Traumas con final feliz

No hay ningún proceso adoptivo igual a otro, pero si en algo coinciden todos es en lo duro que resultan y en las satisfacciones que deparan cuando el niño llega a casa. Aunque, a veces, éstas tarden en verse.

Porque viajar a un país radicalmente distinto, con otra lengua y con extraños, no puede ser, a priori, plato de buen gusto para nadie. Chema del Río y su esposa, Lourdes, no ocultan el duro proceso de adaptación de su hijo, José Miguel. El martes se cumplió un año de su llegada a Lugo desde un orfanato de Kazajstán y hoy es un niño feliz. El 27 de marzo cumplirá cinco años, va contento al colegio, es cariñoso, disfruta con la comida, sabe compartir..., pero durante meses no se despegaba de la pierna de su padre, le costaba aceptar a su madre y mantenía largos y solitarios monólogos en ruso, cuenta Chema.

«Es lo mejor que nos ha pasado. Ayer, cuando yo me marchaba a un curso, quedaba tirado encima de su madre, en cama. Pero al principio fue duro», reconoce Chema. Aunque no tanto como el proceso previo. Por la edad de la pareja y el tiempo que llevaba casada, sólo disponía de dos países, Colombia y Kazajstán. Optó por este último y, una vez obtuvo la idoneidad por parte de la Xunta, continuó las gestiones a través de una Ecai (Entidad Colaboradora de Adopción Internacional) con sede en Barcelona.

«Con la Ecai estuvimos casi tres años y llegó un momento en que nos dijeron: ‘si realmente tenéis interés, cerrad los ojos, porque vais a ver cosas que no os van a gustar’», cuenta Chema. Y las vieron, dice. Para empezar, a los gastos derivados del proceso (traductores, viajes....) se fueron sumando otros «sin ningún tipo de explicación», hasta casi 36.000 euros, explica el padre, que, pese a todo, se siente satisfecho de la decisión tomada. Hoy tanto ellos como José Miguel, que será bautizado el día 26, son felices, asegura.

La experiencia de Isidoro Rodríguez fue radicalmente distinta, y eso que su caso no era nada fácil, lo que demuestra que el proceso de adopción varía mucho de un país a otro. Fue el primer hombre en conseguir la tutela de un niño en El Salvador y, de hecho, abrió camino a otros.

Isidoro se enfrentó a la adopción sin ningún tipo de información y el asesoramiento y el trato recibido en la Xunta fue exquisito, asegura. Al ser hombre, soltero y rozando los 50, podía adoptar en Rusia y El Salvador, país por el que optó porque, por esa época, los procesos con el primero se complicaron.

Tras asesorarse, el hoy padre de Josué contactó con una Ecai con sede en Vigo y la experiencia resultó «moi cansada, a veces ata desquiciante», pero muy seria y transparente [el coste de todo el proceso fue de de 12.000 euros], dice. «Volvería a parir sen dúbida», asegura. El postparto tuvo sus altos y bajos, como todos, «porque hai a idea de que é o neno o que se ten que adaptar, pero máis ben son os pais». Con todo, este padre lo tiene claro: «Se es capaz de cubrir as necesidades afectivas do neno, está feito».

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