Tiernos y traidores

El último Urtain fue mi primer ídolo. Como el Pontevedra, siempre perdía.
photo_camera El último Urtain fue mi primer ídolo. Como el Pontevedra, siempre perdía.

MI PRIMER ídolo deportivo fue Urtain. Ahora del boxeo apenas se habla, no sale en los medios, es decir, no existe. Pero hasta los setenta acudía mensualmente a nuestra cita con alguna velada narrada en televisión por Héctor Quiroga. Una vez los Reyes nos dejaron unos guantes de boxeo, y como de niños nos gustaba reproducir la liturgia de un espectáculo televisado, convertimos la habitación en un cuadrilátero; uno hacía de juez y otro de árbitro, mientras otros dos nos dábamos mamporros durante al menos un asalto cronometrado de tres minutos, cada uno con un guante en la mano. Y era una faena cuando por sorteo te tocaba el guante de la mano izquierda, que los Fortes seremos todos rojos, pero las hostias las damos siempre con la derecha. Un día mi hermano Alberto me estaba zurrando la badana, pero la liturgia es la liturgia, y como nadie tiró una toalla allí me quedé en una esquina recibiéndolas de todos los colores hasta que acabó el asalto.

Cada uno se pedía un boxeador; uno era Carrasco, otro Perico Fernández, otro Durán...Yo me pedía siempre a Urtain porque cuando supe de él ya perdía habitualmente, y eso creaba una fidelidad indestructible, soldada en la creencia de que las victorias de los perdedores tienen un valor añadido, el del honor de seguir peleando aun siendo consciente de la certidumbre de la derrota…, más o menos como me pasa con el Pontevedra.

Por esos años, además de Urtain, yo también era del Atlético de Madrid. Imposible no serlo con aquella maldita final de la Copa de Europa del 74 perdida en el último segundo, la del gol de Luis y la cantada de Reina, esa de la que se va a redimir el próximo 24 de mayo en Lisboa, justo 40 años después. La Copa Intercontinetal conquistada al año siguiente y la Liga del 77 quizás me empezaron convertir en un traidor, a buscar otro equipo por el que poder llorar, y ahí vino en mi auxilio la Real Sociedad. ¿Se acuerdan? Temporada 79/80. Las primeras 32 jornadas invicto. Lo nunca visto. Líder a falta de dos partidos para el final. Solo un escollo, la visita al Sevilla de Bertoni y Scotta, primadísimo por el Real Madrid en la penúltima jornada. Y justo en la víspera a López Ufarte le da un cólico nefrítico. Cuando lo leí en el As ya me dio mal cuerpo. La derrota me dejó noqueado igual que los mamporros que me daba mi hermano Alberto cuando yo hacia de Urtain y él de Mando Ramos. Quizás por eso nunca grité tan alto un gol como el de Zamora al año siguiente en El Molinón para conquistar la Liga a falta de 28 segundos para el final y arrebatársela al Madrid, que eso siempre me puso. Ni el de Koeman en Wembley, ni el de Iniesta en Suráfrica me provocaron tal grado de excitación como cuando José María García cantó en la Ser aquel gol donostiarra que parecía que no iba a llegar nunca.

Ya con dos Ligas en la buchaca de la Real se cruzó en mi vida el Barcelona, y esta vez ya fue para siempre, como los diamantes, sobre todo ahora que parece que vuelve a coger querencia a la derrota. Cómo no ser del Barça tras la final del 86 en Sevilla! Todo a favor. Hasta en los penaltis empezó parando Urruti los dos primeros lanzamientos del Steaua de Bucarest, o del ‘De Steaua no beberé’ como nos decían los madridistas en los días siguientes.

Urtain, Atleti, Real Sociedad, Barcelona...Como diría mi hermana Susana, éramos ‘Tiernos y Traidores’, aunque a todos mis ex los siga teniendo en mi registro de equipos favoritos, que a lo mejor hasta me voy a la final de Lisboa con una bufanda rojibanca. Porque de equipo puede que haya cambiado, pero al menos en mi caso siempre me he mantenido fiel a un mismo adversario.

Urtain en el Pentágono
Curso del 84. Viaje de fin de curso en COU.Regresábamos de París y paramos en un hostal de Burgos. Se llamaba El Moderno, que con ese nombre ya se pueden imaginar... Sí, una destartalada pensión que servía como casa de putas.

De noche acabamos en la discoteca Pentágono y allí me encontré de portero a Urtain. Exclamé su nombre con un grito de vieja admiración que él agradeció, aunque mis compañeros de curso desconocían su nombre y su glorioso pasado. Fue entonces cuando comprendí que la educación en España no podía estar peor.

(Publicado en la edición impresa el 5 de mayo de 2014)

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