Solidaridad

EL OTRO DÍA escuche en un programa radiofónico una curiosa polémica acerca de la solidaridad. Algunos de los participantes apostaban por el sentimiento solidario, frente a otros que consideraban podían de algún modo humillar a los beneficiarios.

Es curioso que en los últimos tiempos, y no solo por la irrupción de las organizaciones no gubernamentales, más conocidas por su acrónimo ONGs, entre las que pueden identificarse muchas que lo son propiamente y bastantes que aunque se denominen tales, más bien no lo son, predomina, al hacer referencia a cualquier conducta desinteresada en favor de los demás, la utilización del término solidaridad. Y es que, como se afirmaba por algunos en el programa al que me refería al principio, son muchos los que creen que la auténtica generosidad hacia el prójimo es la solidaridad. Como si la virtud teologal de la caridad no fuera expresión de ello, o la beneficencia no fuera una virtud.

En un foro de internet encontré la respuesta y la explicación de las posiciones que mantenían, la mayoría por cierto, de los participantes en el debate al que he aludido. A la pregunta formulada en la red acerca de la diferencia entre solidaridad y caridad, que quien la planteaba decía saber que no eran lo mismo, contestaban otros en términos parejos. Uno de ellos decía: «La solidaridad nace del concepto de justicia y de igualdad entre las personas. La caridad surge de la lástima, de la compasión. Es un sentimiento más bien religioso».

Y ahí está la respuesta, sí. La respuesta a la primacía que parece ostentar la solidaridad entre los buenos sentimientos hacia el prójimo. Y es curioso que, si el impulso de la fraternidad o el amor al prójimo en definitiva es religioso, se haya impuesto la idea de que en tal caso tiene que ver con la compasión o la lástima. La caridad es una virtud que consiste en amar a Dios y al prójimo. Es difícil que una conducta que se expresa en amor pueda tener algo que ver con la lastima. Y la beneficencia es la virtud de hacer bien.

Lo que sucede es que a base de ahondar en la idea de los derechos, lo que ha sido ciertamente bueno, se ha configurado la idea de que se posee el derecho a la actitud caritativa de los demás. De modo que la solidaridad la ven muchos en el ámbito de los derechos y la caridad o la beneficencia en otro plano.

Es una confusión muy propia de este tiempo. Nadie hace nada para que se lo agradezcan, pero ni la solidaridad, ni la caridad, ni la beneficencia pueden inscribirse en el catálogo de los derechos. Son otra cosa. Y la solidaridad no está más cerca de ser un derecho que la caridad. Una y otra son actitudes humanas que se enmarcan en la consideración a los demás.

Todo está escrito. La máxima popular «si tienes mucho da mucho, si tienes poco da poco, pero da siempre», tiene su origen en la Biblia, en los consejos que Tobit da a su hijo Tobías: «Da limosna según tus posibilidades. Si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, no te dé miedo dar limosna de ese poco. Haciéndolo así, estarás ahorrando un tesoro precioso que te servirá cuando pases necesidad. Porque la limosna libra de la muerte e impide que el hombre caiga en las tinieblas. Dar limosna es hacer una ofrenda agradable al Altísimo».

Claro, el término limosna es también ‘ofensivo’. Pero, no lo duden, es un gesto solidario.

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