Volar, el sueño de Ícaro hecho realidad

DESDE EL CIELO. Trabajar a vista de pájaro o recorrer el mundo desde otra perspectiva. Varios pilotos de la comarca de Terra Chá y del municipio de As Pontes narran sus experiencias entre las nubes al frente de una aeronave, una pasión, dicen, que "engancha"
Vilalba, a vista de pájaro
photo_camera Vilalba, a vista de pájaro

La idea de volar es tan antigua como la humanidad. La atracción por el cielo, desde emular a un pájaro hasta la conquista espacial, ha sido un sueño perseguido por muchos a lo largo de toda la historia. Y lo que parecía inalcanzable en su momento se convirtió con el tiempo en una posibilidad real. Dicen los que se ponen a los mandos de una aeronave que ya no hay marcha atrás, porque colgarse las alas y conocer el mundo desde las nubes engancha. Son varios los chairegos y ponteses que han convertido el sueño de Ícaro de volar en su pasión o, incluso, su profesión. Algunos narran sus sensaciones al alzar vuelo.

Guillermo Cabarcos, piloto pontés

   GUILLERMO CABARCOS

    61 años. Constructor y piloto de avionetas de As Pontes   

   "Voar é algo indescritible e os que estamos enganchados sabemos que é un trastorno"

Como Dédalo, el padre de Ícaro, el pontés Guillermo Cabarcos diseña y crea con sus propias manos los aparatos que le permiten después alzar el vuelo. Aunque sus avionetas están hechas con piezas que compra en EE.UU. o Francia y poco tienen que ver con las alas de plumas y cera de la mitología.

Prejubilado de Endesa y aficionado al vuelo desde la década de los 70, Cabarcos asegura que es «un romántico» de la aviación, aunque reconoce que era algo que tenía mitificado. Echa la vista atrás y asegura que recuerda poco de sus inicios, cuando consiguió la licencia en Santiago.

«É tan vello que xa non me acordo», dice un hombre que fue instructor, que se considera «case tan piloto como construtor», pero que se define como «inxenioso, non enxeñeiro».

«Voar non ten moita explicación. É ese bicho que te pica e xa non hai antídoto. É indescritible», dice, y asegura que puede pasar bastantes días sin volar. «Pero xa estou co síndrome de abstinencia», apunta. Cinco minutos en el aire, asegura, «xa serven para quedar con paz interior».

En estos años, diseñó y construyó cinco avionetas diferentes con las que voló por medio mundo, por una Europa que «acababa en Georgia ou no Cabo Norte». «As feiras de Inglaterra eran habituais; as de Francia, obrigadas, así como a Volta a Portugal e A Festa da Fraga», dice al tiempo que explica que «unha das formas de poder voar é facer o teu propio avión». «É moi gratificante», asegura, y precisa: «Para os enxeñeiros os avións son ferros fríos e números, e para os pilotos aquilo ten alma».

Tiene hangar en A Coruña aunque prefiere Rozas, en Castro de Rei, «polo ambiente aeronáutico». Es socio del Real Aeroclub de Lugo, «o mellor da volta», y dice sentir un «tremendo respecto» por la aviación de Portugal.

Dejó hace tiempo de apuntar sus horas de vuelo. «Os que estamos enganchados consideramos que é un trastorno, pero sabemos manter o equilibrio. O vicio de voar barato non é, ou metes diñeiro ou traballo», dice. ¿El sueño? «Moito tempo por diante para voar sosegadamente dende Cedeira a Biarritz e de camiño facer sete ‘cambalhotas’ na estratosfera».

Manuel Legaspi, piloto de Castro de Rei   MANUEL LEGASPI 

   56 años. Piloto de Mondriz y secretario del Real Aeroclub de Lugo  

   "Ves el mundo distinto, lo puedes ver horizontal y vertical, hay otra dimensión"

«Siempre digo que no podría ser patrón de barco porque tenía los aviones al lado, los veía todos los días desde niño», explica Manuel Legaspi. Vive a siete minutos a pie del aeródromo de Rozas y eso marca cualquier infancia.

