Un rastro

Que la muerte no existe, que la gente no muere: no, qué va

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No es solo un disco, ni música ni una voz. Era alguien en un estudio, de pie ante un micrófono, y que tras algunos intentos habría conseguido grabar una versión que lo convenció. Alguien tratando de cantar bien delante de un micrófono, y que murió hace muchos años.

No está disfrutando de su éxito. De hecho, ni siquiera sabe que tiene éxito. Porque no sabe nada; no sabe, años después, que es conocido, que lo escuchamos y que gusta. Ni sabe que aquello valió la pena. Está muerto. Y para mí, que no tengo la inmensa fortuna de creer en el más allá, no hay nada, ya, para él. Para él todo acabó cuando él acabó. Lo demás es cosa nuestra, no suya.

Una entre muchos, Isabel Allende repitió el tópico: "La muerte no existe. La gente solo muere cuando la olvidan. Si puedes recordarme, siempre estaré contigo". Una frase que surge de la necesidad y el amor, pero que es falsa. Que la muerte no existe, que la gente no muere: no, qué va.

Que les pregunten a los muertos, a ver.

Otra escritora más seria, en cambio, le hizo decir al emperador Adriano, tras perder a su querido Antínoo: "Se hablaba de gloria, bella palabra que dilata el corazón, pero con miras a establecer entre ella y la inmortalidad una confusión falaz, como si la huella de un ser fuese lo mismo que su presencia". Como si la huella que alguien deja entre nosotros fuese lo mismo que tenerlo a él. Exacto. Y no. Nos queda eso, su recuerdo, su rastro. Que no es poco, pero tampoco más de lo que es. "Me indignaba el apasionamiento que pone el hombre en desdeñar los hechos en beneficio de las hipótesis y en no reconocer sus sueños como sueños", dice Yourcenar por boca de Adriano. Y esa es la triste verdad.

Nadie pervive en su obra o en nuestra memoria. Las que sobreviven son ellas, la obra y la memoria. Alguien puede seguir haciéndonos vivir, vivir más y mejor. Y eso es sin duda maravilloso. Pero para ellos no significa nada. Cabrera Infante, Pessoa, Billie Holiday, Mozart o mi abuelo no saben que nos acompañan en nuestro camino y nos hacen más felices. No saben nada de nuestra admiración. Ni que a veces veo a algún señor por la calle y por un instante creo que es él y se me ilumina la cara. Ni eso ni nada. Eran personas, como nosotros, y la vida se les acabó.

Así que, ustedes que están vivos, aprovechen la tarde.

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