Un riesgo anunciado

El accidente de ayer en la A-8, entre Abadín y Lindín, costó una vida humana y medio centenar de heridos. Hay que lamentar esa muerte, de una enfermera que tenía su base de trabajo en la ambulancia medicalizada de Foz, y hay que esperar y desear que el pronóstico de los heridos no sea grave y tengan una evolución rápida y sin consecuencias. No es un tópico afirmar que pudo registrarse una tragedia por el número de vehículos implicados. Este tipo de accidentes en cadena son propios de las autopistas y autovías. No son infrecuentes en países con climatología extrema. Dicho lo anterior, es también un dato constatado que los temores sobre la alta peligrosidad de ese tramo -por la niebla, el viento y el hielo- se expresaron por numerosos conductores y profesionales del transporte inmediatamente después de abrirse al tráfico. El temor a un grave accidente en ese tramo existía entre muchos usuarios de la carretera. El criterio de los técnicos que asumieron y firmaron ese desvío del proyecto mereció críticas cuando se convirtió en realidad para el tráfico. Algunas cartas que publicaron los periódicos y algunos reportajes periodísticos en medios escritos recogieron, al abrirse a la circulación el tramo, las críticas por la opción y los temores al alto riesgo que representa. No eran catastrofistas ni «políticos». Lo fundamental ahora, tras el aviso mortal de ayer, es dotar esa zona de auténticas medidas de seguridad frente a los riesgos que existen. Desde luego que no deberíamos entrar en el invierno sin que se hayan instalado. Las discusiones sobre si quienes no somos técnicos podemos o no formular advertencias y críticas están fuera de lugar y son, también en este caso, fórmulas para silenciar el no asentimiento, o la falta de aplauso, ante cualquier decisión técnico-política. La prudencia de los conductores se extrema si las medidas de seguridad se extreman también.

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