"La depresión es el segundo trastorno mental más prevalente en niños y adolescentes"

Las psicólogas de Polusa-Ribera Salud Yésica Seijo Méndez y Lucía Fernández Riesco explican las dificultades para detectarla
Generated by  IJG JPEG Library
photo_camera Las psicólogas Yésica Seijo y Lucía Fernández. VICTORIA RODRÍGUEZ

La depresión tiene un gran impacto sobre el desarrollo personal, escolar y social de los menores. Este trastorno mental se debe abordar precozmente, pero muchas veces sucede todo lo contrario. De hecho, está infradiagnosticado e infratratado, como explican las psicólogas de Polusa-Ribera Salud Yésica Seijo Méndez, especialista en neuropsicología, y Lucía Fernández Riesco, especialista en atención infanto-juvenil. Ellas ponen el foco en las dificultades de detección, ya que no presenta los mismos síntomas en estas edades que durante la etapa adulta.  


La depresión también afecta a los niños y adolescentes, un sector de la población para el que se calcula una incidencia en torno al 3 ó 4%. ¿Valoran que esta cifra es correcta o que tal vez se quede corta?
La investigación sobre la epidemiología en población infanto-juvenil es limitada. La OMS señala que el 1,1% de adolescentes entre 10-14 años y el 2,8% entre 15-19 años presentan depresión. Sin embargo, estudios más recientes hacen referencia a un mayor porcentaje, haciendo referencia a un incremento en los últimos años. Por ejemplo, en el estudio de Oteíza y cols. (2023), publicado el mes pasado en la revista de Pediatría Atención Primaria, señalan una prevalencia en niños del 1-2% frente a un 3-8% en adolescentes. Según Unicef, España es el país europeo con mayor prevalencia de problemas de salud mental entre niños y adolescentes, ya que uno de cada cinco menores de entre 10-18 años sufre algún tipo de problema de salud mental diagnosticado. La depresión es el segundo trastorno mental más prevalente entre niños y adolescentes (6,2% a nivel global). Es importante tener en cuenta que la incidencia de sintomatología depresiva a edades tempranas es un fuerte predictor de problemas mentales futuros. Más del 67% de los jóvenes con esta sintomatología están en riesgo de desarrollar un trastorno depresivo o ansioso en la edad adulta.

Las causas que están detrás de la depresión infantil no son las mismas que de la de los adultos. ¿Podrían resumir las más habituales?
Entre las variables relacionadas con la sintomatología depresiva infantil que aparecen con más frecuencia en los estudios se encuentran: la calidad de las relaciones interpersonales, la ansiedad, el estrés o estresores (por ejemplo, experiencias de pérdidas, conflictos en la familia...), la autoestima, el rendimiento académico, la resiliencia, los problemas psicosomáticos, la presencia de depresión en los padres o en otro familiar cercano o la existencia de un problema de salud o abuso de drogas. No obstante, es importante recordar que no todos los niños o adolescentes con problemas tienen depresión, ni todos los menores con depresión han tenido estresores ambientales.

La sintomatología depresiva a edades tempranas es un fuerte predictor de problemas mentales futuros

Los síntomas también difieren, ¿cuáles son los más importantes?
Los niños, especialmente cuando son pequeños, no tienen las herramientas de expresión emocional con las que cuentan la mayoría de los adultos. Lo que favorece que los síntomas se manifiesten de una manera diferente. En la primera infancia, el más característico suele ser la irritabilidad (rabietas, conductas destructivas…). Sin embargo, también es frecuente que los niños se encuentren tristes, jueguen menos, tengan problemas con las comidas (pérdida de apetito y/o peso), presenten cambios en el patrón de sueño (pesadillas, terrores nocturnos, resistencia a irse a la cama, insomnio intermitente…), se muestren menos activos físicamente, rechacen la idea de separarse de sus padres y estén muy preocupados por el castigo o el fracaso. En algunos casos también puede haber autolesiones, arañazos o conductas de mayor riesgo, como tragarse objetos. Entre los seis y los doce años suelen mostrar tristeza, aburrimiento, hipomotilidad o agitación, baja autoestima, autodesprecio, autocrítica, sentimientos de culpa, problemas de atención e ideas/planes/intentos de suicidio. Entre los trece y dieciocho años es frecuente la tristeza, la irritabilidad (malhumor, ira, rebeldía…), la apatía, la anhedonia, la pérdida o ganancia de apetito y/o de peso, el insomnio o la hipersomnia, la fatiga, la preocupación por la imagen corporal, la baja autoestima, la indecisión y la ideación o tentativa suicida. 