«Lo de ser piloto era una espinita. Empecé a trabajar, soy funcionario del Estado, y fui haciendo el montoncito para poder pagar el curso para sacar la licencia. Iba apartando 5.000 pesetas cuando podía, de aquella el curso eran 500.000», recuerda.

Antes de pagar, un amigo le hizo un bautismo aéreo en Rozas, y ese vuelo, si ya no tenía apenas dudas, le multiplicó las ganas de saber volar. «Ves el mundo distinto, lo puedes ver horizontal y vertical. Es una dimensión más», dice un hombre que cumplió el sueño de Ícaro, suyo desde niño.

«Lo mejor es la sensación de libertad total. Te olvidas de los que hay abajo. Aunque pilotando hay tensión. No es como en el coche, nadie mira el móvil», describe con una sonrisa, y habla sobre el que para él es el momento más complicado, el despegue «porque llegas a una fase crítica cuando llevas consumido parte de la pista que tienes que subir sí o sí».

«No llevo la cuenta, pero puedo sumar en torno a 500 horas de vuelo y el viaje más largo fue a Madrid», dice. Lo suyo no son metas ni largas distancias. «Lo importante es el hecho de volar, no el sitio», pero reconoce sentir debilidad por ver la comarca chairega desde el aire.

«No tengo avioneta, las alquilamos en el club por horas, y seguiré volando hasta que la cartera y las fuerzas aguanten», asegura un hombre que también probó el helicóptero y el vuelo sin motor y que anima a todo el mundo a ver Lugo desde las alturas. «Una vez en la vida hay que darse el gusto» aconseja un amante del cielo.

Sergio Vilaboy, piloto pontés   SERGIO VILABOY

   44 años. Piloto, comandante e instructor pontés de Air Europa

  "Me encanta el reto diario de despegar con 233.000 kilos y 390 pasajeros y cruzar el  Atlántico"

Sergio Vilaboy tenía claro desde niño que su pasión era «todo lo relacionado con los motores, la velocidad y la potencia», por lo que, cuando una tía le habló de los pilotos, decidió apostar.

Estudió aeronáutica y empezó a volar en el servicio militar en el Ejército del Aire. Hizo sus primeros pinitos en una pequeña empresa en el aeropuerto de A Coruña para dar el salto en 1999 a Air Europa, empresa en la que no dejó de crecer. Hoy es comandante en la Flota Trasatlántica Airbus 330.

«No soy objetivo, me apasiona mi trabajo. Me encanta el reto diario de despegar con 233.000 kilos, 390 pasajeros detrás, cruzar el Atlántico, evitar tormentas, pasear entre las nubes...», relata, mientras habla de la gran cantidad de cursos y pruebas a los que los someten continuamente. «No has terminado uno y ya tenemos otros. Es nuestro pequeño sufrimiento», dice.

«Por muy alto que volemos, nuestros pasajeros esperan que tengamos siempre los pies en la tierra para poder tomar las decisiones más seguras y responsables posibles. Lo hacemos y ese es uno de los motivos por los que los aviones son el medio de transporte más seguro», defiende.

«El avión que vuelo en este momento tiene capacidad para aterrizar con visibilidad nula y las tripulaciones estamos entrenadas para ello», ejemplifica mientras asegura que aunque ya ha vivido situaciones muy complicadas, con los procedimientos de emergencias, todas se solventaron sin «ningún tipo de riesgo para el vuelo».

Tras 26 años entre nubes y después de rebasar las 10.000 horas de vuelo, no recuerda casi por cuantos países pasó, aunque reconoce tener algo descuidado el mapa «más allá de Estambul».

Felipe Debasa, piloto vilalbés  FELIPE DEBASA 

  43 años. Historiador y piloto aficionado de Vilalba

  "Volar es una gimnasia para el cerebro acostumbrado a trabajar en planos sin relieve"

Felipe Debasa, natural de Vilalba, es historiador, pero el mundo de la aviación es su gran pasión. «Aplicar las aficiones al trabajo es practicar la metodología del Conocimiento Transversal, uno de los objetivos del observatorio que dirijo en la Universidad Rey Juan Carlos I de Madrid», explica un hombre que voló «en 15 países diferentes y en diversos artefactos, algunos de época», participó en seminarios e impartió una asignatura de Historia de la Aviación.

