Una camisa sudada

Él y mi oportunidad perdida. CABALAR
photo_camera Él y mi oportunidad perdida. CABALAR

LÁSTIMA, OTRA ocasión perdida, y ya no quedan muchas. Se ha casado la hija de Amancio Ortega, y no ha sido conmigo. Ella se lo pierde. Vale que no soy rico, ni guapo, ni joven, ni fuerte, ni listo, ni simpático, y que además ronco, pero soy limpio y trabajador, y eso en mi pueblo era suficiente para asegurarte una cama caliente y una compañía con contrato indefinido, aunque fuera resignada. A lo mejor no llegaba para conquistar el favor de la hija del hacendado con tractores de ruedas grandes, pero sí para cualquier hija de vecino, que con lo de la despoblación del rural no está el pueblo para escogidos.

El caso es que Marta no pudo elegir, porque la vida no le dio la oportunidad de conocerme, y se quedó con Sergio Álvarez, un jinete que monta muy bien, por lo que dicen. Yo también sé montar, incluso caballos sin arado, pero entiendo que no es lo mismo.

Como compensación a mi frustración, tengo que reconocer que la pareja me cae bien. Parecen trabajadores y limpios, como el padrino, que es uno de esos ricos riquísimos que no dan tirria, porque no van restregándonoslo por la cara a cada oportunidad. Viendo las imágenes del padre acompañando a la novia uno tiene la sensación de que es un paisano más del pueblo orgulloso de casar bien a la niña, en plan «¡eh, consuegros, no se hable más que el bodorrio lo pago yo!».

Amancio Ortega es uno de esos tipos a los que te puedes imaginar perfectamente a la puerta de la iglesia tirando duros y caramelos a la repela para el público, y después del banquete recorriendo las mesas sin chaqueta, con la camisa sudada y la corbata anudada a la cabeza, ofreciendo puros y Winston de batea:

-Coge, coge, que me los han traído de allí.

-No, gracias, es que no fumo.

-¡Pues coge pa’ luego, coño, que el gasto ya esta hecho! ¡Y que no vea yo que pasáis sed!

-¡Viva el padrino! ¡Que se besen, que se besen..!

Y es que uno agradece cierta normalidad, hasta cuando no tiene por qué. Yo creo que ése es el gran secreto de Amancio Ortega, que lo ha sabido hacer todo normal. Hasta la hija le ha quedado bien normal, como la ropa de Zara. Apañada, pero sin lujos. Le falta a la novia ese acabado que suelen tener los ricos ricos, bien porque les viene de suyo o bien porque se lo arreglan, ese ajuste fino que los distingue del resto cuando los vemos en las fotos. Marta parece menos trabajada en ese sentido, pero también más asequible, más nuestra. Es la misma diferencia que entre la ropa de lujo, la de las grandes firmas del diseño, y la de las tiendas de Inditex, que la caída no es la misma y no asientan igual, pero nos permiten a todos pasear con cierta dignidad por cuatro euros.

Hasta ha sido, a simple vista, una novia normalita, de las de toda la vida, estupenda en su vestido blanco, con su recogido al uso y sus nervios a flor de piel, sin el empaque de las novias ricas y famosas, radiantes y superfashion, acostumbradas al desfile, que se gustan ante los focos y los flases, como si sus bodas no se hubieran montado para ellas, sus propios y sus amigos, sino para el resto del mundo que no puede asistir. Puro exhibicionismo.

También el chaval parece buena gente, bien normal, dentro de la normalidad que se le puede exigir a un tipo que se dedica profesionalmente a la hípica. Está claro que ayer firmó el contrato de su vida, aunque me gustaría conocer los entresijos, porque en estos casos la ceremonia más importante suele ser ante notario, que es ante quien se han casado de siempre los ricos sin necesidad de que el PP les anuncie que les va a aprobar una ley.

Y es que el amor, cuando sobrepasa cierto número de ceros, suele estar lleno de cláusulas, porque ellos mejor que nadie saben que no hay inversiones seguras para toda la vida, ni siquiera en bonos alemanes. Por eso es mejor aclarar las cosas antes de que se rompa algo en la noche de bodas y nos liemos a la hora del reparto de los gananciales, porque hay cosas que no se solucionan con veinte días por año trabajado.

El caso es que no sé cuánto le durará el contrato de trabajo a Sergio Álvarez, pero sinceramente le deseo que mucho. Y si alguna vez, por un quítame allí esa galopada, Marta y don Amancio deciden descabalgar al jinete, pueden confiar en que en mí siempre encontrarán a un candidato normal, limpio, trabajador. Y en mi esposa, a una mujer aliviada.

barra libre

Soy trabajador y limpio, y eso era suficiente para asegurarte una cama caliente»

Comentarios