Miguel Romaní Martínez (1946-2022)

Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Instituto de Estudios Gallegos Padre Sarmiento (CSIC – XuGa)

Miguel Romaní. AEP
photo_camera Miguel Romaní. AEP

Al amanecer del pasado 8 de julio fallecía el profesor Miguel Romaní Martínez, primer y hasta el momento único catedrático de Ciencias y Técnicas Historiográficas de la Universidad de Santiago de Compostela. Sucedió en Málaga, su ciudad jubilar. A todos, familiares, amigos, colegas, discípulos... nos sorprendió la fatal noticia. Y es que Miguel, brillante profesor de pose humilde, pero muy valorado y querido por sus alumnos, no dejaba indiferente a nadie que cruzase con él unas palabras, por su estilo socarrón, irónico y por momentos críptico, pero de gran capacidad narrativa y memoria privilegiada “cuando se me activan las neuronas”, solía decir, que lo convertían en un aventajado conversador, cordial y muy entretenido. Pero más allá de esto, detrás de ese hombre de apariencia frágil y de inseguridad patológica, se encontraba el amigo fiel e incondicional, el consejero leal, el intelectual honesto, el paleógrafo de raza... el Magister en el sentido clásico. Miguel Romaní era así, sorprendente, arrollador. “Soy bastante surrealista”, diría.

Octavo de diez hermanos, cinco hombres y cinco mujeres: dos catedráticos de Universidad, dos catedráticas de instituto, una farmacéutica, una filóloga, dos juristas (una secretaria de Administración Local y un coronel auditor de la Armada) y dos coroneles médicos. Vecino de la Rúa del Villar, fue testigo de no pocas peripecias juveniles de unos tiempos difíciles que calificaba a su xeito como “de desharrapados, de militares chusqueros y de clérigos compostelanos, pero gente de orden”, que le gustaba relatar con un aire novelesco que, como lector empedernido, dominaba a la perfección.

Ya desde sus años juveniles destacó por sus cualidades literarias, siendo un asiduo colaborador de la revista Vamos, del entonces Colegio Minerva, hoy M. Peleteiro, en el que cursó el Bachillerato. Después de alcanzar el Campeonato de España Juvenil de Halterofilia, labró su temprana vocación docente en el Colegio Peleteiro, y ya desde las aulas universitarias -una vez licenciado en Filosofía y Letras, sección Historia, año 1968- profundizó sus saberes teóricos y prácticos, además de especializarse en tareas administrativas universitarias por imperativo de aquellos años de progresiva masificación en las aulas y carencias de todo tipo de personal. Desde esos puestos de "chupatintas" -que reconocía le habían enseñado a manejarse con soltura en la gestión universitaria, a la que tanto tiempo dedicó después- se convirtió en memoria viva de la convulsa Facultad de Filosofía y Letras -hoy de Geografía e Historia- de los años de la Transición, observando desde tan privilegiada atalaya la no poca fatuidad académica que se avecinaba.

De esta manera, con mucho esfuerzo, ilusión y difuso porvenir, fue consolidando su inclinación hacia la Paleografía y la Diplomática, de la mano -sobre todo- de su venerado profesor don Ángel Rodríguez González, encargándose como P(e)(eNe)(eNe) -profesor ayudante, adjunto, encargado...- de dar clase en asignaturas variopintas, que nadie quería o se atrevía a impartir, que desde su licenciatura compaginaba con la metódica y rigurosa transcripción de los pergaminos del monasterio de Oseira. Pero no todo eran menesteres académicos: formaba una familia con Maica, practicaba la esgrima y el tiro olímpico y atendía como orgulloso consorte la torre da Cova de Cesures, otra de sus numerosas y polifacéticas aficiones, en la que llegó a ser un consumado especialista en arboricultura, conciliando de este modo la historia con tareas campestres, como tan repetidamente veía plasmadas -salvando las distancias, naturalmente- en los documentos que transcribía.


Pasaron así años de trabajo oculto, de salarios miserables, de sinsabores, de templar gaitas y de padecer algunos agravios e injusticias, hasta que el 30 de mayo de 1989, bajo la dirección del muy querido y aclamado P. José García Oro, obtuvo el grado de Doctor con su reconocida y gruesísima tesis sobre la documentación e historia del monasterio de Santa María de Oseira hasta 1300, que desde el punto de vista historiográfico lo identificará para siempre con el gran monasterio cisterciense orensano.

En 1991 alcanzaría por oposición la titularidad universitaria, en una reñida oposición, en la que compitió y venció a un catedrático de la materia ya maduro, consolidándose a partir de entonces en la tríada gallega de referencia de los estudios heurísticos hispánicos junto al propio P. García Oro y la recordada María José Portela Silva. No tardó en obtener la acreditación nacional para ingresar en el Cuerpo de Catedráticos de Universidad, y pasados unos años de obtenerla, aún a pesar de su disidencia de "la ciencia del plantexamento" que tan acertadamente calificó, ganaría por oposición y sin miembros de la universidad compostelana en el tribunal, la cátedra de Ciencias y Técnicas Historiográficas, con la que alcanzaría la jubilación en el curso 2015/2016.

El profesor Miguel Romaní era un paleógrafo vocacional, fiel al estigma que siempre acompaña a los que deciden apostar por la visión empírica de la ciencia histórica, un incondicional de la dimensión heurística del patrimonio documental, del análisis crítico de los documentos escritos, de la edición de fuentes. Su empeño consistía en apostar por la formación de un nutrido grupo de profesionales capacitados en aspectos prácticos y técnicos, de acercamiento más erudito o empírico, de crítica y edición de fuentes, que ayudasen a analizar e interpretar los documentos en su contexto histórico y los hiciese visibles en la investigación científica para preservar nuestra identidad cultural mediante, por ejemplo, la edición sistemática de corpora documentales.

A este fin, un descrédito para no pocos colegas y agencias evaluadoras, dedicó su magisterio, su labor docente e investigadora: en este sentido, la historiografía de Oseira, Dozón, Chantada, Vivero, Ermelo, Juntas del Reino de Galicia y de otros lugares e instituciones tendrá siempre, con toda justicia, algo de romanina. Y muchos de sus discípulos agradecidos permanecemos en el ademán.

Descanse en paz Miguel Romaní Martínez, compañero, profesor, maestro y amigo, siempre en el recuerdo de muchos, muchísimos, que lo apreciamos con devoción por sus cualidades humanas e intelectuales, por su abnegado servicio a la heurística gallega.

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