Soledades en Centroamérica

Salarrue, el escritor más importante de El Salvador, en un relato en ‘Cuentos de barro’ habla de una locomotora que se sale de su camino y se mete entre la jungla y acaba olvidada y la rodean los monos jugando sobre ella

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EN ESTE TERRITORIO atormentado e inquietante, atravesado por los volcanes, los terremotos, las revoluciones, las guerras civiles, las dictaduras, las matanzas terribles, las guerras de bandas, las invasiones foráneas, lleno de bellezas increíbles, de calmas imposibles, de una agitación continua, de un vivir de milagro, muchos se han sentido a menudo al margen de todo, espantados por todo lo que sucede, sobrepasados por todo, intentando ser ellos mismos a cualquier precio, en una soledad absoluta, en un intento de vivir desolado.

En medio del caos y la agitación, hay personajes que encuentran la paz y la soledad

En El Salvador también, en Sonsonate, Antoine de Saint Exupéry estuvo en casa de su amada Consuelo Suncín y vio dos volcanes y una ceiba gigantesca, y los recreó en ‘El principito’, y la rosa distinta a todas las rosas era Consuelo, que escribió mucho más tarde ‘Memorias de una rosa’, después de aguantar los desprecios de toda la familia de Saint Exupery.

En Cuernavaca, México, el cónsul de ‘Bajo el volcán’ de Malcom Lowry, trata de vivir a tope la vitalidad mejicana que afecta a los vivos y a los muertos, a las personas y a las máscaras, de sentirla con todas las fuerzas sin límites antes de sucumbir trágicamente al destino y la muerte, como en ‘Revelación y caída’ de Georg Trakl.

El protagonista de ‘Nostromo’ de Joseph Conrad, en un indeterminado país centroamericano de geografía torturada y guerras civiles feroces, esconde un tesoro de los ricos frente a una isla, y contiene las furias de los trabajadores que lo admiran, pero al final, cuando ve que los ricos van a lo suyo y no aprecian su esfuerzo, decide decir que el tesoro se ha perdido, y disfrutarlo a escondidas él mismo, antes de caer muerto porque ama a la hermana equivocada, aquella que está destinada socialmente para otro. El hombre siempre ha estado solo, ha ayudado a todos y todos lo han olvidado, todos lo han admirado pero nadie le ha agradecido nada, y muere tan solo que ni siquiera saben que es él el que ha muerto. No hay mayor prefiguración de los héroes existencialistas, como también aparecen en otras novelas casi metafísicas de Conrad.

Junto al lago Chapala, en México, David Herbert Lawrence, en ‘La serpiente emplumada’, inventa una especie de culto a la vida volcánica, una hermandad de seres que quieren la energía y la fuerza alucinadas, una sociedad secreta de adoradores de la serpiente que en sus ranchos y sus fincas se harían con el poder en México mas allá de la política y de las concepciones sociales. Pero es solo una visión solitaria suya, un alucine obstinado, porque nadie en la realidad comparte ese sueño, que se aparta de tirios y troyanos, de los tradicionales y los modernos, de las izquierdas y las derechas.

Son personajes atípicos, extraños y que no encajan

Graham Greene en ‘El poder y la gloria’ habla de un cura solitario, al que persiguen los fanáticos revolucionarios que han prohibido el cristianismo y han condenado a muerte a todos los sacerdotes, pero también es un cura atípico, vicioso y cobarde en ocasiones, y representa una especie de gracia condenada, un misterio rechazado por los que han sentenciado todo misterio y solo quieren la naturaleza cuadriculada, no pertenece a los que le persiguen ni a la iglesia a la que representa ni siquiera a aquellos que creen en él o lo protegen.

Miguel Ángel Asturias en ‘El señor presidente’ habla de un sicario del dictador que persigue a opositores y tiene que vigilar a la hija angelical de un opositor al que detiene y fatalmente se enamora de ella y acaba siendo aplastado por la maquinaria a la que sirve y humillado de la manera más infernal, incluso al final cuando está solo en la cárcel torturado y agonizante el dictador hace que otro preso le diga que su amada lo ha traicionado con otro, entonces se desencadenan todas las furias de la soledad y del infierno.

En Honduras Francesca Randazzo escribe un ensayo que se titula ‘Honduras, patria de la espera’, habla de un país solitario que se espera a sí mismo. En Nicaragua, en León, vivió y murió Rubén Darío que un día dijo a Centroamérica "te ofrezco mi esfuerzo y mi nombre y mi sueño", y estuvo siempre solo, porque siempre insistió en su independencia, y en que cada uno siguiera su camino, y aunque se decía centroamericano y escribió reivindicativa la ‘Oda a Roosevelt’ también se sentía parisiense y griego y oriental y de lo inefable y de la saudade sin palabras y de lo que tiene nombre, y después de emborracharse de músicas, al final se sintió solo y desconcertado ante el otoño y la muerte. Y andaba muerto de hambre por las calles de Nueva York y se vendió a un dictador de Guatemala por un plato de lentejas y volvió glorioso y miserable a Nicaragua y familiares y amigos se pelearon por su cerebro metido en una caja.

Personajes que tienen una difícil relación con la sociedad y con el mundo

A José León Sánchez, de Costa Rica, le llamaron el Monstruo de la Basílica, lo acusaron de robar la Virgen nacional de Costa Rica, lo llevaron a una isla donde lo tuvieron incomunicado durante años y más tarde escribió la novela ‘La isla de los hombres solos’, con una poesía intensa, se parece a Dostoyevski porque en condiciones extremas muestra lo que vale cada detalle de la vida, lo podríamos comparar con Sábato y sus túneles o con Camus y la angustia del extranjero ante el mundo o con la fatalidad de Malcolm Lowry.

Jane Bowles sitúa ‘Dos damas muy serias’ en Colon, Panamá, una ciudad con casas de madera que tienen porches y balconadas y jaulas de pájaros y colchas de encaje, y allí la señora Copperfield deja al coñazo de su marido y se pone a vivir el desenfado, la excitación, el movimiento, la música, las fiestas, junto a la burguesa Cristina Goering que ha intentado siempre salvar su vida sumergiéndose en lo desconocido. Y en ‘El caballo de oro’ Juan David Morgan cuenta como se construye en el siglo XIX un tren enloquecido que conecta el Atlántico con el Pacífico y en torno a él se mueven una serie de solitarios: la joven Elizabeth de la que todos se enamoran, el escritor que descubrió a los mayas, el noruego que monta alojamientos donde sea, el capitán que guarda su amor en los barcos, el ingeniero que acaba en místico de la naturaleza.

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