Un lucense de costa a costa

Sergio Ghisleni, en su bici. Foto: EPL
photo_camera Sergio Ghisleni, en su bici. Foto: EPL

Kansas? Pero si ya lo tenemos en Lugo, miren. Vamos a imaginar una línea recta en A Chaira, digamos entre Rábade y A Pastoriza. Imaginaros el recorrido. Bien, y ahora, a repetirlo: una, diez, cincuenta veces, hasta sumar quinientas millas, ochocientos y pico kilómetros de Terra Chá, algo como de Lugo a Barcelona y aún más: eso es Kansas.

¿Que tanto Kansas cansa? Y cuánto. En bici, aún más. Con viento, peor. Y si encima tienes ya Oregón, Idaho, Wyoming, y Colorado a tus espaldas, tela marinera... Peeero, diría algún sabio de la Galicia profunda... Pero, es lo que hay. «E se chove, que chova». Como en Colorado: tres días seguidos de invierno galego, y Colorado no es Terra Chá, y aunque no estés escalando puertos de las Rocky Mountains, siempre serán dos mil y pico metros sobre el nivel del mar. Más tela marinera, quiero decir. Pero, me decía a mi alter-ego interior: eres un galego, aunque de importación, ¿o qué? ¿Qué pasa contigo? ¿Tres días de lluvia y ya lloriqueando? Anda, carretera, tío, que si los galegos fueran todos italianitos de exportación como tú, no habría tanto galego por el mundo. Y quizá, ni siquiera habría Américas, ya que al parecer, con don Cristóbal Colón había mucho galego, y de calidad, en los tres barcos esos.

Bueno, fuera Colón genovés -sinceramente, no creo-, catalán -probable, ya que le interesaban bastante los cartos-, o bien galego, que sigue siendo una teoría poco cotizada, pero nada descabellada, América ahí está. Y, con todos sus defectos de hiperconsumismo petrolero y no, sigue teniendo cierto glamour para nosotros, los europeos con instinto de emigrantes. Por ejemplo: italianos, galegos... justamente como este humilde servidor vuestro -como siempre dice el locutor ese de la Ser de Lugo.

Como yo también he sido periodista, no me gusta escribir en «yo», pero creo que en este caso será inevitable: ¿Por qué hago esto? ¿Por qué para patearme en bici cuatro mil millas de EE.UU., desde el Pacifico hasta el Atlántico, he dejado lugares tranquilos y seguros como Lugo -donde me paso ocho o nueve meses cada año y donde se cría mi hija-, o otros lugares como mi Bergamo natal, o la bella Vicenza, en el bullicioso Norte de Italia, donde la vida es tan interesante, a veces bella, y sobre todo tan «normal»? Pues no lo sé exactamente, y las razones pueden ser «una, nessuna o centomila», como escribió el gran Pirandello, un Nobel italiano de literatura. Pero es que a mí me gustan más, yo qué sé, Julio Camba -el fenomenal escritor de ‘La ciudad automática’, entre otras obras, donde habla de un viaje en Norteamérica-, o el inalcanzable Valle-Inclán, ya que la vida, la mía, por lo menos, no es otra cosa que un cúmulo de esperpentos que no sé controlar, y discúlpenme si en mi castellano artesanal me invento alguna palabra, como el personaje ese de Camilo José Cela, que puede que no me gustara mucho el hombre, pero hay obras de ese otro premio Nobel que... bueno, me quito el sombrero y me callo ya.

Es decir, que el porqué, uno y claro, no lo sé, ni lo sabré, soy socrático y agnóstico practicante y me sentiré siempre un ignorante animado por curiosidad y inquietudes. Por eso quizá me encanta Galicia, por ser tierra de cosas lejanas, de espíritus extraños, de confines entre lo conocido y la nada. Tierra de intelectuales sutiles y de gente tremendamente dura, de cabeza y a veces de corazón, pero así es. Y es el Noroeste de esa cosa que se llama España, y mira hacia el otro lado, a Norteamérica, a tierras para descubrir, todavía muy vacías en el ‘West’, y muy lejanas, y muy raras, pero tremendamente fascinantes. Y la lengua que he aprendido en Lugo -el castellano en este caso, que en galego soy todavía muy malo y lo siento mucho-, junto con mi inglés de instituto y «callejero», me está ayudando mucho en estos inmensos EE.UU., con 60 millones de latinos, de 300 millones totales de yanquis. En Idaho, por ejemplo, oigo hablar en castellano y me acerco: cuatro mexicanos y un nicaragüeño, trabajadores de una maderera, que me invitan a probar «porco asado» -una maravilla, y lo dice uno que come en Lugo- y a unas cervezas: «Es que aquí, amigo, se trabaja por mil pesos lo que en el México nosotros trabajamos por cien...». Entiendo, entiendo. Lo que sigo sin entender es cómo se puede querer bloquear la inmigración: desde México en EE.UU., desde África hacia España, Italia, a la UE, etcétera, si los mundos siguen siendo tan diferentes...

Pero dejémonos de política, hoy por lo menos. Pero tampoco aquí estamos para turismo a lo Viajes del Corte Inglés. Ni para deporte extremo, aunque esto pueda parecerlo.

Es que estamos, los ciclistas-viajeros, para un poco de todo. O quizás es que, en mi caso, lo de ir en bici tan solo por Lugo no se me da demasiado bien, ya que algo que en Lugo nos falta por mejorar, y cuánto, es la educación básica en el tráfico en la ciudad y alrededores, y en el respeto a los más débiles, peatones y ciclistas, y en general a nosotros mismos, ya que los coches en las ciudades están bien a 30 por hora, que Lugo no es Chicago y no hace falta correr, y andando se llega igual o antes, probar para creer.

Y miren que ya estamos mejor que hace unos añitos: yo llegué a Lugo cuando había dos puentes, pues ya hay cuatro, y dos son peatonales. Y uno, a ponte romana, es una preciosidad, para estar orgullosos, sí señor, que Lugo no es tan solo muralla y San Froilán. Es más. Lo primero que haré cuando vuelva, será tomarme un vino en la calzada da ponte. Que América es grande, poderosa, y bella, sí. Pero, para comer, y reflexionar, Lugo. Y de los excelentes vinos de California, ya está bien: que me devuelvan a Godellos y Mencias. Y aquí os dejo, que es que me falta Misouri, Illinois, Kentucky, y Virginia. Ata logo!

(Publicado en la edición impresa el 19 de agosto de 2014)

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