Un ferrete sin garbo

Concurso de disfraces. (Foto: J.C. Hidaldo/EFE)
photo_camera Concurso de disfraces. (Foto: J.C. Hidaldo/EFE)

LO MEJOR QUE se puede decir del debate sobre el estado de la nación es que ha coincidido con el inicio del Carnaval, por lo que al menos ha servido de transición suave del esperpento hacia el despiporre, dos estados en los que la nación, efectivamente, hunde sus raíces y se encuentra cómoda. En un país en el que desde hace siglos Don Carnal y Doña Cuaresma viven amancebados, lo único sensato que podía pasar es lo que ha pasado: que la chirigota ‘Consejo de Ministros de Mari-Ano Rajoy’ gane el concurso del Carnaval de Cádiz, cuna de constituciones y cachondeos, valga la redundancia.  

Con los estados, el central y el de ánimo, por los suelos, este debate parlamentario hace tiempo que dejó de lado a la nación, para ocuparse únicamente del estado de los contendientes. Con un Rajoy vestido con un disfraz soso de administrador concursal de una empresa en quiebra, y Rubalcaba con uno cutre de jefe de la oposición, el resultado no podía ser otro que el que reflejan las encuestas: ganó el nuestro y perdimos todos.

Quieren disfrazar la ocasión de cita parlamentaria de altura, pero ya no cuela. Es solo un carnavalesco combate de pressing catch, en el que dos supuestos rivales realizan piruetas imposibles y se lanzan golpes pretendidamente mortales en una ensayada parodia de democracia. Como comparsa bufa tendría guasa, pero así, maldita la gracia.

En cualquier coplilla deshilvanada de Carnaval hay más realidad y mejor análisis de la misma que en todo el debate que sufrimos esta semana en el Parlamento, reducido a una especie de rutinario consejo de accionistas en el que solo se reparten números rojos, un ferrete sin garbo que ni pincha ni entretiene, solo molesta.

Lo peor es que uno ya no sabe qué fue antes, si la gallina o el huevo, si el disfraz o el choteo; si esta gente que nos representa y nos legisla y nos reprime es la que nos ha traído hasta aquí o es que hemos venido solitos y ellos solo son una fiel representación de nosotros mismos, la única posible en un sainete torpe.

Algo de esto último debe de haber, me temo, cuando ya nada nos parece fuera de lugar en una realidad disfrazada de sí misma. Como dos representantes gubernamentales agradeciendo a la comunidad gitana gallega su gesto de ordenar el exilio de Galicia de decenas de hombres, mujeres y niños que habían cometido el terrible delito de apellidarse como el asesino de una mujer desgraciadamente muerta a manos de su marido, otra más.

A lo mejor es que yo un soy racista de tomo y lomo, pero eso en el país en el que yo vivía, fueras payo, gitano, mestizo o mediopensionista, se llamaba coacciones y amenazas, y era un delito del que nos protegían algunas leyes, si es que todavía no las han derogado los tribunales internacionales ni las han anulado nuestros ministros de Justicia y de Interior, que todo puede ser.

Pero parece que eso era antes. Ahora un autodenominado portavoz de no se qué consejo gitano de Galicia aparece en periódicos y televisiones dictando condenas mientras explica que su ley es la buena porque se basa «en el sentido común» de los mayores y que hasta los jueces están aprendiendo de ellos para poner algunas penas. Hablamos de una ley que empuja familias enteras al destierro de la noche a la mañana solo para evitar que se consume ahora, en caliente, otro de su preceptos, el que estipula que este crimen de sangre solo se limpia con otro igual de tremendo.

«Muchas gracias por su mediación y por su sensibilidad», han reaccionado quienes se supone que deberían ser los principales garantes de la ley y el orden en Lugo y Galicia, cuando en realidad lo que estaban pensando es: «Si tienen que matarse, mejor que lo hagan lejos y no ensucien aquí. Total, a quién le importa».

Por otro lado, tampoco podríamos esperar mucho más de ellos en un país en el que la última gran decisión en materia de seguridad ha sido conceder la medalla de oro al mérito policial, la máxima distinción del cuerpo, a la virgen María Santísima del Amor. Será por si ella intercede para evitar que los gitanos descerrajen su sentido común contra un par de los suyos. Lo próximo será disfrazarla de antidisturbio y darle un permiso de armas.

En fin, que es Carnaval, aprovechemos para ser nosotros mismos, porque donde menos te piensas te montan la chirigota.

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