Una caballeriza en ruinas

EL CUARTEL de San Fernando no tiene quien le escriba. En realidad, de tan desgraciadito que es, no tiene ni quien lo inscriba a su nombre. Es como una de esas herencias envenenadas del tío soltero; una recua de sobrinos se tira diez años rifándoselo para que vaya a comer a sus casas el día de la fiesta, todos confiando en que cuando la palme de una vez les caiga encima un buen pellizco que les ayudes a sobrellevar la pena, y cuando por fin les deja descansar en paz el botín es tan ridículo que no cubre ni los gastos de notario y registro.

Al cuartel de San Fernando lo han invitado a comer muchas veces en los últimos lustros. Y pasó por casa de todos, aquí nadie se puede poner ahora de perfil. Primero, al Concello se le metió en los cuernos que era el único lugar razonable para el auditorio, otro que tal baila. No parecía mala idea entonces, cuando la política se hacía a base de inversiones sin tino y la gestión pública se medía en metros cuadrados. Desde aquellas, han pasado dos alcaldes, cuatro o cinco mandatos y otros tantos gobiernos nacionales y autonómicos. Todos de victoria en victoria hasta la derrota final.

No fueron fáciles las negociaciones con el Gobierno central: entre los infames Trillo y Bono, Defensa se quitó el problema de encima a cambio de dos millones y medios de euros de todos los lucenses. Dos benditos, Dios los tenga en su gloria, cuando proceda.

Pero era un auditorio con muy buena pinta en pleno centro histórico, merecía la pena. Entre proyectos, convenios y gaitas, la cosa se tasó en una inversión de otros seis millones. Pero, no me pregunten cómo, un año después ya se estaba hablando de once. Eso sí, parte lo pagaba el Concello, parte la Xunta y todo nosotros. Bueno, no pasa nada, ya metidos en gastos... hágase el concurso.

A mí, creo recordar, me gustaba el proyecto arquitectónico ganador. Supongo que también a algunos más, porque si no no lo hubieran elegido, pero de pronto apareció un sobrino segundo por parte de madre que también tenía algo que decir en esta herencia. Fue entonces cuando Lugo descubrió la existencia del Icomos, un ente hasta entonces desconocido y desde entonces desaparecido, con buenos enchufes en la Unesco y ganas de tocar las narices: como se haga así, amenazó, reducimos de nuevo la muralla de patrimonio mundial a tapia vieja.

A esas alturas, el auditorio se había retrasado otro lustro, ya no iba allí y su presupuesto había pasado a 20 millones. Aún estamos en ello, pero esa es otra historia.

Y mientras, el cuartel de San Fernando iba transmutando de gran esperanza a enorme marrón: un terreno estupendo en pleno centro histórico al que su propia consideración como bien de interés cultural y la inoperancia de las administraciones abocaba a la ruina. Pero no nos alborotemos, que aún no pasaba nada. La crisis ya estaba alcanzando su punto de cocción, pero todavía no era el momento de que nos lo dijeran, por si acaso: mejor hacemos un museo de la romanización.

Para mí que Lugo necesitaba entonces un centro de la romanización lo mismo que ahora, entre poco y nada. Ya estaban guardando turno el MILH y el templo de Mitra, el museo de San Roque ya estaba cerrado para hacer unas mejoras que seguimos esperando y el de Porta Miñá había asumido ya sus funciones de almacén ordenadito, pero allá fuimos con la romanización. Otro proyecto más encargado, pagado y presentado con gran algarabía y agradecimientos mutuos.

Hace más de un año que el Concello quiere ceder el edificio a la Xunta, para cumplir otro de sus acuerdos, pero a Cultura le daba la risa cada vez que le sacaban el tema. Hasta ahora, que ya no está la cosa para fiestas y lo ha dejado bien clarito: «¡¡¡Qué no, pesados!!!», acaba de espetar en sede parlamentaria la directora xeral del ramo.

Y, después de todo este recorrido, de todo el dinero y esfuerzo invertidos, ¿qué tenemos los lucenses? Los cimientos de un auditorio carísimo y una lonja para caballos en ruina. Lo único que se puede desear es que no se desprenda otra cornisa del edificio y le reviente los proyectos a alguien, aunque al menos a sus herederos les quedará el consuelo de que murió por la cultura. A manos de la cultura, de hecho.

El cuartel de San Fernando no tiene la culpa de nada y sigue siendo un sitio estupendo para hacer algo que ofrezca un servicio necesario para Lugo y sirva además para revitalizar la zona -creo que fueron los de EU los que propusieron hace poco hacer un gran centro de enseñanza, y a mí no me chirría la idea-, pero se ha convertido en otra metáfora local de la forma de gestionar la cosa pública que nos ha traído hasta donde estamos.

En todo este camino han metido mano de un modo u otro políticos de todos los partidos. Quiero suponer además que la gran mayoría lo han hecho con la mejor de sus voluntades, aunque si es así la única conclusión que resta es que simplemente no dan para más, lo que no sé si es peor. En cualquiera caso, han conseguido que el cuartel explique por sí solo nuestro pasado mejor que el contenido de cualquier museo.

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