Villanueva, en la Academia


DOMINGO
La Academia recibe hoy como miembro de número a Darío Villanueva. Es una incorporación justa, por los méritos que concurren en el recipiendario, más que sobrados, y que prestigia a la propia institución, de un tiempo a esta parte demasiado laxa en cuanto a exigencia de merecimientos a los aspirantes, dicho sea con los mayores respetos para los mingotes, los cebrianes y los fernangómeces.

La candidatura del catedrático y filólogo vilalbés había sido presentada por Francisco Ayala, Guillermo Rojo y Luis Goytisolo. Estoy seguro que para el profesor Villanueva constituye motivo de especial satisfacción ocupar el sillón que dejó vacante Alonso Zamora Vicente, catedrático, como él, de la universidad de Compostela.

En alguna reseña periodística, redactada con la buena intención de subrayar paralelismos, se afirmaba que Zamora Vicente también había sido, al igual que Darío Villanueva, rector de la Universidad gallega, cargo que no desempeñó nunca. Don Alonso llegó a Santiago en 1942, destinado no como catedrático de la Universidad, sino del Instituto Masculino. A los pocos meses de su llegada se creó la cátedra de Dialectología Española y se le designó para que la profesase. Creo que las cosas fueron así.

No tengo ahora en la memoria los nombres de los lugueses que antecedieron al profesor Villanueva como ocupantes de un sillón en la Academia de la Lengua. Ahora mismo me salen dos, Nicomedes Pastor Díaz (que fue también numerario de la de Ciencias Morales y Políticas) y Juan Rof Carballo. A otros, injustamente, se les regateó esa pequeña gloria. Por ejemplo, a Álvaro Cunqueiro y a Evaristo Correa Calderón. Cunqueiro entró en la Academia después de muerto: de la mano de Elena Quiroga, quien le dedicó su discurso de ingreso.

En cuanto a Correa, tengo la impresión de que nunca llegó a mostrar interés por el sillón. O tal vez se mantuvo dignamente al margen de peticiones y maniobras, que por lo visto son procedimientos de probada eficacia en la docta casa. Correa era muy amigo de Eugenio Montes, de Lázaro Carreter y de Torrente Ballester: creo que, a nada que les hubiera insinuado sus deseos de ser académico, gustosamente hubieran actuado de muñidores.

El actual presidente de la Academia es, como se sabe, Víctor García de la Concha. Me parece que ya conté otra vez que debe sus primeras lecturas sesudas a sus veranos en Chantada: se lucraba de la magnífica biblioteca de don Avelino Gómez Ledo, aquel cura sabio. Fue allí donde, siendo apenas un adolescente, leyó, para asombro de don Dámaso Alonso, Ave Maris Stella, la novela de Amós de Escalante.

LUNES
Se anuncia un otoño pictóricamente muy interesante. En la sala Clérigos inaugurará, para octubre o noviembre, Coté Vázquez Cereijo, o mejor Coté Pimentel, como le llamamos en Lugo. Por esas mismas fechas, el Museo Provincial acogerá sendas exposiciones antológicas de Joaquín García-Gesto y Ángel González Doreste.

MARTES
La huelga de transportistas apenas se hace notar en Lugo. Al menos, de momento. Sin embargo, oigo que algunas personas se quejan de que causa molestias y en algún periódico piden que el Gobierno intervenga en el conflicto con mano dura. Me limito a dos consideraciones: primera, el derecho a la huelga está reconocido en la Constitución; segunda, todas las huelgas se hacen para molestar. Si no, ¿de qué servirían?

Hay quien reprocha a Zapatero una cierta pasividad ante el problema. Pero el asunto es más peliagudo de lo que parece. Se trata de hacer compatibles dos libertades confrontadas: la de quienes deciden sumarse a la huelga y la de quienes prefieren seguir trabajando.

MIÉRCOLES
El Valle-Inclán, que preside Tonina Gay, prepara unas jornadas de homenaje a Celestino Fernández de la Vega. Me gusta comprobar que, después de algunos años de injustificable ninguneo (la independencia política se paga caro en este país nuestro), se empieza a hacer justicia a una de las figuras cimeras del ensayismo en Galicia.

JUEVES
Acaba de morir Gonzalo Anaya. Me veo con Alonso Montero, su gran amigo, y con él en la plaza de Santo Domingo. Pasaron muchos años. Republicano, ugetista, maestro de los de antes (y sin embargo, gran renovador de la pedagogía: las cosas siempre vuelven) y luego catedrático de universidad: en la de Santiago de Compostela enseñó Filosofía durante veinte años. Uno de los nombres más respetados en mi memoria sentimental.

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