Una realidad de penurias

Un refugiado sirio y una voluntaria en campamentos de Grecia relataron en Viveiro su situación
La voluntaria Leticia Santaballa y el refugiado sirio Ahmad Al-Ahmad
photo_camera La voluntaria Leticia Santaballa y el refugiado sirio Ahmad Al-Ahmad

El refugiado sirio Ahmad Al-Ahmad y la voluntaria Leticia Santaballa hablaron ayer en el conservatorio de Viveiro sobre la situación en los campamentos de Grecia -tiene 51-, una realidad desconocida. Ahmad invita a ser críticos con la información, recalca que no es refugiado «por elección», subraya que se marchó de su país porque no podía permanecer allí a causa de la guerra. Ansía el final de esta, pero cree que tendrá que pasar un tiempo hasta que acabe y quienes abandonaron el país se sientan seguros para volver. Mientras, apuesta porque los exiliados intenten hacer vida en otros países.

Ahmad explica que para entender lo que viven las personas de Siria hay que verlo «con los propios ojos» un campo de refugiados, donde asegura que ni se cubren sus necesidades ni se les ofrece una alternativa real de integración. Porque el programa diseñado para la recolocación de los refugiados no funciona realmente como tal y solo para recibir ayudas, pero además impone un férreo control sobre estos.

Este joven sirio, de 31 años, considera necesario separar el concepto de refugiado del de terrorista del Estado Islámico, ya que su vinculación no favorece la ayuda humanitaria.

Los campos creados por Grecia tienen carencias de comida, educación, necesidad de techar las tiendas de campaña, todo ello para «poder sentirse humanos», clama Ahmad. La voluntaria incide en esa idea, pues considera que las ayudas se enfocan a personas que no pueden valerse por si mismas, a la caridad, cuando lo que se precisa es «escuchar lo que necesitan y ayudarles a que lo hagan, que sepan las condiciones en que van a estar y cuánto tiempo. Hay que tratarlos de tú a tú, dejar el servilismo».

«Hay que escuchar lo que necesitan y ayudarles a que lo hagan, que sepan las condiciones en que van a estar y cuánto tiempo»

Leticia señala que durante sus siete meses de estancia en los campamentos «vi cambios en los niños, que se acostumbraron a pedir, pero eso lo creamos nosotros». Lo pasó especialmente mal en uno con graves problemas eléctricos y de fontanería «que no les permitían reparar a los refugiados a pesar de que muchos eran electricistas o fontaneros y podían hacerlo dándoles herramientas, pero se está generando una dependencia absurda».

La joven, de ascendencia vicedense y coruñesa, entró en contacto con esta situación al viajar a Grecia en febrero pasado para hacer una ruta por los Balcanes. Una semana antes de sus vacaciones arribó a este país, donde conoció la situación y decidió quedarse para echar una mano. Leticia comenta que las condiciones empeoraron a medida que pasó el tiempo, puesto que al llegar encontró una frontera abierta a través de la que podían acceder iraquíes, sirios y afganos para tomar un bocadillo, proveerse de ropa y seguir camino, pero el acuerdo de la Unión Europea con Turquía supuso el cierre y la separación de familias.

CAMINO DIFÍCIL. La ruta hasta el campamento era una larga travesía con el frío como compañero, sin agua y sin comida, pero cuando llegaban tampoco había para todos. Leticia conoció a Ahmad buscando la chaqueta de una amiga en un campo de 13.000 personas. «Él hablaba un poco de inglés y quería ayudar, y nosotros teníamos muchas ganas de que nos tradujesen, nos acompañó y después siguió colaborando».

Las condiciones en los campos son «muy malas, están alejados de los núcleos urbanos, el agua no es potable y están a merced de las ONGs, pero además desaparece gente, niños, por el tráfico de órganos y sexual, y hay violaciones. Una amiga encontró un contenedor en Serbia con 1.500 niños vivos dentro. Los campamentos están deshumanizados, hay colas, incendios, el suelo está contaminado y se inundan. Es muy difícil de creer que estemos en la Unión Europea. Me siento muy avergonzada. El sistema es muy lento y las cuotas de acogida no se cumplen. España lo está haciendo muy mal. Hay personas que llevan un año esperando», lamenta.

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