SENIOR SERVICE, de Carlo Feltrinelli

Feltrinelli contra los tapiceros del mundo

«Me niego a formar parte de la tropa de los tapiceros del mundo, de los embaladores, de los barnizadores, de los productores de objetos ‘meramente superfluos’», escribió Giangiacomo Feltrinelli, que nació millonario, se hizo comunista, maduró como editor de «libros necesarios» y murió terrorista. Su hijo lo cuenta en ‘Senior Service’ con toda la distancia posible, que en tantas ocasiones es ninguna

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SELEE ‘SENIOR Service’ para responder a la pregunta que nos hacemos ante las vidas extremas, con capas en apariencia tan irreconciliables que parece que no da la cabeza para concebirlas juntas y solo se imaginan una a una, abandonando la primera por la segunda y la segunda por la tercera. Pero no, hay quien se las pone todas, hay quien lo cuenta y entonces resuena sin parar el ‘¿cómo puede ser?’.

Muy probablemente se escriba ‘Senior Service’ por la misma razón. Carlo Feltrinelli tenía 10 años cuando su padre fue encontrado muerto bajo un poste de la luz al que había atado explosivos, junto a sus compañeros de los Grupos de Acción Partisana, con la intención de dejar sin luz a medio Milán. Hacía dos que había huido para esconderse después de darle sus razones por carta en su octavo cumpleaños. «Tu padre está del lado de los obreros, aunque tenga dinero, y además, con ese dinero imprime y publica libros que defienden la causa de los obreros», le contó para explicar su persecución. Lo que pasa con esas razones que se les dan a los niños es que, siendo estrictamente ciertas, están tan simplificadas, tan rebajadas todas sus aristas, que lo que queda es un bloque como de serie, algo que ya apenas significa nada.

Décadas después el hijo hace una investigación minuciosa y dolorosa que aspira a desentrañar una figura clave en la Italia de los 50 y 60, un hombre complejo que verdaderamente busca con ahínco su lugar en el mundo y que solo parece encontrarlo brevemente para enseguida volver a empezar. No es una biografía fácil de escribir y menos por un hijo.

Giangiacomo Feltrinelli nace en 1926 en una familia de ricos empresarios vinculados a la Banca, que habían hecho gran parte de su fortuna con la madera. También él pierde a su padre de niño, con ocho años, y vive una infancia solitaria y aislada. Su madre, mujer de carácter endiablado, no le hace ni caso y no lo escolariza hasta los 15 años. Único varón entre hermanas pasa los días hablando con el servicio. No hay nada en él del típico niño rico ignorante de otras realidades. Más bien al contrario: son esas las que le interesan. Con 19 años se afilia al Partido Comunista, al que también pertenece su primera mujer y, como ocurrirá cada vez, pone su fortuna y a él mismo a disposición de aquello en lo que cree. «Para nosotros vivir con Giangiacomo,
que tenía unas posibilidades desmesuradas, era muy difícil. Él podía levantarse un día y decidir hacerlo todo», contó una compañera suya en una descripción muy gráfica de las inevitables fricciones entre lo material y lo moral cuando el debate se da dentro de una sola persona.

Fue el partido el que lo llevó a la edición, que es la faceta que lo hará realmente conocido y cuyos avatares, desmenuzados en el volumen que ahora reedita Anagrama, son especialmente apasionantes para todo el que ame los libros. Se formó, viajó e hizo contactos tras el encargo que recibió de crear una biblioteca obrera. Participó en el nacimiento de una colección de bolsillo universal, que aspiraba a reunir los volúmenes imprescindibles para entender la vida entera en una serie bien editada, accesible y, sobre todo, barata. Sin embargo, los libreros ganaban tan poco que no les compensaba venderla. Feltrinelli vio claro entonces que esa clase de colecciones son posibles cuando se sustentan en otra producción editorial que ayude a aguantar los números, compensando de unas ganancias tan escasas. En 1954 nace Giangiacomo Feltrinelli Editore, que estaría apoyada por una empresa de
distribución y por un grupo de librerías. El joven editor aspira al control global de ese mercado: editar los libros, distribuirlos y venderlos.

Solo un año después Feltrinelli empezaría ya a interesarse por el libro que habría de cambiarlo todo: a él y a la editorial. La biografía dedica páginas y páginas a contar las vicisitudes para que ‘El doctor Zhivago’ viera la luz, citando, en ocasiones íntegramente, la correspondencia entre Boris L. Pasternak y el editor, que este conservó en su caja fuerte durante años. Es verdaderamente asombrosa y muestra la capacidad arrolladora de la confianza, todo lo que puede llegar a pasar si crees en alguien y en algo y aciertas.

