Una palabra que no va a misa

EL CURA LO FUE TODO en el medio rural durante siglos. Era el pastor de las almas de sus feligreses, pero, además, hasta hace pocas décadas, era el asistente social, el taxista, el gestor administrativo e, incluso, el director de muchas de las obras que se hacían. Ahora, su papel ya no es tan primordial, porque en el Estado de Derecho la Administración ha asumido competencias que antes ignoraba, y han dejado de ser intocables, porque los vecinos opinan libremente y se quejan cuando no les gustan las cosas. Por eso, la relación del sacerdote con sus feligreses es cada vez más determinante para asegurar la tranquilidad de la comunidad y, en este sentido, en los últimos días hemos asistido en la provincia a situaciones diametralmente opuestas. Mientras los feligreses de Conforto, en A Pontenova, y los de Riotorto arremeten contra sus párrocos, hasta el punto de que el primero fue separado de la parroquia, los de Antas de Ulla y Palas de Rei ofrecen homenajes multitudinarios a los suyos.

¿Cuál es la diferencia entre unos casos y otros? No es una cuestión de divergencias religiosas, sino de las distintas actitudes de los sacerdotes con sus feligreses.

Por poner un ejemplo, Luis Otero, tras 50 años ordenado y 33 de párroco en Antas de Ulla, recibió el reconocimiento público por su labor en un acto en el que sus vecinos le demostraron un aprecio profundo y sincero. Y es que don Luis fue, durante su trayectoria en el municipio ulloano, algo más que un hombre de Dios, fue también un todoterreno, preocupado por el bienestar de los integrantes de su comunidad. A él, o por lo menos a sus gestiones, se deben muchas obras realizadas en el municipio, desde pistas de acceso a núcleos rurales hasta traídas de agua, pasando por la propia iglesia parroquial.

Al mismo tiempo, en Palas de Rei rendían tributo a su párroco, Manuel Faílde Cortizo, que pasará a la historia del municipio, entre muchas otras cosas, por lograr la financiación y, sobre todo por unir a los vecinos, para reconstruir la iglesia de la localidad, ya que cuando llegó a Palas, a principios de los 50, no había templo, porque se había derrumbado, y las misas se oficiaban en un garaje. También promovió la construcción de otras infraestructuras y, en todos los casos, su éxito se debió a la implicación de los feligreses en plan Fuenteovejuna, todos a una.

Por el contrario, en A Pontenova, los vecinos no podían ni ver a su párroco, Xosé Ángel Fernández, que asesorado, según denunciaron, por su colega de Riotorto, Antonio Rúa, que tampoco es ajeno a las críticas en sus parroquias, decidió restaurar la imagen de la Virgen sin comentarlo con los feligreses, que llegaron a la conclusión de que la había cambiado. Eso no fue más que la gota que colmó el vaso, porque el malestar con este sacerdote era generalizado desde poco después de llegar a la parroquia, hace un par de años, ya que hacía y deshacía exclusivamente según su criterio y sin importarle lo que opinaban los feligreses.

La rebelión en Conforto tiene un precedente muy cerca geográficamente, en Trabada. El sacerdote José Emilio Silvaje Aparisi fue nombrado párroco de Sante y los vecinos acabaron denunciándole por el hurto de imágenes de varias iglesias de las que era responsable. Fue juzgado y el caso está pendiente de sentencia.

Hay un elemento común en todos estos casos, porque los sacerdotes implicados no son unos carcas de los de antaño, sino jóvenes y posiblemente mejor preparados que sus antecesores, pero llegan a una parroquia y acaban casi a palos con sus feligreses, simplemente porque no se relacionan lo suficiente con ellos, ni tienen en cuenta sus opiniones, y acaban subidos al púlpito marcando las distancias.

Menos mal que lo de Conforto, Riotorto o Trabada son excepciones, porque también hay sacerdotes que han sabido entrar con buen pie en sus respectivas comunidades y que se convierten en su voz cuando hay que alzarla ante alguna injusticia, como le ocurre a Luis Ángel Rodríguez Patiño, párroco de Labrada, en Guitiriz, que no se corta en decir lo que piensa y en defender los intereses de los vecinos, aunque sea enfrentándose a la cúpula eclesiástica. En otros casos, provocan protestas, pero no por sus actuaciones, sino porque son trasladados a otras parroquias, como ocurrió en Outeiro de Rei, cuando el Obispado decidió llevarse al sacerdote José Manuel Castro a O Páramo y los vecinos, que estaban encantados con este joven cura, se quejaron, aunque no les sirvió de nada.

Está claro que todo es cuestión de actitudes y que el cura, aunque sigue siendo importante en el medio rural, ya no es todopoderoso y su palabra ya no va a misa sin contar con la opinión de los feligreses.

(Publicado en la edición impresa el 5 de octubre de 2014)

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