Una noche cualquiera

LOS AMANECERES en el Clavi siempre me sentaron como una mano de hostias, y éste no iba a ser diferente. En la acera, esperando al taxi, trataba de huir de la luz de otra mañana abierta en canal mientras evitaba las miradas inquisidoras de las señoras con carritos de la compra y los niños enmochilados camino del colegio. En la cabeza, en la nariz, en el paladar, en el pulso, sentía con fuerza los efectos de mi lealtad a mi combinado favorito, Cardhu con Ducados, que me anunciaban un futuro próximo, casi adosado, de clavos en las sienes y rechazos intestinales. Nada nuevo bajo el sol, por otro lado.

Y eso que el día, el anterior, no había ido mal. Alberto Grandío y sus secuaces de Escobijazz habían programado para esa tarde-noche de noviembre una actuación de Ximo Tebar en el Círculo, dentro del Festival de Jazz. Había hablado con el músico valenciano en el salón regio y luego tenía que acercarme hasta los ensayos del concierto que Joan Manuel Serrat iba a dar esa misma noche en el auditorio, el único que había entonces, el único que hay ahora. Entre los acompañantes de ambos se podían contar seis o siete de los mejores músicos del circuito profesional.

Luego, cosas del periodismo, no pude escuchar a ninguno de los dos, porque estaba contándoles a los lectores del día siguiente que había estrellas internacionales del jazz que sólo conocían Lugo por su festival y cantautores de referencia tan profesionales que eran capaces de atender a los medios en una fría sala de despiece de carne reconvertida en camerino, y pese a todo ser amables.

(Algún día, lejano, cuando ya no necesitemos el Gustavo Freire, el Colegio de Arquitectos de Lugo le deberá un homenaje a los hombres que diseñaron y construyeron un edificio tan perfecto que después de toda una vida dando servicio y de varias remodelaciones sigue manteniendo intactas las características principales de aquello para lo que fue concebido, para matadero).

Pero entonces era más joven y más rápido de ideas y de dedos, y la pereza todavía no me había consumido la voluntad, así que aún me dio tiempo a llegar al concierto de la noche en el Clavi. Como casi siempre pasa con lo que merece la pena, lo bueno llegó cuando el local ya estaba semivacío y los hígados y los riñones, semisaturados. Con el trabajo cumplido y ganas de todo, esos seis o siete músicos de los que hablaba se dejaron caer por allí.

Un par de copas, unas anécdotas, y las ganas de bronca reventaron como suelen reventar a esas horas de la noche, a mano armada. Como pandilleros disputándose el control de las calles más libérrimas de la música, todos subían y bajaban del escenario sin respetar la vez, arrebatándose el saxo, el piano, la trompeta, el contrabajo, las baquetas... desafiándose sobre las notas de un standar cualquiera, lanzándose solos como quien lanza puñaladas, con el jazz sangrando a borbotones. Nadie pudo grabar aquella jam session, pero creo que ninguno de los pocos colgados que resistimos podrá olvidarla, convertida ya en el patrón a partir del que medimos desde entonces todo cuanto concierto nos bebemos.

Demasiada excitación como para irse a dormir. Mejor lo de siempre, cuatro amigos y un póquer de los de antes, sin cálculo de probabilidades ni mariconadas, con baraja recortada por los doses, del siete a la jota, cinco naipes, un descarte y el que más chifle, capador. El hábitat natural de Alberto Grandío, coñac con cola en vaso ancho y Coronas a degüello, el auténtico concejal de cultura de esta ciudad durante veinticinco años, los que ahora cumple su local, el Clavicémbalo.

Creo que aquella noche fue una de las imposibles de Alberto, que juega a las cartas como a la vida, como si realmente supiera lo que hace, arriesgando todo en cada ciega, repartiendo juego, apurando cada trío, en una ruleta rusa permanente y divertida. Todos los billetes para él, menos el que se llevó el taxista madrugador, eficaz esa mañana, sin frenazos, sin rodeos, sin semáforos rojos, tú tranquilo que esto va rápido y por favor no me vomites en el coche.

Debo al Clavi un buen puñado de mis mayores satisfacciones profesionales, muchos grandes momentos personales, tres o cuatro buenos amigos y las dos únicas veces que tuve que pedir un adelanto sobre mi nómina. Mañana comienza otro Festival de Jazz de Lugo, el número 21. Y amanece, que no es poco.

Comentarios