Una Iglesia excomulgada

Papamóvil. Foto: EFE
photo_camera Papamóvil. Foto: EFE

FUI UNA VEZ soldado del Papa. Fue una experiencia breve, como todas las mías con los ejércitos, porque nunca tuve el cuerpo para desfiles ni el ánimo para obediencias, y salí de ella sin cicatrices, que ya es bastante. Fue en 1984, en Zaragoza, cuando Juan Pablo II estaba cimentando su leyenda del Papa Viajero y la fe se contaba en kilómetros y no en manifestantes, como ahora.

A mi madre le daba devoción, a mi padre le daba arcadas y a mis hermanos les daba la risa, así que me tocó a mí, que para eso era el pequeño y estudiaba en los Maristas. Así que mi madre y yo nos metimos un viaje de tres horas en tren hacia tierras del Pilar y otras seis o siete de espera bajo un sol de secarral aragonés.

Nos compramos unas banderitas de esas blancas y amarillas con el «Totus tuus» que creo que aún andan por algún cajón de casa, lo vimos un ratito como de pasada y nos volvimos por donde habíamos venido, ella contenta y yo con una ansiedad del copón bendito porque no me había podido fumar ni uno de los cigarrillos del paquete de Sombra que llevaba escondido en el calcetín. No vi a ninguna de esas miles de entusiastas adolescentes que ahora enfocan en los reportajes sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud. Quién me las diera entonces, hubiera movido montañas.

No me interesó casi nada de lo que vi, y entendí aún menos. O lo entendí todo, que es peor. Por entonces aún conservaba la fe, aunque ya empezaba a perder trocitos por los pupitres de las preguntas sin respuesta de las clases de Religión, los reproches con penitencia de los confesionarios, los sermones tremendos de la misa de doce y las convivencias con truco del opusino Club Glera. Para cuando me quise dar cuenta, ya solo me quedaban la costumbre y cuatro oraciones ocupando sitio en la memoria.

Ahora me pregunto si aquel viaje me hubiera servido de algo, si hubiera sido distinto lo de después, sin en lugar de ir a ver al Papa de los Legionarios de Cristo hubiera ido a ver a este de ahora, el tal Francisco. Bueno, supongo que será más o menos la misma pregunta que se están haciendo en este mismo momento la práctica totalidad de la curia de la Iglesia católica, empezando por nuestra ponderada Conferencia Episcopal, si es que cuando salgan estas líneas todavía no ha sido excomulgada en pleno, que por el camino que lleva la cosa...

Hubiera dado dinero por ver la cara de Rouco Varela mientras leía «yo nunca he sido de derechas» en la entrevista con Francisco que han publicado las revistas jesuitas. Suerte tiene que le ha cogido el asunto al borde de la jubilación y que de esta vez le van a aceptar en Roma la renuncia sí o sí. La reacción de los medios de comunicación oficiales de la Conferencia, como el ABC o la Cope, tratando de restar trascendencia a las revolucionarias palabras del Papa, lo dice todo. Si serían revolucionarias que a muchos en la Iglesia les ha recordado a Cristo, con lo que se le teme al alborotador ese en los palacios episcopales.

Del mismo modo, lo dice todo sobre el lugar al que había llegado la Iglesia que resulte subversivo hablar contra la discriminación de los gays o de la mujer, contra la ostentación o contra la ambición de poder. «Nuestros pastores tienen que oler más a oveja y menos a pastor», opina el tipo del R-4. Una lástima que quien menos vaya a utilizar el papamóvil blindado sea precisamente quien más lo necesita.

Es verdad que todavía no ha hecho nada irreversible y que le queda un auténtico viacrucis por delante para convertir en hechos siquiera una mínima parte de lo que prometen sus palabras, pero su simple llegada ha supuesto ya un cambio radical en las anquilosadas estructuras de la multinacional católica. La audiencia con el ideólogo de la Teología de la Liberación, Gustavo Gutiérrez, es una prueba para mí más que suficiente de que realmente este potrero está dispuesto a jugársela hasta donde haga falta. Y se la está jugando, eso seguro.

Sé que todavía han de pasar muchos papas de buena voluntad para compensar todo el daño hecho durante siglos en nombre de un Dios convertido en venganza, castigo y oscuridad, pero el simple hecho de que se haya cambiado el rictus por la sonrisa es una buena nueva.

Creo que para mí este Papa, como cualquier otro, ya llega muy tarde, porque hace mucho que dejé el vicio de los milagros, pero a lo mejor resulta que ha llegado a tiempo para el mundo. Si es así, Dios lo bendiga.

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