Una testigo protegida del caso Carioca lleva once años buscando a su hermana, desaparecida en Venezuela cuando era menor de edad y cuya pista, afirma, se pierde en un club de Lugo. A pesar de los horrores que vivió, asegura que no pierde la esperanza
La vida siempre da muchas vueltas, pero en algunos casos gira tan rápido que resulta imposible detenerse para tomar aliento y meditar el rumbo. La vida de María (nombre ficticio) cobró una velocidad de vértigo en el año 2000, cuando su hermana pequeña -que tenía entonces quince años de edad- desapareció en su Venezuela natal.
Desde entonces, la historia que narra esta mujer resulta estremecedora. «Antes de fallecer mi madre le prometí que mantendría unida a mi familia, por lo que cuando se marchó mi hermana me afané en buscarla».
Al poco tiempo de su desaparición, a María le llegaron rumores de que la menor estaba ejerciendo la prostitución en Puerto La Cruz, una zona turística de su país, por lo que no dudó en trasladarse hasta allí y buscarla por varios locales. Sin embargo, sus investigaciones no dieron resultados.
«Un día, otra menor me dijo que había trabajado con mi hermana y que una mafía las había vendido. Me contó que les falsificaron los papeles para salir del país y que las llevaron a la frontera de Portugal con Galicia. La chica me dijo que no volvió a verla porque ella consiguió escapar y regresar a Venezuela, pero que creía que la habían matado», explica.
Sin pensarlo dos veces, María decidió seguir los pasos de la menor, aunque eso significara lanzarse de cabeza a un mundo difícil de sobrellevar. «Fue una decisión durísima, ya que yo había cursado estudios paramilitares y estaba en el segundo año de Derecho. Tuve que dejar mi carrera y me puse en contacto con la mafia que supuestamente había vendido a mi hermana. Comencé a ejercer la prostitución para ser una más y ganarme su confianza».
Tal y como le habían contado, no tardó mucho en llegar a España, ya que sus «jefes» la trasladaron en el año 2002 a un local de alterne de la provincia de Pontevedra. «Nos trajeron a un grupo de chicas, supuestamente para trabajar en la hostelería, pero yo sabía perfectamente a lo que me traían», apunta.
Una vez en Pontevedra, según cuenta, estuvo seis meses trabajando para pagar una deuda de 8.000 euros. «Después me llevaron a Lugo, donde trabajé en varios locales y viví un auténtico horror». De su estancia en la provincial lucense, María narra una vida llena de miserias y sinsabores, con palizas, secuestros y amenazas a punta de pistola. Todo un periplo que llegó a su fin cuando saltó la operación Carioca, de la que es testigo protegida.
Durante todo ese tiempo, varias compañeras de un club de Lugo le confirmaron que habían trabajado con una joven venezolana que se parecía mucho a ella. «Me la describieron tal cual era mi hermana -alta, morena y con la cadera ancha-, e incluso me dieron detalles, como la edad y la ubicación de algunos lugares que tenía». Varias personas le aseguraron que esa chica estaba en la capital lucense, pero María no consiguió encontrarla. «La busqué por los locales y me cansé de pasear por la calle para ver si me la cruzaba, pero nunca la vi».
En este punto se detiene la pista de la chica -que ahora tendrá 26 años-, aunque María asegura que no cesará en su empeño. «No pararé hasta que la encuentre, aunque tenga que recorrer medio mundo. A pesar de todos los horrores que viví y de que no encuentro ningún apoyo del Gobierno, no pierdo la esperanza», concluye.