Yo no puedo

VENGO DE UNA mala semana, remate de una mala década. Tal vez, de una mala vida, ya veremos. O será que me estoy dando cuenta de que envejecer no es lo que me habían contado, que sienta fatal, tanto que me estoy pensando seriamente dejar de hacerlo, plantarme aquí. Yo ya no puedo con esto.

A muchos de nosotros, en nuestra desorientación, nos pasa como a los dos grandes partidos ahora, que no acabamos de comprender el mensaje que nos manda la vida, como ellos no aciertan a leer el de las urnas. Solo queremos ver frikis y extremistas donde el resto ve juventud y esperanzas.

Yo ya iba intuyendo que algo de esto pasaba viendo las reacciones de políticos con sueldo y analistas con dueño sobre los resultados de las elecciones europeas, encastillados en su mismidad. Pero me vine definitivamente abajo al ver las fotografías y entrevistas publicadas estos días con motivo de la actuación en Lugo de Teresa Rabal, una de las figuras del movimiento infantil que en su tiempo lideró la transición en este país: el paso del régimen monopolista de Gabi, Fofó y Miliki a un horizonte en el que aparecían Eva Nasarre en mallas, Farra Fawcett-Majors en pelotas en la revista Lib o la mens- truación de Bea en Verano Azul. Y la rubia del anuncio de «Fa, los limones salvajes del Caribe» desnuda bajo una cascada, que eso sí fue populismo rupturista y no la coleta de Pablo Iglesias.

Sí, lo sé, tuve un despertar sexual bastante confuso, como el despertar del país a la democracia. Aquello solo podía ir a peor, tendríamos que habernos dado cuenta entonces, haber sabido leer las señales. Hasta los robots de nuestras series de animación atacaban lanzado sus tetas contra los malos, a la orden de «¡pechos fuera!», y los mítines acababan con Fraga quitándose la chaqueta para ofrecer unas hostias a quién se pusiera a tiro. Pero ya no hay nada que hacerle, aquello no tiene remedio. De aquellos barros, estos lodos.

Y ahora miro las fotos de Teresa Rabal con la misma sensación de fracaso que los partidos políticos tradicionales miran los resultados electorales, sin querer comprender nada. Y es que no podemos, porque Teresa Rabal presenta su espectáculo musical infantil en una feria de caballos y los perroflautas se apoderan de nuestros euroescaños. ¿Qué hemos hecho de nuestras vidas, en qué hemos convertido nuestro sistema, qué fue de la rubia de Fa, cómo hemos podido abandonarnos tanto?

No podemos, porque no hay cosa más difícil que asumir que nuestro tiempo ha pasado. Y que lo que venga tendrá muchas posibilidades de ser mejor, a poca suerte que tengan y muy a nuestro pesar, porque nosotros éramos lo más. Como pasar de Marisol en tetas en la portada de Interviú al porno en internet, no hay color.

No bajé a mis hijos a ver a Teresa Rabal, no sabría cómo explicárselo. La pequeña va a cumplir seis años y ya hace uno y medio que pasa de los Cantajuegos. Ahora está escuchando canciones de Violeta en la tablet, como para animarse al ‘Veo Veo’. El mayor tiene diez y supongo que es cuestión de muy poco tiempo que comience a hacer sus propias lecturas subliminales del poco subliminal vídeo de Shakira y Rihanna que tanto le gusta de Los 40 Principales.

Tampoco bajé solo, no sabría como explicármelo. Me gustaría poder seguir engañándome a mí mismo, seguir creyendo que aquello, lo nuestro, era mucho mejor, más seguro, más entretenido. Más gobernable, como alegan ahora esos políticos avejentados y sus voceros casposos, para proteger el viejo sistema que tantos beneficios les procura, como si no hubiera sido mucho más gobernable el sistema del que veníamos cuando el circo de Gabi, Fofó y Miliki, un solo ciudadano, un solo voto.

No reniego de Teresa Rabal, lo nuestro estuvo bien mientras duró. Pero ya nada es como lo de antes, ni siquiera los niños. Afortunadamente. La gente ya se ha hartado del «me pongo de pie, me vuelvo a sentar», nadie quiere volverse a sentar porque ni siquiera quedan oficios a los que jugar.

El tiempo, cuando es mucho y pasa más rápido para unos que para otros, no le sienta bien a nadie. Solo carga el rostro de arrugas, la memoria de prejuicios y el sistema de podredumbre. Yo lo he descubierto en el reflejo de las fotos de Teresa Rabal. Otros deberían encontrarlo en los resultados electorales. Y asumir que no podemos, que ya no.

(Publicado en la edición impresa el 1 de junio de 2014)

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