Tu juego favorito, Leonard Cohen

Tú sí que merecías el Premio Nobel de Literatura. Porque escribiste novelas y libros de poemas extraordinarios
Leonard Cohen
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EL JUEGO favorito de tu personaje era que todos saltaran sobre la nieve y caer en posturas absurdas dibujando flores y tallos. Así lo cuentas al final de tu novela El juego favorito. Y tal vez fue el juego favorito de tu vida y de tu literatura. Mezclar el salto con la caída, la ironía con la pasión, la libertad con la marca profunda de tu cuerpo. Burlarte de todo y sentirlo todo. Igual que le ofrecías flores a Hitler como supremo sarcasmo.

Tú sí que merecías el Premio Nobel de Literatura. Porque escribiste novelas y libros de poemas extraordinarios antes de ponerte a cantar. Y porque tus canciones siempre surgieron de poemas genuinos previos y no eran meras repeticiones de estribillos. Y amabas y sentías la literatura y no tenías una chulería barata. Eras un rompedor pero eras un elegante y un caballero de la literatura. Pero ya estamos acostumbrados a todo. A que el Premio Nobel de Literatura lo gane Churchill y no lo gane Proust.

Cuando publicaste El juego favorito te compararon con Joyce y con Rabelais. Tenías toda la libertad de estilo y toda la intensidad de la vida. Escribías con una soltura que fascinaba, lo desmenuzabas todo en fragmentos que restallaban. Te saltabas los tiempos y los lugares con la misma libertad que los personajes saltaban sobre la nieve. Escribías igual que saltabas. Pero los dibujos que quedaban en la nieve eran inolvidables.

Llevabas la pasión de amante hasta la extenuación, convertías los cuartos en atmósferas para los cuerpos. Escribías con desfachatez y con deslumbramiento. La pasión te comía pero luego querías librarte de ella. Eras capaz de hacer cualquier cosa por que Lisa dijera que te amaba pero luego la despedías con desgarramiento. Eras la pura contradicción y la pura sorpresa. Desmesuradamente intenso y desmesuradamente suelto. Y así eran tus libros.

Un día decidiste ponerte a cantar cuando ya sonabas en todo el mundo como escritor prestigioso. Fue como saltar otra vez, como hacer literatura en el aire. Desmenuzarías los textos para tomarte más libertad con ellos. Nos alucinarías con el desgarramiento de tus vivencias y te distanciarías de ellas. Nos agarrarías por la solapa, nos echarías el aliento en la cara y nos dejarías a nuestro aire. Con tu voz profunda nos llevarías a abismos solo para después librarte de ellos. O quizá serían abismos en el aire, como decía Paul Celan. Quizá éramos todos como tú condenados a muerte obligados a cantar mientras cavábamos. Llevando nuestro desgarramiento por el aire.

Y así en tus canciones hablabas de bailar por el fin del amor, de que todo el mundo sabe que la guerra era tramposa y los cuerpos desnudos sobre una cama enseguida son pasado, de que eras muchos amantes en uno para una mujer a la que ansiabas, de que Suzanne llevaría a las personas a la magia del río San Lorenzo, de que había pianos surrealistas de Lorca en Viena, de que necesitabas a Janis Joplin y no la necesitabas en el Chelsea Hotel, de que erais feos pero teníais la música. Todo era pasión y todo era incertidumbre y era pasión otra vez a través de la incertidumbre. Como cuando le dijiste a tu mejor amada que pronto estaríais juntos en algún sitio.

Mucho tiempo soñé con hablar contigo en Montreal de algún modo. Te diría que quería charlar contigo para la Táboa Redonda, qué sé yo. Tenía localizada la calle y el edificio donde vivías en Montreal. Iría a ver ese lugar aunque tú no estuvieras y charlaría contigo aunque tú no estuvieras. Porque yo hablaba contigo en cualquier lugar del mundo. Escuché tus canciones en Estambul, en Sarajevo, en Sao Paulo, en La Habana, en Moscú.

Te conocía desde que mi padre tenía tus libros de poemas en su biblioteca en los años 60 y me llamó la atención aquel título escrito por un judío: Flores para Hitler. Allí decías: "La chica del guardarropa/ tiene la sífilis/ y la banda está compuesta/ de antiguos monstruos de las SS/ pero dado que es/ la noche de fin de año/ y yo tengo cáncer de labio/ depositaré mi / sombrero sobre mi/ conmoción cerebral y bailaré". El dramatismo traspasado por el sarcasmo y el asco. La vida es un juego y es algo terrible. Tenemos que bailar aunque el mundo sea monstruoso. Hay que escribir poemas incluso después de Awschwitz, pese a lo que diga Adorno. Y el mismo Adorno lo reconoció después de conocer a Celan.

En los años ochenta dirigí un programa de radio sobre literatura en Lugo y te ponía con frecuencia. Y luego siempre estabas atravesando mis días. Con tu tomar en serio y en broma la vida, con tu pasión mezclada de corrosión. Sabiendo que la vida era tirar los dados que estaban cruzados, pero que al mismo tiempo iba en serio, como dijo Gil de Biedma. Y que se puede saltar por el aire pero la vida queda marcada en la piel o en la nieve. Y durante un mes te escuché todas las mañanas en Buenos Aires cuando estaba desayunando con Consuelo en un apartamento. Había ido allí para escribir un libro donde mostraría que la vida era fuego y sueño y tú me enseñabas a arañarla.

"Vamos a comparar mitologías", decías, la vida eran meros dibujos en la nieve. Somos pura mitología, pero nuestro cuerpo se quema. En ese libro decías en el poema Amantes: "Durante el primer pogrom/ se vieron detrás de sus casas derruidas/ dulces mercaderes comerciando: ella amor/ a cambio de historia en un ramo de poesías./ Y ante los calientes hornos se las/ ingeniaron para un beso efímero". Eras canadiense pero también eras el judío desarraigado del que todos sospechan y ante el que todos tienen mala conciencia. Eras el solitario que se mezcla con todos nosotros -en el cuerpo, en el aliento, en la voz de sombra- y se retira a su soledad. Y eras un griego honorario.

Y también eras el que se burla de todo, el que no cree de verdad en la vida. Pero la vive de una forma desmesurada y salvaje. Para sacar de ella todo lo que tenga. Aunque uno tenga cáncer de labio o una conmoción cerebral. No crees mucho en la vida, pero la conoces a fondo. La ves como sombra, pero dejas en ella melodías inolvidables. Quieres saltar pero dejas en la nieve rastros que nos acompañan para siempre. La vida es un vició y es una desolación apasionada.

Por eso te escucho más que nunca aunque estés muerto. Y tengo pendiente el ir a ver tu casa en Montreal. Tengo que vivir con ese deseo, mientras escucho tu frío y roto aleluya. Aunque al final no vaya nunca. Tengo que vivir con ese deseo en la cabeza.

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