''La gente se tiraba al agua''

María del Mar y Antonio, flanqueados por sus hijos y nueras en la celebración de las bodas de plata.
photo_camera María del Mar y Antonio, flanqueados por sus hijos y nueras en la celebración de las bodas de plata.

Antonio Prado y María del Mar Paz, de Seixas (Cospeito), embarcaron el martes en su primer crucero, un regalo por sus 25 años de casados. Regresarán antes de lo previsto, después de haber sobrevivido a una pesadilla dantesca que se ha cobrado vidas.

Antonio Prado ha visto varias veces la película ‘Titanic’ y asegura que las escenas que vivió a bordo del Costa Concordia se le parecían mucho. Mesas cayendo por el suelo, caos, gritos, histeria, lanchas que no se desenganchaban y gente «tirándose á agua desde máis de 15 metros. Din que algún dos que morreu foi por iso, desde esa altura o impacto é terrible», dice. Él y su mujer, María del Mar, se encontraban ayer en un hotel cercano al aeropuerto de Roma, a la espera de que les asignaran plaza en un avión para volver a casa y dejar atrás un viaje de ensueño que se tornó pesadilla.

El crucero comenzó el martes. Sus hijos, amigos y familiares les habían preparado el fin de semana anterior una fiesta sorpresa por sus bodas de plata. No se esperaban nada, y se encontraron vestidos de novios, con un banquete nupcial montado y varios regalos de boda, entre ellos un crucero por Italia. Embarcaron en Mallorca para pasar siete días navegando por el Mediterráneo en un barco que sus hijos habían escogido, entre otras cosas, por su seguridad. «Era un barco nuevo, de 2006, y nunca había tenido ningún problema. Hablaban muy bien de él», cuenta Beatriz, una de sus nueras.

Lo cierto es que hasta el pasado viernes no tuvieron ningún contratiempo, salvo alguna queja con el bufé porque se renovaba poco. Pero el barco iba muy bien. «Non se movía nada», describe Antonio. Pero en la cena del viernes, alrededor de las 21.30, empezó el horror. «Sentiuse un ruído e foise a luz. O barco empezouse a inclinar, pero foise quedando. Primeiro dixeron que fallaba un motor e que se iba solucionar», pero no fue así. «Inclinouse máis e dixeron que foramos poñendo os chalecos salvavidas», relata Antonio. Todo fue a peor, las mesas caían al suelo y empezó la angustia.

Los dirigieron hacia el cuarto piso, donde estaban los botes salvavidas y se disparó el pánico entre los pasajeros. «Non se podían usar os ascensores, había que ir polas escaleiras», dice Antonio, que recuerda gritos, llantos, amagos de desmayos y a mucha gente desesperada por reunirse con sus familiares o amigos.

En la cuarta planta continuó la desesperación. «Estivemos alí esperando ata as once e cuarto. Os helicópteros xa levaban un cacho voando por riba cando empezaron a baixar os botes e a metade quedaron no barco porque non se deron desenganchado». Para entonces el barco ya era muy inestable. «Inclinábase moito, había que estar case deitado no chan para permanecer vertical e a agua xa estaba no segundo piso».

Entre parte de la tripulación y el pasaje corrió la voz de que el capitán no estaba al tanto cuando ocurrió el accidente y que la evacuación se paró hasta que él, con el resto del cuerpo de mando, abandonaron el buque después de haber cogido la recaudación del casino y las excursiones de la caja fuerte. «A xente estaba moi nerviosa, fóra de si, e algún dos que había alí se o pillan liquídano», cuenta Antonio. Entre el caos, hubo gente que decidió saltar y llegó nadando a la orilla. Antonio reconoce que a ellos también se les pasó por la cabeza.

A las once y media de la noche, Antonio y María del Mar llegaban con lo puesto a la pequeña isla de Giglio. A las cinco aún seguían las labores de rescate. «Fíxose moi mal, nesas primeiras dúas horas tiña que estar toda a xente fóra», cuenta Antonio, con más ganas que nunca de regresar a casa.

ACOGIDA
Un hombre de Giglio les dejó una habitación para pasar la noche

Antonio y María del Mar se encontraron en Giglio, sanos y salvos, pero con lo puesto. Ropa de abrigo, joyas, dinero, cámaras de vídeo, todo se hundía con el barco, aunque les quedaba alguna documentación y un teléfono móvil para avisar a casa de que estaban bien. Los habitantes de la isla se esmeraron en atender a los supervivientes, pero su capacidad era limitada porque cuadruplicaban en número a la población.

La iglesia de la pequeña isla se llenó de pasajeros apretujados entre ellos para sacudirse el frío y los vecinos ofrecían también sus casas. A Antonio y a su mujer los acogió un hombre que les dejó una habitación de su casa e incluso la llave para que salieran y entraran cuando quisieran. La compartieron con otras tres familias, una de ellas una pareja formada por una jerezana y un indio que habían conocido en el barco. «Ben deitamos nel -dice Antonio- porque falaba varios idiomas e axudounos moito con todo. Ten feito cinco cruceiros e sempre dixo que ningún tan mal coma este».

De madrugada los avisaron de que tenían que irse corriendo si querían coger el último ferry a la península, que los llevó a Santo Stefano, donde estaba el ejército y donde les proporcionaron mantas, bebidas calientes y comida.

Desde allí los trasladaron a un hotel. El consulado español se puso en contacto con ellos y les aseguró que serían repatriados en el primer vuelo posible, seguramente a lo largo del día de hoy.

Comentarios