Viaje a los orígenes de la lacra

POR FIN el punto de no retorno. Los lamentables sucesos protagonizados el pasado domingo en Madrid entre hinchas radicales de Atlético y Deportivo, con la muerte de un seguidor gallego como absurdo y triste resultado, parece el ‘Hillsborough’ del fútbol español, el momento a partir del cuál debe acabarse una lacra que amenaza el futuro del propio espectáculo deportivo. Las tragedias de Heysel (Bruselas) y Hillsborough, en Sheffield, siempre con los radicales del Liverpool bajo el foco, supusieron el punto a partir del cual el fútbol inglés comenzó a liberarse del yugo de los temidos ‘hooligans’, que para entonces, finales de los años ochenta del pasado siglo, contaban ya con un largo y poco edificante historial delictivo. Veinticinco años después, España se sube al carro de la persecución de un fenómeno intolerable y al que, salvo honrosas excepciones, no se ha plantado cara con firmeza y determinación. Aunque ninguna causa, tampoco el fútbol, merece que se pierda una sola vida humana es de esperar que la absurda muerte de Francisco Javier Romero, ‘Jimmy’, sirva para terminar de una vez con esta lacra. Hay que empezar a considerar a estos sujetos como simples delincuentes que utilizan el fútbol, y en otras ocasiones las manifestaciones, como excusa para ejercer la violencia. No hay más que fijarse en lo que sucede en el fútbol argentino, donde se pensó que la prohibición de desplazarse a las llamadas Barras Bravas con sus equipos iba a acabar con la espiral de violencia. Craso error. Si los Barras Bravas de un equipo no tienen enfrente a los de otro para molerse a palos no tienen problema: se zurran entre ellos.

Todo tiene su origen, y el movimiento ultra en España lo halla en los ochenta, verdadera década de liberación, desarrollo y modernización de un país reprimido y ensimismado tras cuatro décadas de dictadura franquista. Los ochenta trajeron indudables beneficios para la vida de los españoles, pero también problemas. Circunscrito al mundo del fútbol, el ‘hooliganismo’. De pronto aparecen grupos de hinchas ansiosos de imitar las proezas de los originales, escoceses e ingleses, que en aquel momento, antes de las tragedias de Heysel o Hillsborough, ya han firmado bochornosas páginas. Una de ellas, sin ir más lejos, en España. Hay que recordar cómo dejaron los seguidores del Glasgow Rangers el Camp Nou tras la final de la Recopa de 1972 ante el Dínamo de Moscú. Y eso que ganaron por 3-2. De haber perdido, probablemente habrían arrasado Barcelona. Dos millones de pesetas de entonces le costó al Barcelona reparar los cuantiosos daños sufridos en sus instalaciones.

El origen de este lamentable movimiento en España se halla concretamente en las gradas del Santiago Bernabéu, donde a raíz de una serie de eliminatorias con el Inter de Milán, hasta cinco en aquella década, saldadas todas con triunfo del Real Madrid, un grupo de jóvenes integrados en la peña madridista ‘Las Banderas’ traba contacto con los radicales del equipo italiano. Tanto se esforzaron por imitarlos que incluso adoptaron su nombre. Ultras Sur viene de Ultra Boys, los seguidores interistas fáciles de identificar entonces en Chamartín. Ataviados con bombines y bufandas ‘neroazzurri’, y siempre ubicados en una de las curvas del fondo norte del estadio, Ultra Boys y Ultras Sur traban amistad y peleas, porque lo uno no está reñido con lo otro en las mentes de estos sujetos. Siempre se ha vinculado a los Ultras Sur con la ultraderecha y ellos no lo han ocultado, pero lo cierto es que en sus orígenes el grupo estaba constituido por una heterogénea mezcla donde las llamadas tribus urbanas de entonces tenían su particular cuota de representación. Allí había punks, heavies, rockeros y hasta pijos. En poco tiempo, estos dejan paso a los elementos ultras, que para mediados de la década controlan ya el grupo y empiezan a gozar de privilegios por parte del club.

Al calor de las sucesivas directivas del Real Madrid, los Ultras Sur crecen y comienzan su historial delictivo. Como los hooligans ingleses viajan siempre con el equipo, además a un precio módico al que no tiene acceso el resto de aficionados. Y allá por donde van siembran el terreno. Cometen en carreteras y poblaciones todo tipo de fechorías y, aún peor, en señal de venganza empiezan a aparecer allá donde van grupos similares. Así surge al poco el Frente Atlético. También los Boixos Nois (Barcelona), que tuvieron su antecedente en los denominados ‘Morenos’. En Bilbao aparecen los Herri Norte, en Pamplona los Indar Gorri, en San Sebastián la peña Múgika, en Valencia los Yomus, en Zaragoza los Ligallo, en Sevilla los Biris, en A Coruña los Riazor Blues, en Vigo los Celtarras...

