Secretos y mentiras

Foto: JOSÉ Mª ÁLVEZ
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HAY ALGO que nos fascina en los grandes mentirosos. En todos. Los hay de todas las calañas y por eso nos repelen tipejos como José Bretón, capaz de mantener con cara de póker la farsa macabra de que no tocó a sus hijos. O algo mucho más cercano en el tiempo y la distancia para nosotros, como el padre de Asunta, ese señor con aspecto de intelectual aseado. Pero esos son casos extremos. Hay otros mentirosos que vemos con mucha más frecuencia en las televisiones y los periódicos, como sucede ahora con esos pájaros de las tarjetas de crédito de Bankia, que además quieren convencernos de que en realidad todo es culpa nuestra, y se les ve molestos lanzar miradas furtivas a la plebe que los corea en los paseíllos de entrada y salida de algún juzgado. Así podríamos seguir descendiendo peldaños hasta llegar a nuestras pequeñas mentiras domésticas. En ese descenso nos toparíamos con mentirosos legendarios que dieron lugar a historias realmente asombrosas.

En Viveiro trabajaron dos señores que funcionaron como médicos durante años sin levantar sospechas. De los dos, uno no se pillaba nunca las manos y a la menor complicación enviaba a sus pacientes al hospital. El otro parecía haber sido víctima de un sistema que le impidió entrar en la facultad de Medicina. A partir de ahí, como todo se aprende en esta vida con buena voluntad, se fue aplicando en sus estudios, pero fuera de las aulas, y hasta llegó a alcanzar cierta fama de buen profesional.

De este último tipo de mentirosos habría mucho que contar. Steven Spielberg lo hizo bastante bien en ‘Atrápame si puedes’. Si aún no la han visto, deberían hacerlo.

De vez en cuando los medios de comunicación les contamos historias parecidas. Una de ellas fue la de José Emilio Silvaje Aparisi, aquel cura acusado de haberse llevado objetos sacros de varias iglesias de Ribadeo y Trabada. Yo tuve ocasión de tratarle un poco. Es una persona amable, indiscutiblemente culto, bien dotado para la ironía, autocrítico, amante indisimulado y exagerado del bon vivant, aglutinador de gustos caros y con un sentido de lo que tiene que ser la Iglesia católica (cuando era sacerdote) que no distaba mucho de lo que piensa la mayoría. Al final todo se mezcla y ya no sabes qué pensar y qué era y qué no era cierto en lo que te decía. En su caso, como en el de tantos otros, pudo haber cruzado una línea roja, algo que ahora le toca decidir a un juez.

El pasado verano, mientras estaba de vacaciones, recibí varias llamadas consecutivas alertándome de la presencia de algún miembro de la Casa Real en Ribadeo. La bola de nieve situó en el Club Náutico local al mismísimo Juan Carlos I. Finalmente resultó ser un canijo con ínfulas de superestrella que se autosituaba en la órbita de los reyes. Cuatro coches y varios guardaespaldas a su servicio hacían innecesaria la petición de credenciales, algo que parece ser una constante en su vida.

En esta ocasión el chico se mostró poco exigente: una comida en un buen restaurante de Ribadeo con vistas a la ría y un pequeño regalo institucional que el propio alcalde le entregó. Afortunadamente, al menos Fernando Suárez no le dejó escapar sin deslizarle alguna de sus peticiones habituales, así que el chaval ahora sabe que tenemos un problema con la gestión de la playa de As Catedrais. Si acaba en la trena, cosa que dudo, podrá contarle a su compañero de celda la necesidad que tenemos de un plan de gestión para este entorno.

Cuando acabó conociéndose la historia del pipiolo este, resultó ser un buen elemento. Para empezar, era lo que llaman un niño pijo con todas las de la ley. Parece ser que como sucedía en el caso de Silvaje Aparisi, es persona de trato cercano y la amabilidad imprescindible para poder dársela con queso a quien se le ponga por delante.

Dicen que en Barreiros paró en un conocido bar y restaurante. Bajó del coche, desalojó del vaso dos gin tonics casi de penalti antes del mediodía y siguió su camino sin pestañear y desde luego sin pagar. Dos minutos después, uno de sus guardaespaldas, o lo que fuesen, zanjó las deudas para que el castillo de naipes no se viniese abajo por algo tan estúpido como un par de copas a deshora.

Como mal de muchos, consuelo de tontos, ahora podemos contentarnos al ver que de Aznar hacia abajo se la metió doblada a medio Partido Popular y, de paso, a cuantos se le cruzaron en el camino, siempre bajo el paraguas de Faes y la Casa Real. Desde luego, a esta familia no paran de pegársele mentecatos. En este caso podemos echarnos unas risas. Hagámoslo, porque rara vez estas cosas acaban de forma tan inocente.

EL GUSTO. Una petición que al final pudo llegar a buen puerto

EL ALCALDE de Foz, Javier Castiñeira, declinó presentar como un éxito personal la dotación presupuestaria del Ministerio de Fomento para reparar la carretera de la costa a su paso por el municipio. Lo cierto es que es un buen gesto porque se trata de una obra muy golosa que a todo el mundo le gusta vista la necesidad que hay de que se ejecuten unos trabajos que solucionen una situación que clama al cielo. Ahora falta que el presupuesto existente se ejecute, que no sería la primera vez que algo así se aprueba, todo muy bonito, pero al final no se hace nada.

EL DISGUSTO. La polémica ausencia de Gueimunde en un pleno en Viveiro

MARIÑA GUEIMUNDE decidió no acudir al último pleno de la corporación municipal de Viveiro. Nada de particular de no ser porque se trataba algo que le tocaba de cerca: el follón del IES Vilar Ponte. Este asunto está enconándose de tal forma que ya se está poniendo complicado hasta desenredarlo. Más le valdría al PP de Viveiro que se retirase esa denuncia contra dos madres, porque eso va a ser muy complicado de explicar. Eso desde un punto de vista pragmático. Desde otro ceñido al sentido común, lo cierto es que la cosa tampoco fue para tanto y las administraciones también deben tener mano izquierda.

(Publicado en la edición impresa el 20 de octubre de 2014)

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