En 1955, el contacto de Feltrinelli en Moscú le avisa de que iba a aparecer una novela en la URSS, un diario de 75 años de historia rusa que acababa en la II Guerra Mundial. Pasternak era hasta entonces considerado un poeta, aunque había publicado poco y vivía fundamentalmente de las traducciones. Sin más referencia que esa, Feltrinelli quiso hacerse con el manuscrito cuanto antes porque si un editor extranjero publicaba una obra rusa en los 30 días siguientes a su aparición en la URSS se hacía con los derechos en exclusiva para el mercado occidental. Era preciso comenzar a traducirla para poder cumplir el plazo.

Pronto se vio que los soviéticos consideraban a Pasternak un traidor y que no había intención de publicar en la URSS una novela crítica, con un protagonista tan individualista. Cuando el autor entrega al contacto de Feltrinelli el manuscrito le dice:«A partir de este momento queda usted oficialmente invitado a mi fusilamiento», consciente del lío en el que se metía. Comienza entonces un delirante intercambio de cartas. Pasternak y Feltrinelli se escriben en francés, se mandan los mensajes por intermediarios, a veces el escritor utiliza papel de liar... No le importan los derechos, no le importa el dinero, lo que quiere es que su libro se publique bien traducido del manuscrito original, sin podar. Al mismo tiempo que las misivas reales, gracias a las que adquieren una confianza asombrosa para alguien que nunca se ha visto en persona, se envían las fingidas, las que su gobierno obliga a Pasternak a escribir, pidiendo al italiano que detenga la edición, que se asegure de que no va a salir el libro en Italia antes de que lo haga en la URSS. Feltrinelli responde con fingida indignación  para cumplir  con la pantomima. ‘El doctor Zhivago’ se publica por primera vez en italiano en noviembre de 1957 y se convierte en un bestseller: se reedita cada 15 días para satisfacer la demanda de una obra que contaba la Rusia que no quería ser contada.
Feltrinelli lo consideró un triunfo en la«batalla contra la intolerancia» y el PCI, del que cada vez estaba más lejos, una especie de afrenta, empezó a investigarlo y llegó a pedirle que consultara todos los temas espinosos que se le fueran presentando en su actividad editorial.«Inaceptable, conduce a la parálisis y al control total», respondió como despedida.

Pocas historias tan complicadas debe de haber como la que llevó ‘El doctor Zhivago’ a la imprenta, e imagino que pocos editores que no hubieran sido Feltrinelli hubieran podido hacerlo, pero a él también se le deben otros libros fantásticos, desde ‘El Gatopardo’ hasta la que García Márquez siempre consideró la mejor de las traducciones de su ‘Cien años de soledad’.

A mediados de los 60 se embarca en el mastodóntico proyecto de publicar las memorias de Fidel Castro, para lo cual se entrevista durante horas y horas con el líder cubano. Por supuesto, este le hace esperar, retrasa citas, cambia el contenido del libro mil veces añadiendo nuevos temas, se repite... El editor reconoce que tiene ante Castro «sentimientos encontrados», recurre a demasiados clichés y se percata de que «no sirve de nada hablar con él, no escucha». Concluye que en Cuba «hay dos hombres realmente influyentes y peligrosos: Raúl Castro y el Ché». Pese a todo, es evidente que le interesa.

En 1967, Feltrinelli viaja a Bolivia, donde había sido detenido y estaba incomunicado el filósofo francés Règis Debray a causa de su libro ‘¿Revolución en la revolución’, para acudir a su juicio. Allí es detenido e interrogado por la CIA, que ante su mutismo pierde la paciencia y le grita para que reconozca que es «un espía de Moscú». Dos días después es liberado y deja el país. Si es que no lo había hecho ya antes, empieza a cambiar. Más bien empieza a expresar su cambio: la estrategia correcta en la lucha obrera es, dice en un ensayo, «el uso de la contraviolencia sistemática y progresiva». Los servicios secretos creen que sus tesis son un poco absurdas pero lo mantienen permanentemente vigilado. Por error, se le atribuye la participación en un atentado de los anarquistas que acabó con la vida de 16 personas en diciembre de 1969, en plenas revueltas obreras, y el editor se esconde para no volver.Renuncia a todo.

‘Senior Service’, marca de los cigarrillos que fumaba, es una de esas biografías tan increíbles que solo puede ser verdad. Sorprende el pudor con el que el autor toca algunos temas —negándose, por ejemplo, a hablar de una de las aventuras de su padre, pese a que la considera muy importante y a que este acabe casándose en total cuatro veces— aunque se entiende, se ve muy claro qué progresión quiere comprender, cómo quiere desandar ese camino en el que una cosa lleva a la otra porque mirando solo los puntos de partida y de llegada es una historia inaprensible.

«El padre es el padre y yo soy el hijo. Lo que ha quedado ha quedado. Sin nostalgia», dice el hijo al final del libro, cuando ya es imposible creerlo. Es sincero su intento pero cualquiera sabe que hay abandonos que un niño no entiende; que reconstruirle la vida a un padre se hace para saber y para entender, para conocerle al fin, y que no hay empresa más nostálgica que esa.

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