Y si no es ya, ya será

no tengo ni puñetera idea de lo que pasa, pero me encanta que esté pasando. Las ideas y, sobre todo, el debate generado entre el caos argumentativo y la confusión ideológica de eso que hemos dado en llamar movimiento de indignados es lo más sano que le ha pasado a la política y a la sociedad de este país en años.

Llevo una semana devorando información al respecto, y lo único que he podido constatar con toda seguridad es el desconcierto generalizado en el que nos hemos sumido, especialmente reconfortante en el caso de partidos políticos y medios de comunicación. Las reacciones de los políticos profesionales y la relación de artículos e intervenciones de nuestros conspicuos analistas políticos sobre este fenómeno forman un hilarante catálogo de sandeces, simplezas y desatinos, una documentada prueba de cargo sobre lo tontos que podemos llegar a ser los más listos que nadie cuando nos pillan con el paso cambiado.

En nuestras mentes compartimentadas al servicio del sistema no hay todavía herramientas adecuadas para abordar un movimiento popular como el generado al grito de «democracia real ya». No podemos concebir que la que se ha liado no la haya liado nadie; que miles de personas salgan a las plazas de decenas de ciudades movidas únicamente por un sentimiento impreciso de frustración y cabreo; citadas a través de ese moderno boca a boca que son las redes sociales, sin ninguna mano que meza la cuna por detrás. No, tiene que haber alguien: un ministro, un terrorista, un taxista radicalizado, los del Circo del Sol, el director del coro de La Almudena... quien sea, pero alguien.

Y, además, esa masa sólo puede nutrirse de porreros, izquierdosos, antisistema, vagos, guarros, perroflautas y niños de papá sin oficio ni beneficio, auténticos maleantes que quieren destruir el paraíso que tanto nos costó crear a la gente de bien.

Puestos a pasarnos de frenada, tampoco por el otro lado nos hemos quedado cortos. Hemos oído desde que es el retorno de la democracia a su origen más puro, el del ágora y la ciudadanía, hasta que será el germen de un nuevo mundo, el año cero de una sociedad justa de toda justicia en la que los jinetes del Apocalipsis serán descabalgados, los banqueros repartirán dinero a manos llenas, no quedará ni un piso vacío ni una persona sin techo y todos los políticos renunciarán a sus salarios y prebendas para inmolarse en el altar del bien común. Y entre un extremo y el otro, todos los medios que queramos verbalizar.

Lo que yo he visto con estos ojos que se van a comer los gusanos -del resto del cuerpo, poco más van a poder aprovechar- es un grupo de gente dispar, con muy poco en común más allá de su sensación de que por este camino, el que sea, no vamos a ninguna parte y de que éste es un momento tan bueno como cualquier otro para cambiar el rumbo.

He visto a personas que tienen la utopía como objetivo irrenunciable debatiendo propuestas con otras que sólo aspiran a tener un suelo donde poner los pies; he visto a jubilados arengando a jóvenes conformistas; he visto a periodistas ofreciendo líneas a quienes sólo pedían rigor; he visto a padres pelear por el futuro de sus hijos ausentes; he visto como se defendían los argumentos más absurdos y las más lógicas de las reivindicaciones.

Y ninguno de ellos es capaz de decir hacia dónde va esto, qué pasará más allá de esta jornada. Esa es, realmente, la clave, encontrar la fórmula para convertir todo este deseo de cambio en el cambio en sí mismo. Yo creo que no será hoy, que probablemente la influencia que puedan tener en unas elecciones locales es limitada. Pero creo que será, y que no será muy tarde. A lo mejor ni siquiera será muy profundo, pero será.

Y si no es, no pasa nada. Ya ha servido para algo: para despertarnos como sociedad de la pesadilla narcotizada que estábamos soñando y para generar en nuestras calles y en nuestros bares y en nuestras sobremesas un debate que hace ya tiempo que deberíamos haber enfrentado, para generar la duda en aquellos que tienen la responsabilidad de facilitar el cambio, aunque sólo sea por instinto de supervivencia.

Pese a la elaborada opinión en contra de esos padres de la patria que se reúnen en la junta electoral, nunca en toda la democracia ese estandarte de nuestro fosilizado sistema electoral que llamamos día de reflexión había cobrado tanto sentido. Y me encanta.

Comentarios