A comienzos de los noventa estos grupos están perfectamente organizados para ejercer su único fin, la violencia gratuita. Los clubes, pese a sus fechorías, los protegen. La vieja cantinela, oída tantas veces en el Bernabéu, de que son los únicos que animan cala en todas partes. El fútbol español avanza por una ruta bien conocida ya en países como Gran Bretaña, Italia, Holanda o Alemania, algunos de los cuales ya han emprendido el camino de regreso a la cordura. Así, mientras que en Inglaterra se acaba con decisión con la lacra, en España esta se hace cada vez más fuerte. La escalada es continua. Los incidentes son habituales. Y, lo peor, empieza a cobrarse víctimas. Pero ni así los clubes españoles se deciden a reconocer el problema. Los ultras, ya entonces pero aún hoy, mantienen sus privilegios (descuentos increíbles en viajes, gestión de entradas, cesión de locales en los propios estadios para que guarden «sus cosas») y gracias a la vista gorda de los clubes empiezan a manejar generosas cantidades de dinero. Ni siquiera el asesinato en diciembre de 1998 de Aitor Zabaleta a las puertas del Vicente Calderón abre los ojos a las directivas. El autor material del crimen, Ricardo Guerra, aún hoy cumple condena.

Tienen que pasar casi diez años desde la muerte de Aitor Zabaleta para que, por fin, algo empiece a cambiar. Joan Laporta, presidente del Barcelona entre 2003 y 2011, se decide a cortar de raíz los lazos sólidos que unían al club azulgrana con los Boixos Nois. Desde 2005, dichos individuos han desaparecido del Camp Nou, donde sistemáticamente se les niega el acceso. Desde entonces, y todavía hoy, Laporta sufre amenazas constantes, pero se mantiene firme durante todo su mandato y, de momento, bajo las presidencias de Sandro Rosell y Josep María Bartomeu los Boixos siguen sin aparecer por el estadio, aunque algunos sectores del barcelonismo advierten de que desde la salida de Laporta del club se ha producido un acercamiento progresivo.

Hizo falta que los Ultras Sur, marcados al minuto en el Bernabéu desde el derribo de una portería en las semifinales de la Liga de Campeones de 1998 ante el Borussia Dortmund, se enfrentasen entre sí para que Florentino Pérez decidiese la total desvinculación del Madrid del grupúsculo neonazi. Tampoco le ha salido gratis a Pérez la decisión. Desde enero de este año, cuando tras una pelea entre subgrupos de Ultras Sur en las proximidades del Bernabéu antes de un partido contra el Celta Florentino Pérez decide expulsarlos, el presidente del Madrid y su familia han sufrido amenazas y vejaciones constantes, al igual que los seguidores que han ocupado la ahora llamada grada de animación, antes coto exclusivo de los ultras. No hay un día tranquilo en los exteriores del Bernabéu cuando juega el Madrid. El acoso de los ultras a madridistas, hinchas rivales y público general es constante. Tampoco hay un día de partido normal en los alrededores del Calderón, como atestiguan los atemorizados vecinos de la zona. Es cierto, como dijo Miguel Ángel Gil, que el Frente lleva años sin protagonizar graves incidentes dentro del estadio más allá de las groserías verbales al uso o el lanzamiento de un mechero a Cristiano Ronaldo. Fuera es otro cantar. Y lo sucedido el pasado domingo es su obra magna. Quizá también, es de desear, el principio de su fin. Por cierto que los ultras no son solo protegidos por las directivas, sino también por otros aficionados. De hecho, el autor del lanzamiento del mechero a Cristiano Ronaldo se escabulló del lugar encubierto por aficionados del Atlético. Jamás ha podido ser identificado por la Policía.

Solo hay un camino para erradicar la violencia del entorno del fútbol español y Barcelona y Real Madrid han marcado los tiempos al resto. El fútbol inglés pagó un alto precio en vidas humanas perdidas en Bruselas y Sheffield, en descrédito e incluso con su exclusión durante cinco años de las competiciones europeas, pero hoy puede decir que el problema está erradicado. No es fácil, tiene su riesgo, sobre todo en poblaciones pequeñas, pero merece la pena por el buen nombre de un deporte tan bello como el fútbol, tantas veces manchado por la ominosa presencia de estos delincuentes.

(Publicado en la edición impresa el 6 de diciembre de 2014)

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