«Siendo muy niño, mi padre me sentó en sus rodillas para ver el aterrizaje de una nave espacial. Debí pensar que el futuro ya no estaba en la tierra sino en el cielo y ahí nació mi afición por volar», relata. A los 16 años consiguió ser piloto de parapente y hoy es socio y alumno del Aeroclub de Lugo.

«Cada medio tiene su ventaja. La finalidad es volar, la herramienta es secundaria». Lo describe como «un conjunto de sensaciones y experiencias que abren la mente». «Volar es una gimnasia para el cerebro acostumbrado a trabajar en planos sin relieve. Las cosas desde el cielo se ven muy diferentes, se relativizan», apunta.

«Es una experiencia de libertad», dice, pero defiende que requiere «aprendizaje, concentración y serenidad». «Un piloto es un gestor de procesos que debe tomar decisiones adecuadas en función del momento. No se puede volar de manera impulsiva, ni con los sentimientos a flor de piel», precisa, y alaba los «recursos paisajísticos impresionantes desde el aire» de la provincia de Lugo , así como su potencial de «turismo aeronáutico», «emergiendo gracias a iniciativas como el Critérium Aeronáutico organizado por nuestro aeroclub cada verano».

No suele pasar más de dos horas en el aire -ya por cuestiones biológicas, explica entre bromas- y sueña con probar un dirigible y volar hacia la estratosfera en globo sobre Europa o visitar la Tranquility Lodge 2000 de Buzz Aldrin. «Pronto llegará el turismo orbital», dice, y recuerda que los vuelos intercontinentales «hoy accesibles para nosotros, eran impensables para nuestros padres».

Pepe Baamonde, piloto pontés

   PEPE BAAMONDE

   31 años. Piloto de una compañía privada que trabaja para la ONT

 "Saber que con ese vuelo estás salvando una vida motiva más y hace que estés al 110%"

«Desde pequeño, cuando iba de viaje con mi familia, siempre estaba impaciente por llegar al aeropuerto y ver los aviones. Era algo mágico. Poco a poco empecé a sentir curiosidad y en un vuelo, cuando tenía 15 años, mi madre le pidió a la tripulación si podía visitar la cabina. En ese momento decidí qué era lo que quería hacer», relata el piloto pontés Pepe Baamonde.

Estudió en Madrid y con 21 años se hizo instructor. Trabajó en varias escuelas de vuelo y de trabajos aéreos, enseñando, haciendo vuelos turísticos o volando de piloto de seguridad hasta que en 2012 entró en una compañía dedicada a la aviación ejecutiva. En 2014 se hizo comandante y después de un tiempo se fue dos años a Londres hasta hace unos meses, que entró en una compañía española que vuela para la Organización Nacional de Transplantes (ONT).

«Aunque sigo haciendo vuelos privados, mi misión principal es llevar órganos y al equipo médico en vuelos nacionales e internacionales. Es un trabajo muy importante y me siento orgulloso de formar parte de un equipo que lleva vida y esperanza a quien lo necesita», relata un piloto que lleva la cuenta de sus horas de vuelo, algo que le encanta para ver cómo avanza. «Eso hace que cada vez haga mi trabajo mejor», dice.

«Lo mejor de volar es que cada viaje es diferente y, sobre todo, la sensación de libertad que sientes cuando vas tan alto y tan rápido», asegura. ¿Lo más difícil? «Estar fuera de casa y perderte muchas cosas», apunta mientras explica que ser piloto «es un trabajo que conlleva mucha responsabilidad, porque la gente que va dentro del avión pone su vida en tus manos». «En mi caso, aparte del equipo médico, también nos espera en tierra una persona que necesita el órgano para vivir. Saber que con ese vuelo estás salvando una vida motiva más y hace que estés al 110% desde que te subes el avión».

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