500 años de historia, 40 de celebración

Gitanos, calés o romaníes, también se les llamó zíngaros y bohemios. Más de 10 millones de personas hacen de la suya la mayor minoría étnica de Europa, sin contar los otros dos millones diseminados por el resto del mundo. Un pueblo sin estado y sin patria desde hace siglo, sí que tienen una cultura, un himno y una bandera que reivindican cada 8 de abril, Día Internacional del Pueblo Gitano/Roma.

Esta fecha conmemora la celebración, en 1971, del primer Congreso Mundial Roma/Gitano en Londres, donde se recordó el sufrimiento de este pueblo en los campos de concentración nazi. Aunque el que pasó a la historia fue el Holocausto judío, la etnia gitana fue la segunda más perseguida y los historiadores calculan que los alemanes y sus aliados mataron entre el 25 y 50% de todos los roma europeos.

Si este primer 8 de abril dejó un gusto amargo, a día de hoy sigue siendo un acontecimiento agridulce, que combina la celebración y la reivindicación. Con este espíritu dieron una rueda de prensa en el mercado compostelano de Salgueiriños Juan, Antonio, Luis y Esmeralda, todos ellos Jiménez, aunque no familia.

Hablaron en nombre de su comunidad apoyados en una gran bandera gitana, en la que, sobre un fondo mitad azul por el cielo y mitad verde por la tierra, se impone una rueda roja, símbolo del pasado nómada,  la tradición errante y el deseo de circular libremente más allá de cualquier frontera.

"Se ve sólo lo malo"
Luis, el más mayor, recuerda un pasado en el que “éramos perseguidos por todas partes, no teníamos ley ni teníamos nada”. Es por eso que, aunque admite que la situación de los gitanos ha mejorado, aprovechó la ocasión para hacerse eco de las dos peticiones básicas de su pueblo: “escuela para los niños y trabajo para todos los gitanos”. 

Junto al trabajo, la superación de los prejuicios es el otro elemento que consideran clave para lograr su integración social. “Cuando se habla de gitano es sinónimo de ladrón o malhechor”, protesta Juan, “pero nuestro pueblo no es de delincuentes: claro que los hay, como en toda cultura en todas partes, pero también hay gente de cultura y estudios”.

Otra crítica la dirigieron a los medios de comunicación, empeñados en mostrar solo “las zonas y las cosas malas”, como los poblados de chabolas o el tráfico de drogas. Esmeralda asegura que no niegan que sean problemas reales, pero pide que “no nos metan a todos en el mismo saco”, a lo que Juan añade que, llegado 2010, va siendo hora “de ver a los pueblos y culturas por sus cosas buenas, no por las malas” y de tratar a los gitanos “como personas, no como una etnia aparte”.

Entre esas cosas buenas están “la alegría y la buena suerte” que dan, según Julia, que vende romero y lee las palmas en el mercado. No sabía que el ocho fuese su día o que tal día existiese, pero si se le pregunta qué es lo que más le gusta de la vida que lleva sonríe, se encoge de hombros y dice que el poder ir a su aire. No sabe qué pedir para que su comunidad esté más integrada en la sociedad española, y asegura que sólo quiere lo que haga falta para que sus tres hijos “puedan llevar una vida buena y honrada”.

Didícil hallar un punto intermedio
Eso mismo es lo que tenían en mente los padres de Gustavo Gabarres, un matrimonio gitano que vive en el poblado chabolista de La Fontela, en O Carballiño.  Gustavo ha vivido prácticamente desde que nació, hace trece años, con Paquita Mesa y su marido, en teoría acogido pero en la práctica adoptado. Sus abuelos biológicos trabajaban para su abuelo 'adoptivo', y entre ambas familias existía cierta tradición de que lo payos apadrinasen a los bebés gitanos.

Así, Paquita empezó como madrina, pero tras unos meses en los que el niño pasaba media vida en su casa y la otra en el poblado, se hizo cargo de él y, a efectos prácticos, se convirtió en su madre. Asegura que, tras tantos años, el niño se identifica más con la vida que lleva con ellos que con su entorno familiar de origen. “Los quiere mucho y va a verlos, pero no creo que quisiese instalarse allí”, dice Chus, y añade que “siempre que alguien habla mal de los gitanos, en la tele o donde sea, el enseguida defiende a su familia, que nunca ha cometido ningún delito”.

Lo define como un niño “muy cariñoso, guapo y listo, pero no buen estudiante”. Al problema de los estudios se añaden otros menos comunes, como el rechazo o la falta de integración. Asegura que, aunque ahora tiene su grupo de amigos, durante muchos años tuvo problemas con sus compañeros, ya que era el único gitano en su colegio. Tampoco encaja con la gente del poblado, porque “no lo ven gitano gitano”, comenta Paquita.

Tiempo para el cambio
Este es sólo un ejemplo de las barreras que hay que superar hasta alcanzar una integración real, que conjugue ambos mundos sin hacer que se renuncie por completo a uno por el otro. Gorka de Luis, coordinador de la Fundación Secretariado Gitano en la provincia de A Coruña, está convencido de que el primer paso es ver los progresos que ha hecho la comunidad gitana,  que “ha introducido más cambios en los últimos 50 años que en los 500 anteriores”.

De Luis recuerda que hasta la llegada de la democracia los gitanos eran perseguidos por la Guardia Civil sin más motivo que el de cumplir la Ley de Vagos y Maleantes. Pide que se comprenda que si no han seguido el ritmo del resto de la sociedad es porque el punto de partida era muy distinto.

“Todo cambio necesita tiempo”, insiste, y pone como ejemplo que “hasta los años 70 las españolas no podían cobrar un cheque del banco sin el consentimiento de un hombre”. El problema está, concluye, en que “olvidamos rápido la historia de donde venimos”.

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