El coste de morirse, una pena más del duelo

Los 2.000 euros que cuesta un entierro representa un dolor más para las familias forzadas a pedir un sepelio social ► Los ayuntamientos se encargan de pagar unos servicios básicos como el vestido del cadáver, un féretro de madera y la adjudicación del nicho durante cinco años

La muerte nos iguala, o no tanto. Los 2.000 euros de media que cuesta un entierro representan un dolor más para las familias forzadas a pedir un sepelio social, un recurso que en ciudades como en algunas ciudades españolas se ha duplicado desde el 2008 o que sirve para recordar a inmigrantes que fallecen buscando una vida mejor.

Reza un proverbio italiano que "una vez terminada la partida, el rey y el peón vuelven al mismo cajón" en esa misma idea de igualdad ante la muerte a la que ya le cantó con versos Jorge Manrique. Frente a esos ríos iguales que van a dar a la mar del poeta, la realidad recuerda que un sepelio cuesta de media 2.000 euros, una cuantía que depende además de que se organice un entierro o se incinere al difunto, que el último adiós llegue en nicho, con urna, en tierra, con flores o sin ellas.

La tradición cada vez más en desuso de pagar "los muertos", el recibo de decesos que aseguraba un entierro sin miramientos económicos y que garantizaba una partida digna de este mundo, se suma a una crisis económica que añade un luto más al penar por la pérdida de un ser querido. La falta de recursos ha provocado que en España se hayan duplicado desde el 2008 el número de sepelios sociales, aquellos en los que la despedida queda en manos de organismos públicos que aseguran un entierro digno en el que poco se puede decidir.

Son los ayuntamientos lo encargados de pagar unos servicios básicos que ofrecen el vestido del cadáver, un féretro de madera no noble con forrado interior en tela, tapa de cristal y crucifijo, tras lo que se adjudica un nicho durante cinco años, aunque no se incluye lápida.

Días como el de hoy que ofrecen un reguero de visitas a los cementerios en ese empeño familiar de limpiar historias, adornar con flores y recordar al difunto cuyas señas y hasta fotos aparecen en lápidas de mármol, muchos no tienen ese destino en el que llorar, ya que aquí la economía también manda. La incineración resulta más barata y muchos de los difuntos sin recursos yacen en patios compartidos con pocas señas.

A pesar de la supuesta frialdad del procedimiento administrativo que garantiza el derecho legal de ser enterrado, con los plazos que marca el Código Civil, las administraciones atienden a las creencias y costumbres étnicas del fallecido.

El sepelio social responde también a otro drama, el de los que mueren en su intento de llegar a España y descansan para siempre en cementerios como el de Motril (Granada), con una treintena de nichos dedicados a inmigrantes que encontraron la muerte cuando buscaban una nueva vida. La indicación "subsahariano" y una fecha es la escasa despedida de uno de los nichos de este camposanto, en el que reposan víctimas como los catorce fallecidos que naufragaron en el 2012 en sus aguas.

Las simples inscripciones de unos y las lápidas de mármol de otros evidencian la diferencia económica, aunque el recuerdo al difunto, que es gratis, sí nos iguala a todos.

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