Adiós a Stephen Hawking, el cerebro que cruzó el cosmos

El astrofísico que logró aunar los descubrimientos sobre el universo y ser el científico más popular de lo que va de siglo falleció a los 76 años  tras haber llevado la cosmología a todos los rincones del planeta

Stephen Hawking recibe la insignia de oro de la Universidade de Santiago junto a Jorge Mira y demás estudiosos. XOAN REY (EFE)
photo_camera Stephen Hawking recibe la insignia de oro de la Universidade de Santiago junto a Jorge Mira y demás estudiosos. XOAN REY (EFE)

Stephen Hawking había estado muerto muchas veces, casi cada día de su vida desde que tenía 21 años, en 1963. Su vida se detuvo definitivamente este miércoles, a los 76, en Cambridge.

Siendo estudiante en la Universidad de Oxford se cayó mientras patinaba sobre hielo. El golpe no tenía importancia en si, pero tuvo toda la importancia porque fue el agujero por el que se asomaron los médicos para ver que acabaría perdiendo el control sobre su cuerpo como consecuencia de una enfermedad degenerativa. Los médicos, que se habían despedido de decenas de pacientes cada día de la Segunda Guerra Mundial, fueron claros: sus músculos ignorarían las órdenes del cerebro de modo progresivo hasta que dejaría de poder tragar alimentos y acabaría  por verse impedido para mover los pulmones. La parálisis llegaría en dos o tres años.

La noticia lo dejó aturdido. Se encerró en su habitación durante semanas para sentirse grandioso como la ampulosa música de Wagner y para beber hasta enturbiar su conciencia.

Sus padres pensaban que era limitado intelectualmente porque  no se daban cuenta de que incapaz de perder diez minutos en estudiar una materia que no le interesase.

Stephen había sido un niño inquieto, delgado como una brizna y muy gracioso. No consiguió aprender hasta 1950, con ocho años. A los 9, sus profesores lo situaron en el grupo de los mediocres. Sus padres pensaban que era limitado intelectualmente porque  no se daban cuenta de que incapaz de perder diez minutos en estudiar una materia que no le interesase. Tardaron en enterarse de que había montado un ordenador de estructura elemental con piezas de las radios y los despertadores que desmontaba para su desesperación y algunos chismes comprados en una ferretería de Londres.

Había nacido en Oxford, en 1942, porque su madre marchó a la ciudad universitaria desde Londres para evitar los bombarderos alemanes. Su padre, investigador en biología, se quedó en la capital, a la que regresaría el resto de la familia tras el asalto de Normandía.

El joven que desmontaba los aparatos de casa para comprender su mecanismo rechazó la propuesta paterna de ser biólogo porque lo percibía como una forma de conocer la realidad "poco exacta" y su ambición era encontrar unas reglas concretas y sencillas que explicasen el universo en su inmensidad y complejidad, como si fuesen las tripas de una radio, iguales a las tripas de todas las radios del mundo.

Logró ser admitido en 1959 para estudiar Física por los profesores de Oxford. No faltaron los reparos ante aquel joven arrogante que ignoraba la enseñanza reglada para cultivar sus propias visiones de los estudios. Durante la carrera dedicaba una escasa hora a estudiar, y el resto del tiempo al ajedrez, Wagner y las fiestas. Sus días estaban contados desde que se tropezó en la pista de hielo.

Ante la imposibilidad de desarrollar sus ideas a través de fórmulas con tiza sobre una pizarra tuvo que crear una forma de pensar dentro de los límites físicamente escasos de su cerebro.

En una Navidad conoció a Jane Wilde, una estudiante de Lenguas Modernas que tiene entre sus obras favoritas "las cantigas de amigo escritas en gallego". Ella quedó "deslumbrada por su inteligencia y su sentido del humor". Se casaron en 1965,con mucha prisa, porque Stephen tenía una condena a muerte de plazo breve.

