Una historia en blanco y negro

Un joven observa las fotografías de las paredes de O Mesón (Foto: Toño Parga)
photo_camera Un joven observa las fotografías de las paredes de O Mesón (Foto: Toño Parga)

Una fotografía en color sepia que parece tomada en cualquier ciudad europea lejos del rural gallego retrata un jovencísimo Leopoldo acompañado de la que acababa de convertirse en su mujer, una joven de belleza y elegancia poco habituales que era costurera. Ese matrimonio estaba llamado a ser el sucesor de Concepción, la propietaria de O Mesón de la parroquia taboadesa de O Castelo, y en esa boda, dado el nombre de la familia y su tradición en la zona, no se escatimó en gastos ni invitados.

Eran jóvenes y guapos, una pareja de película -dicen los que miran la fotografía en la actualidad- sin embargo, el destino les tenía reservada una mala pasada y un día hace 52 años cuando Leopoldo salía en bicicleta un camión acababa con su vida.

Fue a raíz de ese trágico suceso cuando tuvo que tomar las riendas de O Mesón la hermana de Leopoldo, llamada Maruja, quien a su vez le pasó el negocio a su hijo, José Manuel Varela, el actual propietario del establecimiento junto con su esposa.

O Mesón fue siempre el centro neurálgico de la vida social de Castelo, una de las parroquias más pobladas del municipio de Taboada y una de las primeras en tener luz eléctrica y pistas de acceso. Pistas que construyeron entre los propios vecinos que sacrificaron sus trabajos y pusieron su jornal a favor de la causa común. Y luz eléctrica que venía de un rudimentario salto que crearon en el río.

En ese establecimiento, que hacía las veces de tienda y cantina, se fraguó gran parte de la historia del pueblo. Una historia que para los que en aquel momento sólo eran niños, como Francisco Rodríguez, editor de profesión, está marcada por la imagen de las estanterías del local llenas de latas de sardinas y cajetillas de tabaco.

Fueron muchos los que se hicieron hombres en O Mesón, los que disputaron allí su partida diaria y fue en ese local donde los más pequeños aprendieron de los más mayores los secretos de la vida.

Ahora, y más de un siglo después de que naciese O Mesón, el vecino Francisco Rodríguez con el apoyo del dueño del local y de otros vecinos, puso en marcha una exposición fotográfica que recoge en más de 200 instantáneas la vida de Castelo hace más de cincuenta años.

La fotografía de Leopoldo y su esposa es una de las que más destacan entre todas las que cuelgan en la pared del local pero también hay otras en las que aparece Maruja, la madre de José Manuel Varela. Ella se puso al frente del Mesón porque se lo impuso la vida pero supo llevar el negocio tan bien como lo hubiese hecho su hermano.

«A Maruja era ouro de lei», dice Francisco Rodríguez, «era todo confraternidade e unión», añade, y así queda reflejado en la muestra. Se murió hace un cuarto de siglo, cuando tenía 54 años, y paradójicamente falleció el mismo año que su abuela Concepción, la fundadora de O Mesón, que contaba en aquel momento con 104 años. Contradicciones de la vida, comenta Varela, una tan joven y otra tan anciana se tuvieron que ir en el mismo año.

RECUERDOS

José Manuel Varela tiene ahora en las fotografías de fiestas, de ferias, de comidas y de labores del campo un refuerzo para su memoria y el recuerdo de los suyos mucho más cercano. Dice que la mayoría de las fotos fueron tomadas antes de que él naciera o cuando era muy joven, de ahí que muchos de los que aparecen ya han fallecido. Pero quizá por eso la muestra tiene todavía más valor, ya que son muchos los que llegan a verla buscando una imagen de sus antepasados que en su casa no se conserva.

La exposición llama la atención de los más viejos, que luchan por reconocerse en cada imagen, y de los jóvenes que se quedan sorprendidos de las formas de vestir y las costumbres de la época. «Aínda que non te creas, algunhas modas parece que volven», comentan los que echan un ojo a las instantáneas.

Las paredes de O Mesón dan cuenta estos días de la trayectoria de una parroquia que en la actualidad tiene apenas cuarenta vecinos pero que, por ejemplo, en 1936, según los registros del sacerdote, tenía 400 residentes.

La soledad y la despoblación son las notas dominantes de Castelo durante todo el año y los clientes de O Mesón también mermaron considerablemente. Pese a todo, el próximo 7 de septiembre la parroquia celebrará su tradicional fiesta de As Fachas y ese día recuperará puntualmente su esplendor.

LAS FACHAS, EL OTRO EMBLEMA DEL PUEBLO

Paradójicamente, la muestra de fotos de la cantina de Castelo no recoge apenas imágenes de uno de los eventos más emblemáticos de la población: la fiesta de As Fachas, que está declarada de Interés Turístico y Cultural. La convocatoria ha recuperado toda su importancia gracias al trabajo de un buen grupo de vecinos capitaneado por Francisco Rodríguez y la gente que a diario se reunía en O Mesón. Pero también tuvo sus momentos críticos.

Accidente

Hace unos cuarenta años la quema de las fachas que cada año se hacía en el castro de Castelo tuvo que suspenderse. Cuando los medios antiincendios eran muy escasos a los vecinos se les escaparon las llamas de las antorchas que portaban y prendieron fuego en la maleza y la vegetación de la zona. Apunta José Manuel Varela que se pasaron la noche apagando las llamas y velando por la integridad del pueblo en lugar de estar de fiesta. A partir de ese año se anuló la convocatoria en el castro y en los siguientes septiembres sólo se encendían algunas fachas en el centro del pueblo, al lado de O Mesón, y de forma simbólica.

Recuperación

Fue hace quince años cuando los vecinos apostaron por recuperar las fachas y devolverlas al castro. Desde aquella entre 30 y 40 fachas arden en Castelo cada 7 de septiembre.

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