Un par al mes, por lo menos

YA HE CONTADO aquí alguna vez que cuando uno se mete en esto del periodismo lo hace como todo a esas edades, sin saber muy bien a dónde va, pero dando por descontado que va a cambiar el mundo. Eso como mínimo. Luego, de colleja en colleja, te das cuenta de que el periodismo es solo ese mal necesario que se precisa para rellenar el hueco que deja la publicidad, un simple hilo conductor entre anuncio y anuncio.

Pasas el tiempo buceando entre expedientes, autos judiciales, investigadores e investigados, llegas al periódico, escribes un titular para primera y te marchas a casa pensando que al día siguiente van a rodar cabezas. Pero resulta que no, que invariablemente las noticias más vistas, las más valoradas y las más comentadas son las de siempre: las de sexo, la palanca que auténticamente mueve el mundo.

Yo ya no tengo el ánimo para batallitas, por eso le acabo de proponer a mi director que si quiere evitarse un montón de problemas para nada deberíamos tener sexo en el periódico, al menos un par de veces al mes. En los titulares, se entiende, no en los baños. Este país necesita más sexo y con mucha más regularidad, porque buena parte de la tensión que se palpa es porque estamos, en general, tan mal follados como bien jodidos, y eso hace que acumule mucha mala leche.

Así que sexo dos veces al mes, por lo menos, me parece una propuesta saludable. Y prudente. Un buen principio. Es verdad que siempre debemos aspirar a más, al récord y a la excelencia, pero cuando uno va entrando en edad de una ITV cada dos años va aprendiendo a disfrutar más del abrigo cariñoso del sopor post coitum que de la búsqueda mítica de orgasmos múltiples y simultáneos.

La vez que más cerca estuve de un orgasmo simultáneo fue en una cita con mi mano izquierda. Estuvo bien mientras duró, pero lo dejamos porque nos dimos cuenta de que nuestra relación era imposible fuera del cuarto de baño, no nos entendíamos. A ciertas edades, ya digo, aprendes que lo único que le falta a la cama es una banda de esas de «espere su turno», como las que pegan en los suelos de los bancos.

Así que dos veces al mes, por lo menos, me parece un propósito prudente a la vez que abierto a todas las opciones. Y, en cualquier caso, muy necesario. Porque es evidente que gran parte de los conflictos que vemos día sí y día también son producto de tensiones sexuales mal resueltas.

Ahí está, aún caliente, el caso de Esperanza Aguirre y el agente de movilidad que la multó. No es de recibo que con las que tiene liadas esta señora, vaya a ser un affaire tan tonto como este el que le cape el futuro. Esto antes, cuando el país andaba entre el mito de la Transición y el calentón del destape, se arreglaba de otra forma:

-¿Quiere que le multe, marquesa?

-Sí, agente, déme toda su movilidad.

-¿En mi moto o en su coche?

-En el cajero, que soy liberal.

Todos contentos y cada uno a lo suyo. Como en la tórrida relación entre el alcalde in pectore, Luis Álvarez, y el candidato in albis, Jaime Castiñeira, que viven en una constante discusión de pareja, uno de esos romances destructivos, ni contigo ni sin ti. Su vida es una transición permanente entre el insulto al perdón, y yo creo que es porque no acaban de hacer las paces como toda pareja sana después de una buena discusión: sobre la mesa de la sala de juntas, con los pliegos de las contratas empapados de sudor, en plan ‘El político siempre llama dos veces’.

Un par de veces al mes es también lo que une a Orozco con la jueza Pilar de Lara. Un par de imputaciones, quiero decir. A lo mejor la tensión mal resuelta entre ellos viene de que siempre planean sus encuentros en sitios como un juzgado o una charla con un escritor de novela negra, siempre en el límite, la erótica del peligro. Debe de ser por eso que al alcalde le ha dado últimamente por llevar de carabina a su abogado a todos los lados, y claro, así no hay manera de consumar un buen interrogatorio.

Hay casos, ya digo, por cualquier esquina. A este país le van haciendo falta un par de buenos polvos con cierta regularidad. Por eso creo que la idea debería extenderse, tal vez incluso en forma de ley orgánica. Porque funciona. Apenas estoy terminando con este, el primero del mes, y ya me noto más relajado. Ganas me dan de besar hasta a los vigilantes de la Ora.

(Publicado en la edición impresa el 6 de abril de 2014)

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