Fuiste una gran colaboradora de la Dulce Navidad y te esforzabas para ayudar a todos los que por sus circunstancias lo necesitaban.
¡Cómo te gustaba leer el Evangelio! Además, lo hacías con una profundidad, una fe y una sensibilidad que se reflejaban en tu rostro, con una dulce sonrisa que invitaba a la reflexión.
Fueron muchos los años que nos acompañaste, sin perder ni un solo día, hasta que la enfermedad te impidió asistir a nuestras reuniones.
Tu discreción y solidaridad fueron siempre las virtudes que llenaron tu vida, dispuesta a ayudar y trabajar en favor de los demás.
Son muchos los recuerdos que guardamos de tu paso por nuestro grupo, y ahora que el Señor quiso llevarte con Él quiero que sepas que ese recuerdo permanecerá en nuestros corazones hasta que volvamos a reunirnos contigo en la felicidad eterna.
Un abrazo. ¡Que Dios te colme de bien!