El pasado 8 de julio, el estadounidense Will Rayder y su hijo Aydan, de nueve años, empezaban un camino físico y espiritual que los conducirá, primero, hasta Santiago de Compostela y de ahí, hasta al fin del mundo, a Finisterre.
Miles de kilómetros separan su Salem natal, en el estado de Massachusetts, de Baamonde, donde ayer recuperaban fuerzas en el restaurante Galicia. Pero las distancias no parecen importar cuando se trata de compartir tiempo «de calidad» y una experiencia única, padre e hijo, que tal vez en el futuro fuera más difícil de realizar.