que todos los aspectos de su vida estén en sintonía y que superan todos los retos.

Conciliar vida familiar y personal es uno de los grandes retos a los que se enfrentan las mujeres hoy en día, y la dificultad para cuidar de los hijos o personas dependientes y mantener una carrera profesional hace que sean muchas las que se ven obligadas a elegir. Es el caso de la lucense Gádor Souto, que durante los primeros años de vida de sus hijos se apoyó en su madre para compaginar ambas facetas, y que no dudó en aparcar su carrera para luchar a su lado cuando hace poco más de un año le diagnosticaron un cáncer de páncreas.

Como muchas mujeres de su generación, María López lucha por hacerse un hueco en un ámbito profesional que todavía se juega en clave masculina. Esta pontevedresa es una de las pocas árbitras federadas en Galicia, y cada día se gana el respeto de sus compañeros en el terreno de juego con profesionalidad y entusiasmo.

La de Araceli Oubiña, logopeda cambadesa de 48 años, es una historia de superación y toda una lección de vida. Ella, junto a cuatro compañeras afectadas de cáncer de mama, demostró que hasta los retos más difíciles se pueden conseguir y pisó el techo de África: la cima del Kilimanjaro. Hoy, cinco meses después, ha vuelto al trabajo y a la rutina, dispuesta a disfrutar de todo lo que el presente le regale.

Vida, natural de Ghana, Mina y Naima, ambas de Marruecos, también superaron un reto: empezar una nueva vida en un país muy diferente a los suyos. Superados los problemas de adaptación y pese a las dificultades que se han ido encontrando en el camino, no bajan los brazos y siguen luchando por un futuro mejor para los suyos.

Araceli Oubiña: "Co cancro e no monte hai que superar etapas"
El 29 de septiembre de 2015,   la cambadesa Araceli Oubiña coronaba el monte Kilimanjaro (Tanzania) junto a otras cuatro compañeras de aventura -Eva García, María Barrabés, Carmen González-Meneses y Rosa Fernández-. Allí, en la cima de África, a 5.895 metros sobre el nivel del mar, esta logopeda de 48 años vio algo más que un amanecer "precioso e inolvidable". "Vin o final dun obxectivo, que era demostrarme a min mesma que podía chegar ata aí", cuenta Araceli sin ocultar la emoción. Y es que no solo dejaba atrás siete días de ascención cargados de diversión pero también de sufrimiento -la falta de oxígeno casi le hace tirar la toalla-, sino que en la mochila, al igual que sus compañeras, también cargaba con un año y medio de lucha contra un cáncer de mama que rodeó su vida de incertidumbre.

Todo comenzó en marzo de 2014, cuando le fue diagnosticada la enfermedad. "Cando mo dixeron estiven en shock durante un par de horas", cuenta. Tras darse "de golpe contra a realidade", contactó con un psicólogo. "Tiña medo de non saber enfrontarme ben á situación. Traballando neste medio sei moitas cousas -Araceli trata a enfermos de cáncer en el Hospital Provincial de Pontevedra-, pero cando un o sofre é diferente".

"Por que me toca a min?" fue la primera e inevitable pregunta que se hizo Araceli. "Logo pola cabeza pásache de todo: a morte, canto vai durar isto, volverei traballar...".

PROCESO LARGO. Se trata de un proceso "demasiado" largo en el que "intentas pasar as etapas o máis rápido posible, pero se esas etapas duran máis do previsto parece que se che acaba o mundo". 


Araceli, que antes de que le fuera diagnosticado el cáncer, ya había sido sometida a una histerectomía, fue quemando etapas: primero, la cirugía, el 23 de abril de 2014, "a data que me quedou gravada"; 15 días más tarde, otra intervención porque la herida no cerraba; después, seis meses de quimioterapia; luego, radioterapia... "É longo, pero todas sabemos que o final está aí".

Como buena deportista -además de aficionada a la montaña es baloncestista-, fue entrenando para cada una de las etapas. "Para a caída do cabelo, antes de empezar coa quimio a perruqueira foime rebaixando o pelo cada semana", cuenta. El yoga, el chi kung, la escritura y, sobre todo, las largas caminatas -tres al díahicieron el resto. 

Por eso, cuando se le presentó la oportunidad de participar en el Reto Pelayo Vida, una iniciativa de la firma Trexexploring amparada por la Asociación Española Contra el Cáncer, no lo dudó: "A enfermidade quítache o medo -dice con humor-. O obxectivo era gozar da experiencia e demostrar que se poden facer moitas cousas estando nunha situación como esta". Y el objetivo lo consiguieron con creces. "Foi unha experiencia vital para as cinco. Neses sete días pasas por todo tipo de pensamentos, porque subir unha montaña é como unha enfermidade. Tes que ir superando
etapas. A min tivéronme que esperar. Cheguei máis tarde, pero cheguei", subraya. 

De vuelta al trabajo desde noviembre, Araceli no olvida nada de lo aprendido. "Vexo as cousas máis a curto prazo e intento gozar do que me aparece por diante. Non o deixo pasar". Además de insistir en la prevención, a las mujeres que estén pasando por una situación similar les traslada un mensaje "de vida y de esperanza": "Que non se queden na casa con pena. Se un día están mal, ao seguinte hai que saír é gozar do sol, do vento ou do que haxa".

María López: "Nos insultan en el campo por ser árbitro y por ser mujer"
Nunca había jugado al fútbol, no conocía el reglamento, pero cuando, estudiando INEF en Pontevedra, un compañero le propuso empezar a arbitrar en las ligas universitarias, María López no lo dudó. "Dábamos una asignatura, pero no sabía nada de reglamento. Como me gustó, en un torneo había un árbitro federado y pregunté cómo federarse", explica. 