El espacio por el que podía moverse era cada vez más reducido y su tiempo perdía elasticidad. La parálisis le eximía de asistir a reuniones tediosas y de rellenar los larguísimos formularios administrativos comunes que le correspondían como profesor de Matemáticas en Cambridge. Ante la imposibilidad de desarrollar sus ideas a través de fórmulas con tiza sobre una pizarra tuvo que crear una forma de pensar dentro de los límites físicamente escasos de su cerebro. "Podía pasarse el fin de semana callado en su silla de ruedas y el lunes amanecer con una sonrisa porque había resuelto un problema matemático", contaba Jane Hawking.

La materia que ocupaba su pensamiento era la antimateria: los agujeros negros. Einstein había intuido la posibilidad de que las estrellas colapsasen hasta convertirse en unas ‘canicas’ sin tamaño real, pero de una densidad infinita. Sobre esa base, Hawking y Roger Penrose especularon en 1966 con la idea de que el estallido inimaginable de la ‘canica’ ultradensa que dio lugar al universo en el Big Bang podría revertirse hasta convertirse nuevamente en esa ‘canica’ con masa y forma negativas. Describieron ese proceso con fórmulas matemáticas, que usaron también para explicar en 1970 las características los agujeros negros, que son una espacio del universo con una gravedad tan brutal que ni siquiera la luz se escapa de ellos, por los que su oscuridad es absoluta 

El descubrimiento de la radiación de los agujeros negros lo consagró globalmente, pero le hizo perder una apuesta con un amigo: una suscripción de un año a la revista  festiva Penthouse.

El trabajo teórico que había desarrollado en ese campo lo animó a ensamblar la relatividad general, que explicaba el engranaje del universo, y la mecánica cuántica, que describía el comportamiento de todo lo que fuese menor que un átomo. El resultado fue más sofisticado que montar la radio de sus padres, pero lo condujo a descubrir la 'radiación de Hawking'. En el contorno que separaría la materia del cosmos de la antimateria de los agujeros negros habría un baile entre partículas y antipartículas que se desintegrarían fugazmente liberando una energía.

Ese descubrimiento lo consagró globalmente, pero le hizo perder una apuesta con un amigo: una suscripción de un año a la revista  festiva Penthouse.

El espacio-tiempo sobre el que tanto había pensado volvió a agotar su saldo en 1985. Una neumonía lo derrotó en la cama de un hospital. Estaba en coma. Los doctores pidieron a Jane permiso para desconectarlo. Ella, inspirada por la energía vital de su marido, les pidió una salida que liberase la energía de Stephen. Lo operaron, quedó con vida, pero sin voz. Al ser paralítico, su única posibilidad para comunicarse estaba en sus cejas. Sus amigos le buscaron un sintetizador con el que podría hablar. Lo que más divertía al británico era su "acento norteamericano".

Impedido para dar clases, recordó que era el alumno más encantador de su clase. Escribió Breve historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros, un resumen transparente de sus investigaciones que han comprado nueve millones de personas.

Los días se iban acelerando. Cuando no estuviese, alguien debería cuidar de Jane y de los tres hijos pequeños de ambos. A finales de los 80, su mujer cogió cariño al organista de una iglesia. Tanto, que se lo llevó a casa. Hawking aguantó unos meses la relación y su vida. Pero acabó fugándose con una enfermera, con la que estaría casado desde 1995 y  durante once años.

Su convicción es que vivimos dentro de un universo que está dentro de una ‘bolsa’ ilimitada de universos.

El cerebro poderoso de Hawking no dejó de moverse para engrandecer su explicación sobre los agujeros negros. En 2004 se preguntó si respetan la regla de que la energía no se crea ni se destruye, sino que se transforma. Para bajarlo a la concreción, analizó las propiedades de las partículas subatómicas, que agrupó con la palabra 'información'. Según Hawking, cuando una de esas partículas entra en un agujero negro su 'información' —sus propiedades físicas— non se destruyen, sino que "son transmitidas a otro universo".

Su convicción es que vivimos dentro de un universo que está dentro de una ‘bolsa’ ilimitada de universos.

Esa idea le fue útil para consorlar a un fan australiana de One Direction, desesperanzada por el abandono de Zayn Malik de la 'boyband' en 2015. "Fuera de nuestro universo quizás exista otro universo en el que  Zayn todavía está en One Direction".

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