Hay señales, como las explosiones de ira, que se pueden achacar a los cambios de humor propios de la adolescencia. ¿Cuándo estos cambios de humor dejan de ser ‘normales’?
Es normal que los adolescentes tengan cambios en el estado de ánimo o que estén enfadados de vez en cuando. No obstante, si estos ocurren de manera muy frecuente, abrupta (de un momento para otro), con más intensidad de lo esperado en función de lo sucedido o en diferentes contextos, puede ser indicativo de que necesitan ayuda para gestionar lo que están sintiendo. También será importante valorar si es algo impropio del adolescente, si interfiere en la realización de sus actividades cotidianas o causa sufrimiento en él o en su entorno. 

¿Quiénes son los que suelen percibir mejor este problema: los docentes, los padres, los amigos, los propios pacientes...?
En general, las personas que conviven con el niño o adolescente y pasan más tiempo con él notarán cambios en su estado de ánimo o en su conducta. Sin embargo, es frecuente que los padres perciban mejor cambios a nivel somático (por ejemplo, alteraciones del sueño y la comida), mientras que los profesores suelen ver las alteraciones a nivel conductual y los propios niños/adolescentes describen mejor los síntomas encubiertos (estado de ánimo, ansiedad…). A pesar de ello, es importante tener en cuenta la edad del menor, ya que los niños muy pequeños o con desarrollo lingüístico o cognitivo inmaduro pueden no ser capaces de describir su estado de ánimo y mostrar quejas físicas vagas, pobre comunicación visual o expresión facial triste.

En menores deprimidos, los padres perciben mejor los cambios somáticos y, los profesores, los de conducta

Al tener síntomas diferentes a la enfermedad en adultos, es una dolencia infradiagnosticada. ¿Esto podría estar detrás del incremento del número de suicidios infantiles y juveniles?
Detrás del incremento de los suicidios infantiles y juveniles hay una realidad mucho más compleja que la dificultad para diagnosticar depresión en edades más tempranas, aunque el riesgo de suicidio que comporta la depresión es importante tenerlo en cuenta. Los estudios indican que la ideación suicida varía con la edad y señalan porcentajes de hasta el 16% entre los 6-12 años y del 13% entre los 15-17 años. La OMS afirma que los pensamientos suicidas se vuelven anormales en los niños y adolescentes cuando la realización de estos pensamientos parece que es la única salida para las dificultades que presentan y es entonces cuando existe un alto riesgo. Los comportamientos destructivos derivados de una depresión o de otras patologías no deben interpretarse como meras llamadas de atención o intentos de manipulación y tampoco deben ser ignorados. Esto es un hecho que está presente en la práctica clínica y resalta la importancia de seguir trabajando en una especialización infanto-juvenil en todas las esferas de la salud, especialmente en salud mental, y sobre todo resaltar la importancia del contexto del niño o adolescente (familiar, escolar y social), siendo un factor de riesgo relevante, pero también jugando un papel protector fundamental cuando este cumple con características adaptativas.

La ideación suicida alcanza porcentajes de hasta el 16% en la franja de 6-12 años

La depresión es una enfermedad  larga, con muchas fluctuaciones en el estado de ánimo. ¿Cómo deben relacionarse con su hijo o hija los padres que conviven con este problema?
Es importante que los padres ofrezcan apoyo y comprensión a sus hijos. Hablando con ellos y escuchándoles de manera activa. Reforzando toda expresión emocional, así como el empleo de estrategias adaptativas para su manejo. Animándolos a tomar sus decisiones y a afrontar las consecuencias de éxito y error. Fomentando la actitud de aprobación de sí mismo y los sentimientos de valía personal. También será importante cultivar un ambiente familiar sano y seguro, en el que se tenga en cuenta la relación que se establece con los hijos, pero también la que mantienen los adultos entre sí. Del mismo modo, sería recomendable instaurar una rutina de sueño adecuada y una dieta saludable, y promover, siempre que sea posible, relaciones positivas con otras personas en casa, en la escuela y en otros contextos sociales. Tampoco hay que olvidarse de limitar el tiempo frente a dispositivos electrónicos, paralelamente al fomento de la actividad física (aficiones, ocio y actividades lúdicas). 

¿Padecer un episodio depresivo durante la infancia o la adolescencia hace que esa persona sea más susceptible de sufrirlo de nuevo en el futuro?
Es cierto que haber tenido un episodio de depresión incrementa la probabilidad de volver a padecer otro nuevo tiempo después. Sin embargo, no es algo que siempre ocurra. Una de las claves de la evolución son los factores que mencionamos previamente, principalmente los familiares. Cualquier niño o adolescente se encuentra en una etapa de mayor vulnerabilidad, pero al mismo tiempo están atravesando un proceso de maduración y aprendizaje de sus habilidades de expresión, regulación y gestión emocionales. Esta realidad nos proporciona una oportunidad para trabajar con ellos, creando un contexto familiar, escolar… receptivo a sus necesidades. De manera que, aunque el riesgo de una nueva recaída existe, el potencial de mejora y crecimiento también. 

Más información en: Ribera-Polusa

Comentarios