El Mesón Vilasante de Triacastela se creó como casa de comidas y hospedaje en 1947. Ahora está más orientada como hostal y centro de día, pero sigue siendo un referente gastronómico por sus excepcionales callos y un exquisito cordero al horno criado en la zona. Son dos de los platos que componen el menú que se sirve el 28 de cada mes, día de mercado en Triacastela. Esa jornada sirven también fabas con almejas o una jugosa carne de ternera mechada, un plato muy rico, de fiesta, y que cada vez se ve menos en los restaurantes. A ellos se suma otra receta muy propia de las ferias, como la carne ao caldeiro, cuyas raciones eran impresionantes.
Ese día 28 es el único del mes que abre al público el Mesón Vilasante como restaurante, de ahí que desde la una y media de la tarde pasen de forma continua sus fieles comensales por el local, aunque sí hacen muchas comidas por encargo, que atienden a diario. Un amigo, que nos descubrió este templo de la cocina a fuego lento, suele acudir con una olla de veinte litros de capacidad llena de callos, uno de los platos estrella del local. Son, sin duda, de los más sabrosos que probé en mi vida. Eran platos con callos en abundancia y con un ligero toque picante, muy suave.

Todos los comensales repetimos los callos, seducidos por esta receta que José Manuel López Valcárcel heredó de su madre y en cuya elaboración, asegura, emplea una buena dosis de cariño y de tiempo. Vicenta Valcárcel, que fue una cocinera de reconocida fama en la comarca, y su marido, Manuel López, fueron la segunda generación que dio continuidad a este mesón, fundado por Francisco López Rodríguez y Herminia Piñeiro. El cordero asado era también una auténtica delicia. Los ejemplares, de la denominación autóctona de la raza Ovella Galega, son criados de forma natural en una explotación del municipio. Al probar su carne tierna y jugosa deseas que no se acabe nunca la comida. Hasta las patatas fritas merecen un diez.
Como lugar donde se exalta la comida a fuego lento, el Mesón Vilasante es un lugar conocido también por sus cocidos cuando llegan los fríos del invierno.
Los postres caseros se mueven también en el marco de la cocina de toda la vida, con el flan de huevo y de café o la tarta de queso como opciones que desprenden autenticidad.