Han pasado diez años y, ya en la treintena, María asegura que, aunque ahora vive con normalidad su situación como una de las pocas árbitras federadas, al principio fue más difícil. "El fútbol te aporta madurez. Cuando empiezas no estás acostumbrada a escuchar comentarios feos cuando crees estar haciendo bien tu trabajo, pero con el tiempo lo acabas aceptando, te piensas más las cosas y respiras profundo para contestar bien", confiesa.

En la actualidad, en Pontevedra tan solo hay cuatro o cinco mujeres federadas y el principal problema es que la mayoría no duran mucho tiempo. "No solo las chicas, también les pasa a ellos. Si no es realmente vocacional lo dejan, porque es muy sacrificado. Es todos los fines de semana, tienes que privarte de estar con tus amigos...", confiesa.

Lo que tiene claro es que en eso nada tiene que ver el hecho de ser hombre o mujer y que no se cuestiona su autoridad por su sexo. "A mí los jugadores y los directivos me han respetado igualmente", asegura. Aunque sí es cierto que, por mucho respeto que exista, en medio de un partido las cosas siempre se pueden calentar. "A las chicas nos caen insultos por las dos bandas, por ser árbitra y por ser mujer, a los chicos solo por ser árbitros".

María siempre ha compaginado el arbitraje con otros trabajos y estudios. "Empecé estudiando la carrera y desde entonces hice varios másteres". En la actualidad trabaja como monitora en un gimnasio y tiene pensado preparar las próximas oposiciones para educación. "Yo estoy en preferente, pero no se puede vivir solo de esto", asegura. 

Actualmente, en Primera División no hay ninguna mujer arbitrando pero, aunque tiene claro que sigue estando difícil para las chicas, también es consciente de que han cambiado mucho las cosas desde que ella entró en este mundo. "Se están abriendo muchas puertas, se le está dando visibilidad a las mujeres. Es una pena que no se hayan abierto antes pero es algo positivo para las generaciones que están empezando".

Si tuviera que reivindicar algo en ese mundo sería que se trabajase más la psicología deportiva. "Las mujeres y los hombres tenemos sentimientos y formas de ser diferentes, es evidente y fisiológico, por lo que hay que trabajar en ello, por ambos lados", asegura.



Gádor Souto: "Mi madre me necesitaba, por eso dejé de trabajar"
A Gádor, Gady, como la conocen sus allegados, no le llegan todas las palabras del mundo para describir lo maravillosa que es, era, Gádor Vázquez, su madre, de la que habla con auténtica devoción. La lucha de esta lucense madre de dos niños de 5 y 3 años, era hasta hace algo más un año la de muchas mujeres en la actualidad y se resumía en una palabra: conciliación.

Su día a día hasta noviembre de 2014 transcurría entre su trabajo en el Sergas y su casa. "Podía trabajar gracias a la ayuda de mis padres. Ya que Óscar, mi marido, y yo estamos a turnos. Mi madre siempre se quedaba con los pequeños". Por eso cuando a su madre le diagnosticaron un cáncer de páncreas y supo que le quedaba a lo sumo un año de vida, dio un giro completo a su historia. Aparcó su carrera, vendió su piso y buscó una casa con jardín cerca del hospital en la que poder cuidar de ella y de toda su familia. "Solo pensaba en compartir el mayor tiempo posible con ella", explica emocionada. "Dejé de trabajar porque mi madre me necesitaba y mis hijos me necesitaban", añade. "Y volvería a hacerlo".

El último año todavía late con fuerza en el corazón de Gady. A ratitos, recordando las primeras veces que vio la enfermedad de cerca, todavía le tiembla la voz. Como cuando le pidió que no se rindiese el día que solo quería dormir. O como cuando admite lo mucho que la echa de menos y revisa sus fotos y las páginas de El Progreso de hace décadas en las que salía su madre, jugadora del Ensino. "Para mí era tan duro disimular delante de ella... Nunca le dije nada, no quería que se diera cuenta de que quería estar todo el día con ella. Pero mi madre tenía Internet en el móvil y si veías el historial de últimas búsquedas te dabas cuenta de que lo sabía todo".

La ilusión y las ganas de vivir de Gady madre, y su entereza frente a la enfermedad que padecía los empujaron a exprimir cada momento. "Tenía la ilusión de viajar todos juntos y de ahí vino la idea de cambiar de coche por uno de siete plazas". Así se fueron a Cabárceno con los niños, pasaron temporadas en la Mariña, un pequeño paraíso para su familia, y algún fin de semana en la costa de Pontevedra. 

También sus amigos se comportaron como una familia. "Condicionaban todo a cómo se encontraba mi madre y organizaban cenas y encuentros". Gady recuerda que solo unos días antes de irse, su madre se fue a bailar hasta las tantas y que no perdonó un solo partido del Breogán mientras estuvo bien.

Una hora de conversación, varias llamadas e incontables mensajes. Esta hija orgullosa quiere que todos sepan lo increíble que era su madre, lo bien que sabía escuchar y dar consejos, lo mucho que la querían sus amigas y su hermano Susi, o cuánto adoraba a sus nietos, y a su marido, Lito, con el que compartió 53 años de su vida, y con quien recorrió el mundo en moto, o lo generosa y buena que era, que lo había heredado de su abuela, Trini.

Solo tiene palabras de admiración para sus antecesoras, su abuela, de origen andaluz, y su madre, valenciana que escribieron en Lugo gran parte de su historia. Ya no las tiene a su lado. "Fueron dos heroínas", admite. Lo que tal vez ignora es que ella también lo es.

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