Un viaje con destino a Raúl

NO PIERDE la ocasión de recordar a quien quiera oírlo que es hijo de un limpiabotas, a mucha honra, y que su viaje empezó como conductor de autobús. Raúl López sigue conduciendo autobuses, sólo que ahora son más de mil y su empresa Monbus se ha convertido en una referencia nacional en el transporte de viajeros. También él, poco a poco,  va ocupando el puesto de empresario de referencia al que siempre había aspirado, aunque ahora con menos ruido y más nueces. «Ahora me siento más respetado, y también yo respeto más. Pero es que yo, y no me lo tomes como petulancia, juego en otra división», explica, satisfecho.

Raúl López tiene fama de duro y de ser un águila para los negocios. No lo niega ni en un caso ni en el otro: «Soy duro, pero sobre todo conmigo mismo. Y soy un pillo en los negocios y busco socios pillos, no tontos. Pero soy leal». A Raúl a veces le pierden esa tendencia natural a la arroutada y la boca. Acostumbra a poner ejemplos reales para explicar algunas cosas. Sólo que esos ejemplos incluyen negociaciones con reconocibles políticos, empresarios o jugadores de baloncesto... explicadas en un tono ciertamente revelador pero un tanto indiscreto.

Le da lo mismo; si él piensa que lleva la razón, lo demás, los demás, son secundarios. Como la puntualidad. Llega al ‘Tempo’ con casi media hora de retraso, con un impecable traje oscuro y camisa azul con las iniciales bordadas. Un poquito de shiitake a la brasa con huevo de corral, témpura de verduras con salsa de soja, lubina y un Azpilicueta pedido por copas para que no repercuta ni en la factura ni en la barriga. Dicen los que le conocen que es más generoso con sus amigos que consigo mismo. «No soy ostentoso, disfruto con mi trabajo. Lo que más me gusta es navegar, y ahora compré un barco un poquito más grande porque me lo merecía. Pero nunca dejo de trabajar, ni en vacaciones».

Ciertamente, no es ostentoso en su vida, pero sí le gusta exhibir su poder, sus contactos, que se sepa con quién estás hablando. La nariz, junto a la mirada, le dan un aire de ave rapaz. La voz es nasal, nada limpia en la dicción. La caída en las comisuras de los labios le
hace parecer de entrada un poco avinagrado, pero sólo lo parece, porque sabe ser divertido.

Habla con una libertad sorprendente en un empresario, tanta que a veces suena a alardes de charlatán. Pero que nadie se equivoque, no lo es: «Cuando los británicos quisieron comprarme la empresa, me tocaban libres de impuestos veintitantos mil millones. Mis socios preferían que vendiera, pero me dieron vía libre para hacer lo que quisiera. Mi familia me dijo lo mismo, aunque mi mujer me preguntó: ‘¿Y quién te aguanta a ti después?’ En medio de eso, la posibilidad de venta llegó a la Xunta y Touriño me llamó para que no lo hiciera, porque era en el momento en que se estaban vendiendo Fadesa y Unión Fenosa. Se lo tomó como un asunto de Estado. Y yo que ya no estaba muy convencido... No me arrepiento, porque el día que venda venderé más caro. Además, ¿qué narices hago yo con 25.000 millones de pesetas, si tengo que dedicarme a gestionarlos igual y no me solucionan ningún problema?».

Aún cuenta en pesetas. Se esforzaba por hacerlo en euros hasta que comprobó, durante un crucero por el Caribe, que su amigo Pedro Solbes todavía tenía que traducir las cifras a pesetas. Es un hombre práctico que va a la pasta, sin ansiedad pero sin dudas. «Yo si
veo algo claro, voy a por ello, las consecuencias no me preocupan». El único consejo de administración al que presta oídos es el que forman sus dos hijos y su mujer, una referencia constante en su conversación y en su vida, porque le ayuda «a controlar mi carácter fuerte, me hace ver las cosas de otro modo». Cuando se trata de su familia, de sus amigos, la dureza se transforma en ternura.

O en entusiasmo, si nos referimos al Breogán, en el que cumple su segunda etapa como presidente. Esta vez llegó ya como forofo, superada una primera presidencia que acabó como el rosario de la aurora por obra y gracia de su entonces mentor en el club, Francisco Cacharro. Otra de esas guerras que Raúl sitúa en el debe de las «mentes pequeñas de este pueblo». «Estoy aburrido y cansado de los políticos y la falta de apoyo de las instituciones. Si esto no cambia radicalmente, lo dejo», amenaza. Luego se enfría: «Me gustaría dejarlo en ACB. He iniciado un proyecto y lo quiero terminar, no me gusta dejar las cosas a medias».

Como tampoco está dispuesto a dejar a medias su desembarco en la industria eólica, aunque en el concurso que convocó la Xunta «nos han robado. Pero lo tengo recurrido y ríe mejor el que ríe el último. Nunca doy nada por perdido».

Conductor en el autobús, propietario en la empresa, presidente en el club, patrón en el barco. En cualquier lugar, espíritu de ganador.

(En la foto, de Sebas Senande, Raúl López, de viaje)

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