Si se vuelve al sortilegio

YA A PRINCIPIOS del siglo pasado, Chesterton dijo: "Desde que los hombres no creen en Dios, no es que no crean en nada, es que creen en cualquier cosa"...

Acceda a todos os contidos da última edición do suplemento 'Táboa Redonda'

YA A PRINCIPIOS del siglo pasado, Chesterton dijo: «Desde que los hombres no creen en Dios, no es que no crean en nada, es que creen en cualquier cosa». Y la frase es tan buena que la verdad es que poco más hay que explicar, pero yo tengo una columna que rellenar.

Dado que la religión ha tenido siempre, a lo largo de la Historia, un papel central en nuestra cultura, sería absurdo pretender que la necesidad de creer en algo es hoy en día mayor que antes. Pero lo que muy probablemente sea cierto es que tampoco es menor: seguimos teniendo un vacío que llenar, un vértigo que contener, y buscamos seguridad donde podemos. Tal vez ni siquiera haya motivos para pensar que ahora el fenómeno se ha diversificado y los objetos de nuestras fes son más numerosos y variados; al fin y al cabo, la oferta de cultos en la antigüedad era pasmosa —lo compruebo estos días leyendo las ‘Memorias de Adriano’, viendo la profusión de ritos a los que asistía el emperador allá donde iba—. La diferencia, creo yo, radica en el paradójico contraste actual entre el cientifismo general de la época, el alejamiento mayoritario de la religión, por un lado, y, por otro, la facilidad para abrazar cualquier otra creencia, por esotérica que sea, con tal de que venga camuflada bajo una capa de seriedad.

Hace años, una amiga me dejó anonadado al decirme que a ella la religión le parecía un cuento para niños, pero que en la astrología sí creía. Y sin duda es un ejemplo muy significativo, pero no es frecuente que se llegue tan lejos. Lo habitual es defender con argumentos aparentemente científicos propuestas y opciones completamente acientíficas. Propuestas a las que se les da un baño de racionalidad, que se disfrazan con terminología y un cierto estilo, cuando en realidad entran de lleno en el terreno de la fe, la superstición o la simple superchería. Y es una pena.

No es que yo no acepte un planteamiento vital donde quepa lo irracional, ni mucho menos; lo que no soporto, lo que hace daño, es el gato por liebre. Si usted cree en los chakras, que el Gran Cañón lo hizo Dios con el dedo, en los beneficios de hablar con las plantas o en el poder sanador del rojo carmín, allá usted. Ojalá le funcione. Pero no me saque un libro de un tío que pasó de lobo de Wall Street a discípulo del Dalai Lama, y que tras dos meses de estudios muy serios en el sótano de su casa descubrió que solo debíamos comer alimentos que empiecen por hache, y nos lo demuestra científicamente. No, de científicamente, nada. Y no hemos llegado hasta aquí para esto.

Comentarios