A la muerte de Alejandrino Fernández Barreiro

Con profundo dolor conocimos el martes 14 de octubre el fallecimiento de Alejandrino Fernández Barreiro después de una breve pero fatal enfermedad contra la que lucharon los médicos del CHUAC, a quienes quiero hacer llegar su agradecimiento y reconocimiento por el buen hacer y trato como él me manifestó. A todos los que le apreciabais por haber sido sus alumnos, discípulos, compañeros en la Universidad, en la Academia gallega de jurisprudencia, o más atrás en el tiempo en la política autonómica, os agradezco los sentimientos de pésame que nos hicisteis llegar. Como sus méritos como catedrático de Derecho Romano, cargos académicos, decano, director del centro Uned Pontevedra, y políticos, conselleiro de Cultura y parlamentario autonómico, son de sobra conocidos, me centraré en la persona del ‘maestro’ que tuve la fortuna de disfrutar a lo largo de 40 años. Hombre austero, humanista, con la elegancia clásica de los grandes profesores, ensimismado en sus pensamientos era muy cercano con quienes acudíamos a él en busca de criterio o dirección en las encrucijadas de la vida. No buscó los honores y honró los recibidos como su pertenencia a la Academia Gallega de Jurisprudencia, el premio Ursicino Álvarez o su condición de profesor de Honor de la UDC. Siempre reconoció que tuvo una vida plena, salud, familia, amigos, discípulos, reconocimiento social y la fortuna de vivir en su historia personal «momentos fuertes» como la creación de la Uned, el surgir de la Autonomía en Galicia, el nacimiento de la UCD, su partido, y de la UDC, su universidad, o de la nueva Facultad de Derecho obra tan suya, y sintió como un privilegio el poder ayudar a configurar tan importantes instituciones.

Como profesor, con la benevolencia del sabio, retribuía con gran generosidad el esfuerzo de sus alumnos, haciendo de lo que en otros lares era barrera infranqueable algo sencillo y querido por los alumnos, pues pensaba como pensamos que «si el Derecho romano fuera algo tan complejo no hubiera sobrevivido tantos siglos» y no deberíamos hacerlo artificialmente difícil. Muy apreciado por los estudiantes extranjeros y por aquellos que venían a terminar sus estudios a A Coruña y a quienes superando todas barreras llevaba a un cabal conocimiento de los fundamentos jurídicos de nuestra cultura. Hombre de profundas creencias, las practicó con coherencia y su mejor elogio fúnebre lo hizo una señora de mucha edad que acercándose me dijo «mira Julio, era un hombre bueno y está en el cielo» ¡qué suerte provocar en quien parecía conocerle bien esas seguridades! Era así mi querido maestro Alejandrino y, por ello, digno de imitación y eterno recuerdo en la memoria de quienes le hemos conocido. Descanse en paz el profesor Alejandrino que supo aprender y enseñar.

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