Educación: Ingeniero gracias a una academia

Solidaridad entre las familias de A Milagrosa

La mejor ayuda es muchas veces la más cercana ► Ese es el espíritu de un grupo de familias que ayudan a otras con necesidades económicas o educativas ► Se trata del programa de apadrinamiento creado en la parroquia
Olga Fernández, una de las voluntarias
photo_camera Olga Fernández, una de las voluntarias

NO LES GUSTA vender lo que hacen. Prefieren mantenerse al margen y seguir, día a día, con su ayuda constante a la familia que apadrinan. Algunos echan la vista atrás y contabilizan ya media docena de familias a las que le tendieron una mano en su momento, ofreciéndoles comida, ropa, dinero, apoyo educativo o, lo que aún es más importante, amistad.

Olga Fernández López es de las pocas participantes en este programa de apadrinamiento a familias –puesto en marcha por la parroquia de A Milagrosa hace unos años– que se presta a fotografías, aunque con cierta reserva ya que el protagonismo –insiste ella e insisten todos– lo tiene el propio programa en sí.

Esta maestra jubilada hace seis años que comenzó a participar en el programa. Acababa de retirarse y se puso a colaborar con la parroquia. Había una joven uruguaya con dos hijos que necesitaba apoyo educativo, especialmente en lectura y escritura. "Pedíronme axuda para que lle dese clases de Lingua Española e decidinme a dárllelas. Tamén necesitaba axuda económica. Ao final, fixen amizade con ela. Esta rapaza marchou para Uruguai e despois voltou a Barcelona, pero aínda agora seguimos mantendo a relación", comenta Olga.

Cuando esta chica se marchó de Lugo, Olga buscó a otra persona a la que echarle una mano en lo que ella pudiese. Esta vez fue un joven keniata.

"Necesitaba axuda para aprender español e tamén diñeiro. Dinlle clases e cando marchou faciliteille o billete para que collese o avión a Kenia. Non volvín velo pero unha vez que veu a Lugo, chamoume", indica Olga.

Este programa de apadrinamiento no solo reporta una gran satisfacción personal a la familia voluntaria por su implicación con los demás, sino que resulta positivo como herramienta de integración

El tercer caso en el que esta maestra puso su granito de arena es el de una familia rumana, de etnia gitana, con tres hijos. "Estoulles ensinando a ler e a escribir, xa que eran analfabetos incluso na súa lingua. Tamén lles dou aos rapaces chándales e zapatos. Diñeiro, en cambio, de forma directa, nunca lles dei. Cando dou diñeiro a alguén, adoito facelo a través de Cáritas parroquial", dice.

Olga consiguió que, tras año y medio de relación y después de tener dos clases a la semana, esta familia comenzase a leer y escribir. Y estos pequeños retos le ayudan a vivir con más satisfacción su tiempo de jubilación. "Isto é moi satisfactorio porque dedicas un pouco do teu tempo a axudar aos outros. É un traballo que fas con gusto porque estás con xente que ten moito interés en aprender", dice.

Este programa de apadrinamiento no solo reporta una gran satisfacción personal a la familia voluntaria por su implicación con los demás. También resulta positivo como herramienta de integración para quienes reciben las ayudas que, de esta forma, se sienten acogidas y valoradas por la comunidad que las rodea.

"Á parte de axudarlles a promocionarse, estás escoitando a esta xente, que che acaban contando os seus problemas. Moitas veces, dándolles o teu punto de vista, falos reflexionar e ven diferentes camiños de cara á solución do problema", afirma Olga.

CARAVANA. María Almoina Fernández es otra de las voluntarias del programa de apadrinamiento de familias. Lleva ya ocho años y, en este tiempo, echó una mano a tres familias que pasaban por situaciones diferentes.

Les brindan apoyo educativo y les facilitan ropa, alimentos y, en algunos casos, también dinero

La primera de ellas vivía en una caravana en O Carqueixo. Allí dentro compartían el día a día una abuela viuda con cuatro nietos y un hijo con un trastorno psiquiátrico. Necesitaban ayuda para pagar recibos, además de alimentos y ropa. "Entre dos o tres personas, cubrimos todas sus necesidades. Todos los sábados les entregábamos una bolsa con alimentos básicos como aceite, leche o carne. Nos suponía 20 euros a la semana, pero esta familia salía adelante", dice María.

El segundo caso en el que echó una mano esta lucense fue el de una familia con siete hijos. "Los niños no comían carne. Intentamos pagarles el comedor escolar pero costaba mucho así que decidimos que los lunes les daríamos una bolsa con carne y leche", explica esta voluntaria.

La tercera familia a la que ayudó María tiene cinco hijos, entre ellos dos bebés de 4 y 13 meses. "Tuvimos que comprarles leche de farmacia porque no tenían dinero para ello", afirma. María justifica esas ganas de ayudar a los demás que tiene en que es una persona creyente. "Creer en Dios te lleva a la caridad", argumenta.

Como en el resto de los casos, María acabó trabando amistad con las familias a las que ayuda, que suelen agradecer enormemente todo lo que otros hacen por ellos solo por voluntad de echarles una mano. "Con la viuda que tiene el hijo con problemas psiquiátricos ya tengo una relación de amistad. Cada vez que ingresan a su hijo, tras una recaída, quedamos y hablamos del tema", indica.

María siempre se decantó por proporcionar artículos de primera necesidad a las familias y no directamente dinero. "El dinero prefiero darlo yo a través de asociaciones porque pienso que, de esta forma, la ayuda está más controlada. Por eso, lo único que doy de primera mano es comida y ropa cuando veo que hay necesidad. Eso no me importa, pero el dinero prefiero que vaya a través de otros canales», dice.

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