Sentencias dopadas

Retrato de una sociedad desenfocada. J.C. HIDALGO
photo_camera Retrato de una sociedad desenfocada. J.C. HIDALGO

HABÍA EMPEZADO a escribir algo sobre lo de Garzón y su potencial metafórico, pero... para qué, si, bien pensado, vale lo mismo para un roto que para un descosido, porque las metáforas son como los cuentos, que cada uno se los tiene que aplicar a lo suyo. En Lugo, por quedarnos cerca, lo mismo hay quienes no se aguantan la indignación por la sentencia, que luteros dispuestos a clavarla completita en la puerta de los juzgados.

Lo que sí me llama la atención de todo esto es esa nueva postura dentro del kamasutra patrio que muchos han adoptado por un quítame allá estos fallos: la de vírgenes violadas -dicho sea con todas las disculpas precisas a la corrección política, lingüística, social o la que corresponda al caso-. Nuestra irritación ha llegado esta semana al nivel de emisión contaminante, pero no por la brutal reforma del mercado laboral o por las inoperantes políticas económicas, sino porque un juez que se creyó por encima de la ley y un ciclista que se creyó por encima de la fisiología se van a ir momentáneamente al paro. Como otros cinco millones largos de españoles, pero con mejor pronóstico.

La realidad es tozuda en su sencillez: el clembuterol, poco o mucho, no pinta nada en el organismo de un deportista profesional, y las escuchas injustificadas de las conversaciones entre abogados y clientes no pintan nada en un estado de Derecho. Pero ahora resulta que ambas premisas son molestas porque dañan la ‘marca España’, y la simple valoración de las mismas se percibe como un riesgo para la democracia o como motivo suficiente para invadir Francia como si fuera Perejil.

A mí sí me han hecho reír las coñas de Canal Plus Francia con los deportistas españoles y el dopaje. Pero aunque no fuera así, daría la mismo. El humor y la sátira son efectos secundarios saludables de la libertad de expresión, desde luego mucho más beneficiosos para el sistema que convertir en un problema de Estado las bromas de un programa de títeres. Es evidente que estamos ante un choque de complejos: el histórico de inferioridad española frente al vecino europeo y el no menos histórico de superioridad gala frente al vecino africano, y lo único que ha podido trastocar el balance en los últimos años en ese choque han sido los éxitos de nuestros deportistas y el fracaso de los suyos. Pero no se puede olvidar que la grandeza de un país, lo mismo que la de una persona, se mide también por la grandeza de los enemigos que elige: los franceses han escogido a un puñado de vedettes del espectáculo deportivo; los españoles, a los muñegotes de un programa de risas. Ambos nos hemos retratado.

Y no menos borroso aparece el retrato resultante de la polémica por la sentencia de Garzón. Sólo hay una cosa más incontrolable que la explosión por un choque de complejos: la producida por un choque de egos. Los prohombres del poder judicial español lavan sus trapos sucios en la casa de todos, degollándose con sentencias curvas como cuchillos de deshuesar, y aún tienen los santos dictámenes de echar en cara al resto que con nuestras críticas estamos cometiendo «un grave atentado contra el Estado de Derecho». Eso lo dijo, y se quedó tan ancho, el presidente del CGPJ, Carlos Dívar, justo en el mismo momento en que la portavoz de dicho órgano nos ilustraba a todos con la nueva doctrina emanada del alto tribunal: no se puede grabar la declaración de Urdangarín y hay que proteger más su imagen porque «todos los imputados no son iguales». Vale que ya lo intuíamos, pero encajado así, sin vaselina, resulta indecente.

Y en éstas andábamos cuando llegan los portavoces del Gobierno para poner un punto de cordura: las burlas francesas a nuestros deportistas y las patrias a nuestros jueces «ponen en peligro la marca España». Vamos, como para aplicarles de inmediato a ellos la nueva reforma laboral punto por punto.

Lo que perjudica la ‘marca España’ es contar con una política antidopaje extraordinariamente permisiva, con un sistema judicial que vulnera cada dos por tres el principio de seguridad jurídica con instructores por encima de ley y juzgadores por debajo de sus ideologías, y con un Gobierno que partiendo de la nada nos está llevando a las más altas cotas de la miseria. Yo empiezo a pensar que los muñegotes franceses tienen toda la razón y que la única manera de creer en este país es dopándose hasta la cejas.

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