Una fiesta de todos

La sociedad gallega celebra ya como propia y diferencial la jornada del 25 de julio como Día de Galicia. Es un día de fiesta que nos afirma y reconoce en lo que somos, y nos identificamos como gallegos, sin que ello implique negar o contraponerse a nadie. No se ve ya afortunadamente como una jornada de protestas y de manifestaciones políticas de la izquierda nacionalista, con independencia del respeto que merecen quienes estimen oportuno manifestarse en términos partidarios en este día. El Día de Galicia tiene ciertamente un componente político profundo que no debería verse monopolizado por una posición partidaria o ideológica concreta. También en su dimensión política es y ha de ser una jornada de todos cuantos se sienten gallegos. Lo simbólicamente deseable sería la existencia de un acto cívico, como la tradicional ofrenda en el Panteón de Galegos Ilustres que, con la carga de solemnidad posible, congregase a todo el conjunto político presente en el Parlamento, a las instituciones y a la sociedad civil. La dimensión política innegable y necesaria es la de una Galicia que tiene tareas pendientes de encuentro unitario: en la lengua y la cultura, sin alimentar la esterilidad del absurdo y falso conflicto que por los extremos buscan los maximalismos, también muchas veces la falta de sensibilidad. Y hay una tarea de unidad para construir el futuro en bases económicas sólidas desde la convicción colectiva de que es responsabilidad de todos que los jóvenes construyan aquí futuro, en el esfuerzo, la iniciativa y el apoyo y reconocimiento a quien arriesga. La celebración del Día de Galicia prima como festiva, afirmación y reconocimiento de lo que somos sin que nadie se vea excluido o no se sienta protagonista de la celebración. Aquella ‘Alba de Gloria’ que Castelao cantaba en un día como hoy desde el exilio era un sonar de campanas festivas por toda Galicia.

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