Tolerancia al chanchullo,

LO QUE LE ha sucedido a López Orozco en su propio despacho parece bastante raro. No solo porque lo diga el gobierno local, sino porque realmente lo es. Desde luego, no es habitual, al menos que se sepa, que la conversación entre un alcalde y un individuo que supuestamente va a pedirle trabajo, sea grabada por el propio interesado y el archivo sonoro acabe incorporado al sumario de una investigación judicial. Lo que se escucha en ese intercambio de impresiones ya es de dominio público. Los jueces se encargarán en su momento de impartir justicia y los electores de juzgar políticamente lo que se oye de ese coloquio. Lo cierto es que sin entrar a valorar lo que se dijo entre esas cuatro paredes, el propio hecho de almacenar ese diálogo, o una parte del mismo, tiene lo suyo. Recuerda más a la secuencia de una serie de ficción que a los asuntos cotidianos de una capital de provincia. Podría ser parte del argumento de un relato de espías o de un capítulo de telenovela venezolana. El asunto, en todo caso, tendrá consecuencias, y no solo en el Ayuntamiento de Lugo. Si los pinchazos telefónicos provocaron cierta paranoia entre los usuarios de móviles, este suceso hará que los regidores sean menos confiados a la hora de tratar con la gente que llama a diario a la puerta de las alcaldías. Sean amigos o conocidos. A partir de ahora, «todo por el libro», decía uno de ellos esta misma semana.

Esa grabación, incorporada al sumario de la Operación Pokemon, ha devuelto a la actualidad informativa la vieja cuestión de los enchufes en las instituciones públicas. De todas formas, decir que regresa como tema a las páginas de los periódicos no sería correcto. Es un asunto bastante recurrente. De hecho, está tan manoseado que a veces da la sensación de que la propia sociedad ha creado callo y lo acepta o lo soporta con estoica paciencia. Quizás, incluso, con cierta connivencia. En todo caso, puede que la sensibilidad hacia ese tipo de situaciones, algunas extraordinariamente groseras, sea mayor en este preciso momento. El motivo no es otro que la propia necesidad. Determinados comportamientos, ahora más visibles, echan sal en las heridas de la crisis. Hay decenas de miles de parados y los despachos de las administraciones no son lo suficientemente grandes para recibirlos a todos. Unos se quedan en la puerta. Otros, llaman y entran.

Las denuncias cruzadas por nepotismo son frecuentes entre los partidos políticos. El PP afirmaba estos días que Orozco ha convertido el Ayuntamiento de Lugo en una agencia de colocación del PSdeG y hablaba de un «bochornoso mercadeo» de puestos de trabajo en beneficio de los simpatizantes socialistas. El gobierno local, por su parte, decía que el «máximo poder» de la institución, el propio alcalde, nunca enchufó a nadie, mientras que otra gente, se supone que miembros de la oposición, sí lograron colocar a sus amigos en empresas que trabajan con la Administración, desde una «segunda línea» y «apantallados».

En la Diputación se reproduce la misma lucha de guerrillas a cuenta de los trifásicos de unos y otros. En tiempos de Cacharro, eran socialistas y nacionalistas los que se pasaban el día a pedradas contra el supuesto amiguismo del gobierno provincial a la hora de adjudicar empleos públicos. Ahora son ellos los que gobiernan y el PP el que denuncia. Su portavoz acusó a Besteiro de situar a media ejecutiva provincial del PSdeG a sueldo de la institución y al BNG de contratar con dinero público a personas que trabajan para el partido.

Caben tres posibilidades. Que todos mientan, que solo algunos digan la verdad o que, en mayor o menor medida, unos y otros hagan algo parecido cuando llegan al poder. Pagar favores y mirar por los suyos. Decía esta semana el portavoz del gobierno local de Lugo que los políticos salen de la misma sociedad que el resto de los ciudadanos. Suscribo. A lo mejor el problema no está solo en los que dan, sino también en los que piden lo que no se debe. Y en la elevada tolerancia social que hemos desarrollado al chanchullo.

En la hora de su entierro

El expresidente Suárez tendrá una calle en Lugo. Parece que se confirma una vieja teoría. Uno tiene que empezar a preocuparse por la proximidad del final cuando aparecen los homenajes. En la mayoría de los casos, llegan tarde, a título póstumo. Han pasado muchos años desde la Transición y solo unos pocos menos desde que don Adolfo fue desahuciado por los electores y cercado por algunos de los que inclinaron la cabeza ante su féretro. Tiempo suficiente para haber recibido el reconocimiento que le llegó en la hora de su entierro.

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