Sonrisas y muchas lágrimas para comenzar una nueva vida

Los vecinos de Quiroga recibieron con vítores a la expedición que llevó ayuda a Ucrania y regresó con nueve refugiados
Iryna Fesiuk (de gris)
photo_camera Reencuentro de los ucranianos en Quiroga. C.J.G.

Ha sido un viaje duro y largo, pero ya están aquí. Entre sonrisas y lágrimas de felicidad llegó la expedición quiroguesa que viajó a la frontera de Polonia con Ucrania para llevar ayuda y traer a nueve refugiados, siete de ellos a España. En el puente que conecta las localidades de San Clodio y Quiroga se dieron cita decenas de vecinos para, al filo de las tres de la tarde, recibirlos con paraguas azules y amarillos, los colores de la bandera ucraniana.

Atrás quedan seis días intensos y difíciles para el convoy de tres vehículos que promovieron Miguel Garrido y Mayte Pérez y al que se sumaron otros cuatro vecinos de la comarca, uno de ellos ucraniano. Para ella, esta aventura ha sido "una de las mejores experiencias de mi vida por la lección que traemos aprendida de que hay que ayudar", aunque reconoce que "ha sido muy duro física y moralmente".

Vecinos de Quiroga y Ribas de Sil recibieron con la bandera ucraniana a los expedicionarios. C.J.G.
Vecinos de Quiroga y Ribas de Sil recibieron con la bandera ucraniana a los expedicionarios. C.J.G.

Entre la caravana y las furgonetas llevaron 2.500 kilos de ayuda y consiguieron transportar de vuelta a nueve refugiados. Dos de ellos se quedaron en Francia y los otros siete continuaron camino hasta Quiroga. Son una madre con sus dos hijos, una mujer que viaja sola, una menor que tiene familia en el municipio y dos personas más que en los próximos días viajarán hasta Sevilla.

Los cuatro primeros serán alojados en una casa cedida temporalmente por una vecina de Ribas de Sil y será este Concello el que se encargue de todo lo que precisen. Por otra parte, la menor, llamada Solomia Makohon, de 13 años, es sobrina de Iryna Fesiuk, una ucraniana que regenta desde hace unos años el Bar Matrioshka en Quiroga, y se quedará a vivir con ella. Confía en su rápida adaptación, en parte gracias a Olga, la hija de Iryna, "que es de la edad de Solomia y crecieron juntas, así que no va a haber problema", dijo.

Iryna lleva toda la semana muy nerviosa y, aunque ahora está feliz por la llegada de su sobrina, sigue preocupada por sus padres, que continúan en Ucrania. Mantiene un contacto fluido con ellos y suelen hablar tres veces al día, aunque a veces falla la cobertura. Su familia vive a medio camino entre Kiev y la frontera polaca, una zona relativamente tranquila hasta la madrugada de este viernes, cuando empezaron a bombardear localidades a 60 kilómetros de su lugar de residencia.

Es el mismo temor que pasa por la cabeza de Igor Melnychuk, un ucraniano que reside desde hace años en una aldea de Ribas de Sil y que no dudó en embarcarse en el convoy en cuanto se lo propusieron. "Estoy preocupado por mi familia porque a dos kilómetros hay un antiguo aeropuerto militar y puede pasar cualquier cosa", cuenta.

Lo más chocante, destacaban este viernes los expedicionarios quirogueses a su regreso, es la situación que se vive en la frontera entre Polonia y Ucrania. Para recoger a Solomia tuvieron que desplazarse a Medyka, población del sureste polaco, y allí pudieron contemplar una estampa desoladora.

"Facía un frío espantoso e moito vento e era impactante a cantidade de lixo acumulado", señala Antonio Pérez, otro de los miembros de la expedición, mientras que Igor añade que en las zonas fronterizas "se están concentrando cientos de miles de personas. Muchas viajan en trenes sin luz, como latas de sardinas".

Una refugiada que vivirá en San Clodio indicó que haber llegado "hasta aquí es como un milagro". Se llama María e inició este viernes su nueva vida con una sonrisa y un gran brillo en los ojos.

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