Seguimos celebrándolo

Foto: JOSÉ Mª ÁLVEZ
photo_camera Foto: JOSÉ Mª ÁLVEZ

POR LO MENOS de momento ya pueden caer chuzos de punta, que el fin de año se sigue celebrando. Si superamos que Rafaella Carrá dejase de protagonizar las galas de la noche en la tele y sobrevivimos a su ausencia, nos sobrepondremos de igual modo a los tropiezos que la vida nos va colocando en el camino, que por cierto cada vez son más y más malintencionados.

Años ha, era una ‘boutade’ eso de ir a cenar a un sitio y quedarse allí toda la noche disfrutando del cotillón, los matasuegras y esos gorros puntiagudos de colores que se atan con una goma y que confieren tanta dignidad a quien los luce.

Los que somos de Ribadeo recelamos toda la vida de los que iban a pasar el fin de año en el Parador de Turismo. El Parador, desde que yo recuerdo, organiza una cena tal noche como la de mañana. Cuando éramos chavales y oíamos que los padres de alguien iban a esas cenas inmediatamente se le adjudicaban dos circunstancias dispares: estaban forrados y no sabían divertirse. En realidad, no sé si eso era así. Los platos tenían nombres larguísimos (cada vez más largos conforme fueron pasando los años) y se bebía Rioja y Albariño, que era lo más de lo más, y tal vez lo siga siendo. No lo sé.

Pero lo cierto es que a las 00.01 horas del 1 de enero del año que correspondiese, miles de personas tomaban las calles en un frenesí que solo admitía parangón con el 7 y el 8 de septiembre (la Patrona) y unos pocos pero inolvidables años, con el martes de Carnaval. La gente iba a los sitios a donde iba habitualmente haciendo alguna excepción porque en alguno no se podía entrar, y en los que se podía entrar había problemas para acercarse a la barra a pedir.

El siguiente movimiento, síntoma ya de la decadencia de mi generación, llegó cuando algunos locales comenzaron a hacer una especie de fiestas privadas. Pagabas un tanto y allí te ponías morado a copas y además podías entrar y salir si no tenías suficiente con las que te daban allí o bien te cansabas y te apetecía salir a dar una vuelta. Después de todo, ocho horas en el mismo local, por mucho que te guste, son más que suficientes. Esta variedad, importada de alguna parte, tuvo un éxito rotundo durante varios años.

De unos años a esta parte están ganando la partida los que te ofrecen la noche completa. Es decir, llegas a las nueve o nueve y media y ya no te hace falta salir hasta el día siguiente. Comes como un rajá, bebes como si fueras Homer Simpson y no falta nunca el chocolate, todo ello aderezado con aquel cotillón que 25 años atrás tanto nos llamaba la atención porque solo lo daban en el Parador de Turismo.

Hará un lustro mantuve una discusión (es un decir) con un amigo sobre el futuro de esta modalidad para pasar la noche de fin de año. Como suele pasar cuando discrepo de este amigo en concreto, salí perdiendo. Con esa ridícula certeza de saberlo todo que me caracteriza predije el apocalipsis de estas noches de desenfreno milimetrado por una cohorte de camareros complacientes. En mi opinión, esto que dimos en llamar crisis iba a rematar no las ganas de juerga del personal, sino el dinero para permitírselas. Y argumentaba que enseguida llegaría el momento en que las parejas pasarían mucho de apoquinar 200 euros por siete u ocho horas de esparcimiento que, por otro lado, puedes hacer de forma mucho más cómoda la semana siguiente y, sobre todo, por bastante menos de la mitad de precio.

Mi amigo esgrimía varios argumentos. El primero es elemental: es fin de año y a la gente le gusta salir en fin de año. El segundo, oportunista: mucha gente sale ese día y poco más, y para un día que sale, pasa de complicarse la vida. El tercero, sociológico: somos bastante estúpidos a la hora de afrontar cierto tipo de situaciones. Y el cuarto, demoledor: todavía no estamos con el agua al cuello. Y va a ser verdad que todavía no nos apretaron las clavijas lo suficiente.

Bien mirado, esto explicaría por qué todavía no hubo un estallido social. Si entre 2007 y el día de hoy no hubo una revolución, es que no la merecemos. Así que en lugar de plantearnos una economía de supervivencia al estilo de lo que hacían en Mad Max con la gasolina, seguimos jugando a la sociedad en expansión de mediados de los ochenta porque, hay que reconocerlo: fue bonito mientras duró. Seguramente no vuelva a haber ‘yuppies’ y hasta es probable que los hijos de los pobres, como me pasó a mí, las pasen canutas para pagarse una carrera universitaria. Pero mientras tanto, qué menos que echarse unas risas en fin de año fingiendo que estamos acostumbrados al champán y no a la sidra El Gaitero.

Sea como sea: feliz año a todos.

EL GUSTO ♦ Una obra que sí parece marchar tal y como debía

LA CONSTRUCCIÓN de la futura residencia de la tercera edad del municipio de Trabada parece ser una de las pocas obras que van como tendrían que ir. Tal vez acumule algún atraso o problemas que suelen darse en estos casos, pero eso es algo prácticamente endémico que no vamos a solucionar ahora porque España arrastra una larguísima tradición al respecto. Lo importante es que José Manuel Yanes Ginzo debe estar contento porque además en el caso concreto de su municipio es un servicio que le vendrá muy bien y que además servirá para generar unos cuantos empleos.

EL DISGUSTO ♦ El que juega con fuego se acaba quemando

TIENE RAZÓN para alarmarse el alcalde de Ribadeo, Fernando Suárez, ante la reiteración de incendios en una zona muy concreta del municipio, en el entorno de la parroquia de Ove. Todos los detectados en los últimos tiempos se concentran en puntos bastante concretos y, lo que es todavía peor: en circunstancias climatológicas delicadísimas: días con fuerte viento o de mucho calor, cuando no ambas cosas. Qué vamos a decir de las oleadas de incendios que sacuden Galicia y sus consecuencias. Ahora que cambió la ley, estaría bien que pillaran a algún desaprensivo y le enseñasen el texto nuevo.

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