Tantos mítines inútiles

EN TODOS los actos electorales sufro de crisis existenciales, pero no de mi propia existencia (esas las reservo para otros escenarios) sino exógenas, de los otros, de lo otro, más bien. Un coro griego canta en mi cabeza: ¿Para qué sirven los mítines?

Sigo todavía convaleciente del último, que sufrí bajo el calor achicharrante del pazo de feiras , pero recuerdo horas y horas pasadas de arengas y eslóganes multicolores con ese mismo pensamiento en bucle: ¿no habrá otra forma de hacer llegar el mensaje? Preferiblemente una que llegue a la gente que no lo conoce o lo ha escuchado poco, que es, imagino, la idea.

En un mitin, convencer no se convence a nadie y, salvo oradores apabullantes -a los que se escucharía aunque hablasen subidos a un banco del parque con un cartón de Don Simón en la mano porque hilan tan bien que viajar con ellos de una reflexión a otra es un placer aunque no te creas nada- pocos ganan con ellos. El público está igual de entregado al principio que al final porque ya viene entregado de casa. No es un espectáculo movilizador ni sientes, aunque sea una ilusión, que te ha cambiado algo por dentro, como esas películas que durante cinco minutos te dan fuerzas para todo o como Wagner, con el que a Woody Allen le apetece invadir Polonia. No. Los mítines no remueven creencias porque los que asisten las tienen bien cimentadas, gracias. A los que los ven por la tele, a fragmentos, se les sustrae el desarrollo del discurso y las declaraciones en pleno fragor sin ver lo anterior resultan rarísimas, como una proposición de matrimonio de un desconocido.

Por eso que todavía no se haya encontrado una fórmula alternativa me resulta incomprensible. Con lo perversas que son las mentes dedicadas al márketing político no me explico que sigamos así, en el pleistoceno de la reunión electoral.

En esos cerebros cuajó la idea de sacar al candidato a la calle, a los mercados, a las fábricas, a charlar en escenarios reales con trabajadores, obreros y agricultores, casi exclusivamente porque queda mejor en televisión. Los americanos fueron los primeros y son expertos seleccionadores de público, con preentrevistas a, por ejemplo, los vendedores de un mercado para saber qué se va a topar el candidato y elegir el perfil que más le convenga: aquí mejor que sea de alguna minoría étnica, mujer y que esté preocupado sobre el precio de tal producto agrícola para que le pueda endosar el mensaje de mi proyecto de subvención precisamente para ese producto. Si por un momento pensaran que podrían hacer eso mismo con actores sin que trascendiese los contratarían sin dudarlo. Darían mejor en cámara.

En campaña los políticos se dan paseos por lugares atestados y se les hace pasillo como si se les abrieran las aguas. Podría parecer interés pero es porque cuanto antes pasen, antes se van. He visto caras de pesadumbre entre los que cafetean tranquilamente en una terraza de la Praza Maior cuando a Rajoy o a Zapatero o al que sea se le ocurre sentarse en la mesa de al lado y la nube de fotógrafos rompe con la placidez provinciana de contemplar la vida lucense pasar desde el bar Centro. También alguna de verdadero terror, y esta es una cita mil veces repetida, como la de la niña a la que Quintana le ocupó el salón de su casa de protección oficial en A Tinería para dar una rueda de prensa siendo vicepresidente de la Xunta. Muchas de hartazgo o de indiferencia, como si la riada de políticos y comitiva fuera consustancial a la propia feria, como el pulpo o el puesto con calcetines de 3x2.

En el mitin del jueves a Feijóo una mujer le paró el discurso para decirle que ya tenía su voto y que se iba pitando “a ver a Cañete”, como si ella también tuviese una agenda electoral que cumplir y unos actos mínimos a los que asistir, ya fuese en cuerpo o en alma. No son los debates la alternativa efectiva a los mítines, que conste. Son una idea vieja y sobada que, en función de los candidatos, pueden tener mucho tirón de audiencia pero poco de voto. Se calcula que el de Nixon y Kennedy modificó el voto en un seis por ciento y entonces los debates sí eran novedad.

Como alternativa a este suplicio que son las campañas, para los que las ejercen y los que las sufrimos, propongo programas electorales que sean contratos en firme. Denme tal cosa y me hago un estudio más fino que si estuviese eligiendo hipoteca. Fomentaría el emprendimiento: multicomparadores de programas en internet, abogados expertos en encontrar las rendijas en la letra pequeña, las posibles salvedades a las que se agarrarían los gobernantes para justificar sus incumplimientos... Esta opción tiene sus ventajas: acaba con los mítines y crea puestos de trabajo. Solo le veo ventajas.

(Publicado en la edición impresa el 17 de mayo de 2014)

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