Obituario: en recuerdo de Pedro López Canoa, 'Pedrito'

Antonio Oliver recuerda en un texto cargado de emotividad al joven lucense fallecido en Costa Rica, donde estaba estudiando, tras sufrir un atropello

Pedro López Canoa. EP
photo_camera Pedro López Canoa. EP

Hace unos días amaneció el sábado más frío de mi vida. Pedro se había ido. Un accidente. El mensaje de Jorge estaba escrito con cuidado, con delicadeza, queriendo atenuar el golpe. Entenderlo fue terrible. Entonces es cuando quieres ponerle nombre a las cosas y no puedes. Te das cuenta de que no hay palabras exactas para reflejar la incredulidad, la rabia, la impotencia y un dolor que no se explica. En ese instante comprendes que siempre puede haber algo peor que lo peor. Es como si, de pronto, notaras que llevas el invierno en las venas.

Cuando conocí a Pedrito, aparecido ante mí un duendecillo mágico, juguentón, tímido y lleno de curiosidad. Era muy fácil querer a Pedrito. Samos fue su espacio humano. Su rincón de seguridad. Allí reinaba a base de decretos de cariño, de preguntas inteligentes, de palabras “de persona mayor” y de un afecto dado sin alardes que llegaba al corazón de todos.

Las noches en A Veiga o en A Pontenova comenzaban con una cena en la que Pedrito era uno más entre los mayores. Luego, aburrido, decidía que éramos demasiado habladores y salía. Buscaba entretenimiento en la barra o en la cocina. Allí estaban siempre Antonio, Manolo, Eva, Amadeo, Rosa o la entrañable Elena, de la que me acuerdo especialmente ahora. Con ellos apuraba sus últimas pizcas de fuerza diaria. Cansado de las rutinas cotidianas y confiado, como el que está en casa, se quedaba dormido no importaba el sitio. Dormía sobre dos sillas o sobre la mesa de billar. Era la imagen de la felicidad rendida por las veladas eternas de la gente mayor, pero no se quejaba. Representaba muy bien la paz de un lugar maravilloso, reflejado en la cara de aquel chiquillo que era un poco de todos porque, sin estridencias ni farándula, nos ganaba con su forma natural de interpretar la vida. Pedrito era un niño muy abrazable. Te lo pedía el cuerpo, porque la bondad y la inocencia atraen sin orden previa.

Me despedí de Pedrito un día y ya no podré a conocer a Pedro. De todas formas Nico, Luis, Pres y los amigos de Sarria, de Samos y Marisa en Lousada, me pondrán al día y será fácil reconocerle en sus relatos. Además siempre me quedarán esos recuerdos que se volcaron en mi memoria como queriendo recuperar el tiempo perdido. Son tantas cosas… un día Ana, su madre, le explicaba que el mundo giraba y se movía a gran velocidad. Pedrito pensó un momento y le dijo: “¿Si de pronto me enfado y salto qué pasa, dónde caigo? Así era. Rápido, intuitivo, inteligente.

Cuando ocurre lo irremediable aparece esa luz que nos coloca ante lo que debíamos haber hecho y no hicimos. Mi vida, la de todos, es un cúmulo de cosas urgentes, inaplazables, convenientes. De pronto nos damos cuenta que tenemos tiempo para todas esas cosas y no para las verdaderamente importantes. Ahora me duele no haber hablado con Pedro. No desplazar barreras y haber vuelto a Samos, como siempre. Me arrepiento tanto…

Ojalá que lo que me dijeron mis padres, fuera cierto. Si es así, Pedro estará ahora con Ana resolviendo el misterio de su salto al vacío. No lo sé. Lo que sé, es que va a estar siempre en mi corazón y en el de todos los que le han conocido. Un beso enorme Pedrito. Pedro, te debo una charla y un abrazo. Nos vemos.


 
 

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