Un viaje al pasado en pupitre

los años pasan y las vivencias quedan atrás. Los recuerdos, sin embargo, perduran en el tiempo. Para que no sean sólo eso, imágenes grabadas en la retina, los miembros de los consejos de mayores de Momán, en Xermade, y Labrada, en Guitiriz, decidieron desempolvar los cajones, por un lado, y la memoria, por el otro, para mostrar a los más jóvenes cómo eran las escuelas de principios del siglo XX, en las que crecieron y aprendieron decenas de lecciones.

Entre los pupitres reales que utilizaron y que les vieron crecer, los mismos que guardan «centos de anécdotas», rodeados de decenas de libros de texto, diccionarios, enciclopedias, obras como El Quijote y bajo el lema ‘Os recordos da escola dos nosos avós’, los nuevos estudiantes inauguran hoy sendas exposiciones, en la capilla de Momán y en la iglesia de Labrada, para despertar durante un mes la memoria histórica de sus vecinos. Un paseo al pasado de la educación en el rural gallego que pretende poner en contacto a tres generaciones de estudiantes (abuelos, padres e hijos) para compartir experiencias.

«Queremos que os alumnos de hoxe saiban o que era antes a escola e con que medios estudabamos», dice Arsenio Romero, el presidente del consejo de mayores xermadés, mientras todos subrayan la «oportunidad» que supuso para ellos tener una escuela donde poder estudiar, aprender a escribir y a leer.

«Eu empecei a estudar nunha palleira, antes de que se fixese a escola», dice Amador Bañobre. Después, y con la ayuda de donativos de los emigrantes habaneros, se construyeron dos pequeñas unitarias, la de Campo da Feira, con unos 80 alumnos, y la de A Cova, de unos 40, que funcionaron hasta mediados de los años 70. La de Labrada también fue indispensable para muchos vecinos. Por eso, unos y otros quieren homenajear esos pequeños centros escolares.

IMPRESIONES «Recordo os pupitres. Eu sentábame a carón do pasillo no centro da clase», dice Amador, que bromea con la colocación de las filas. «Un pasillo separaba ós nenos a un lado e ás nenas ó outro. E non nos separaban só na clase. Cando saiamos xogar ó recreo, os nenos xogabamos na estrada e as nenas nunha finca», recuerda. ¿Y si querían hablar con ellas? «Complicado», dice, y sonríe.

«As cousas cambiaron moito», comentan, y no sólo en lo material. «Antes era todo en castellano y por obligación y con el buenos días tenga usted al entrar, porque el gallego estaba completamente prohibido», dice una de las mujeres de menor edad, mientras todos asienten. «Que se poida falar galego agora é unha marabilla para os rapaces, é o noso é como mellor nos podemos explicar», dicen.

Sobre los profesores, las anécdotas y los recuerdos son interminables. «Había mestres moi bos, outros eran moi estritos nas horas de clase», apuntan. Como símbolos de esa disciplina, una vara descansa encima de la mesa.

Sus palabras pueden sonar a años remotos, pero no lo son tanto, son de hace unas décadas. Entre los presentes, los años lectivos no fueron para todos iguales, los cambios ya se sucedieron con pequeñas evoluciones. Unos empezaron a escribir con pizarrines, otros pasaron a la pluma y al tintero y los más jóvenes llegaron a conocer la libreta y el bolígrafo en clase -«ese Bic que nunca se acababa»-, pero el ordenador, hoy en plena invasión en las aulas, les quedó muy lejos a todos.

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