Alma Deutscher, dos almas y un genio

Probablemente una sociedad viciada como la nuestra, una sociedad desinformada por un exceso de información, no sería capaz de reconocer a un genio de la música aunque lo tuviese delante de sus narices. Alma Deutscher merece, cuando menos, una candidatura
Alma Mahler
photo_camera Alma Mahler

CONFIESO QUE no pude reprimir una catártica humedad en mi aparato lagrimal cuando descubrí a Alma Deutscher. Mi primera aproximación al personaje vino de la mano de un oportuno aviso en internet de nuestra cincuentenaria Radio Clásica. Inmediatamente confeccioné un variado menú de degustación. De entrante escogí su propio concierto de violín, de plato principal uno de piano de Mozart —cuya cadencia ella misma había escrito— y, de postre, una entrevista en la que despachaba con desparpajo envidiable las preguntas de una entrevistadora. Para ponerle la guinda al asunto —en un programa de televisión que aquí no tendría cabida—, ambas interpretaban a dúo una pieza de Bach. Abundan a lo largo y ancho de este mundo historias de talentos precoces, pero no conozco a ningún otro que, con tan solo diez primaveras, sea capaz de tocar a un nivel profesional dos instrumentos de aprendizaje tan arduo como el violín y el piano. Si a esa destreza le añadimos la maravilla de haber registrado un catálogo propio con sonatas de piano, dos conciertos, dos óperas etc… el cerco en la búsqueda de la excepcionalidad se estrecha considerablemente. La imprudencia de algunas voces, guiadas por una naturaleza proclive a inventar primero y anhelar después el retorno de mesías, quizá se haya precipitado al denominar a la pequeña Alma «el nuevo Mozart». Por fortuna ella rechaza esa comparación. La declinación de tamaña responsabilidad podría considerarse un síntoma de humildad o la manifestación de una lección doméstica bien aprendida.

Tanta perfección, por supuesto, invita a la desconfianza. Pero la mirada y la expresividad jubilosa que irradia Alma cuando empuña el violín o se sienta al piano, parecen hablarnos, muy al contrario, de un ser en paz consigo mismo y entregado por propia voluntad a la música.

La pequeña Deutscher, asombrosamente adulta y certera en sus palabras y convicciones artísticas, ha venido al mundo en una época bien distinta a la de Wolfgang. No ha tenido que esquivar un desaforado índice de mortalidad infantil, tampoco tendrá presumiblemente que afrontar serias precariedades económicas y, por fortuna, su sexo no determinará la viabilidad de su carrera como concertista. Serán otros escollos, más propios de nuestros días, los que tenga que salvar para ser debidamente reconocida. No es su música, deudora por el momento del estilo del salzburgués, la que se escucha en la radio o en la televisión, así que tendrá que luchar a contracorriente. Solo el tiempo nos desvelará qué lugar ocupará en el futuro. Por lo pronto deberá atravesar la selva frondosa e incierta de la adolescencia, una aventura que podría llevarla por nuevos derroteros o tambalear los cimientos de su educación y perspectiva de la vida.

La adolescencia de otra Alma, Alma Marie Schindler, transcurrió en un bullicioso hogar frecuentado por artistas. Sin embargo, su talento para la composición pronto se vio eclipsado por la arrolladora personalidad de su primer marido, Gustav Mahler, quien desdeñó esa faceta de su prometida hasta que la aparición de Walter Gropius, joven y enamorado, desencadenó en su ya delicada salud un desesperado y romántico instinto de recuperarla. Desgraciadamente aquella vienesa ha pasado a la posteridad por su belleza y sus matrimonios y no por canciones sublimes como ‘Leise weht ein erstes Blühn’, con letra de Rainer Maria Rilke. No eran todavía aquellos tiempos propicios para la consolidación de la igualdad de sexos, aunque excelsos ejemplos como los de las hermanas Boulanger, y especialmente el de la malograda Lili, aventuraban un horizonte más despejado y esperanzador. Lamentablemente todavía se reconoce siempre en primer término el valor de las mujeres como intérpretes, en detrimento de las compositoras. Aún arrastramos la injusta rigidez de una educación con los papeles claramente delimitados en compartimentos estancos. El esfuerzo de Mahler no impidió que el preeminente arquitecto ocupase definitivamente su lugar en el corazón de su mujer, ni tampoco consiguió que las composiciones de esta brillasen en las salas de conciertos. Por eso resulta entrañable que la otra Alma, la de diez años, reivindique hoy en sus declaraciones la igualdad de oportunidades y afirme con rotundidad que no quiere ser Wolfgang Ama

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