Tú no puedes pasar

LOS TRAZOS DE su camiseta Custo adquieren dimensión de grafitis en la espalda de Pablo. Con su 1,85 de estatura, jura que se mantiene en torno a los cien kilos, pero aparenta muchos más. De hecho, varias veces ha tenido que tirar de báscula en el gimnasio porque sus colegas de aparatos tampoco le creían. Son 15 años de trabajo casi diario con las pesas e incluso llegó a competir como fisioculturista. Como a muchos otros, fue allí, en el gimnasio, donde le llegó su primera oferta laboral: "¿Chaval, quieres ser portero de discoteca?".

"Tenía 18 años. Nunca me ha gustado andar de copas, conozco la noche desde el otro lado. Y desde que empecé a trabajar tuve dinero para comprarme mi ropa o lo que quería". Ahora, con 32 años, Pablo es uno de los porteros más veteranos de Lugo. Le quedan dos telediarios, los que tarde en transformar su diplomatura en Relaciones Laborales en un puesto de funcionario de Prisiones, pero por el camino ha guardado las puertas de la mayor parte de las discotecas de la ciudad y algunas otras de fuera. Ahora filtra a la gente en un pub del casco viejo.

"Para mí es un trabajo muy cómodo", reconoce, "y nunca he tenido ninguna movida grave, nunca he tenido que pegar a nadie. Los problemas se solucionan hablando. Un simple ‘por favor’ te da un montón de ventaja. ‘Hoy no puedes pasar, pero a lo mejor otro día’. ‘Venga, hombre, no me vengas a molestar que estoy trabajando’. ‘Anda, sal, que no pasa nada...’. Es muy fácil".

Supongo que se refiere a que es fácil cuando tu torso tiene el perímetro de una rotonda y tus trapecios miden más que lo que te queda de cuello. Pero lo cierto es que lo único de Pablo que cuadra con el mito del portero de discoteca es su físico. Avaro en palabras y esquemático en las frases, cuando habla desvía la mirada e incluso la cabeza hacia un lado, en un gesto seguro que mil veces repetido en mil noches de esquivar miradas desafiantes y alientos alcohólicos. Le cuesta coger confianza, como si su timidez estuviera tan hiperdesarrollada como sus bíceps. Y es todo calma y tranquilidad.

"Me lo tomo con filosofía", explica, "todo va en la personalidad. Pero si no fuera fácil de llevar, yo ya no me ponía. Muchas veces hasta te aburres". El secreto es simple: "Cuanto más filtres en la puerta, menos problemas vas a tener dentro. Y luego, saber entrar a la gente".

Visto así, todo son ventajas: 60 euros por noche, tres noches a la semana, cuatro horas por noche. Y más no, porque no quiere doblar. "No me voy a hacer rico con esto, pero para comprarme mi ropita —siempre de diseño—, pagar el gimnasio y la academia... Y además, te permite aprovechar el día".

Por si fuera poco, asegura que la mayor parte de los porteros que han trabajado en Lugo van más o menos del mismo palo. ¡Con decirles que se ha visto a alguno leyendo un libro a la puerta del local —no se sabe si por aprovechar el tiempo o por provocar—! Pese a todo, algo no cuadra, porque en algún sitio tienen que estar esos energúmenos que pueblan las leyendas de juventud de varias generaciones, ésos que aparecen regularmente en las crónicas de sucesos, ésos que le reventaron la vida a un chaval el pasado fin de semana en una discoteca madrileña.

"Ésos son unos putos locos, no saben lo que hacen", reacciona Pablo, "pero esa gente no suele durar mucho tiempo en este trabajo. Si hay problemas serios, llamas a la Policía, no te debes pelear con alguien ni aunque te insulte. Que insulte lo que quiera, tú acabas la noche, cobras y fuera. La gente que hace esas cosas está colgada".

No obstante, también acepta que una cosa es ser portero en Lugo y otra en Madrid o Barcelona. Bueno, ni siquiera hay que ir tan lejos: "Donde hay más riesgo de palos es en los locales de los pueblos. La gente de los pueblos sale los fines de semana a beber a muerte, se juntan en el mismo sitio los de todas las parroquias y si hay problemas con uno van todos juntos". ¿En qué discoteca están pensando? Acertaron, habla justo de ésa.

Con todo, y a pesar de su carácter y de sus años de experiencia, ni él ha podido evitar una sentencia judicial en contra. Insiste en que no tuvo nada que ver y en que ni siquiera estaba trabajando, pero se la tuvo que comer. Es lo que hay en una profesión que vive al borde del malentendido. Se lo comento por si la próxima noche que salgan alguien les para en la puerta de un local y escuchan eso de "venga, hoy no pasas, pero a lo mejor otro día". Mejor dar la vuelta a la rotonda y marcharse. Es fácil.

(En la foto de PEPE ÁLVEZ, Pablo, filtrando.)

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