Salud, dinero y amor

EL DESPERTADOR fue pensado como un instrumento de tortura. Es un aparato cabrón, concebido a mala idea. Sólo alguien perverso y retorcido puede haber inventado algo así. Cuando uno está preocupado por una cuestión cualquiera y no es capaz de pegar ojo, nunca acude en tu ayuda. Las noches se hacen largas, casi eternas. Nos pasamos horas y horas dando vueltas en la cama. Acomodamos una y otra vez la cabeza en la almohada. No encontramos la postura. El tiempo pasa muy despacio. Sobre la mesilla está la salvación a ese tormento silencioso, pero es entonces cuando tarda y tarda en sonar. No acaba de llegar el momento de echar el pie fuera del catre. Por más que miremos las agujas del reloj, el muy traidor no apura su ritmo. A veces da la sensación de que su movimiento incluso se ralentiza. Por fastidiar. En cambio, se comporta de forma bien diferente si podemos disfrutar de un sueño reparador. Cuando estamos agustito debajo de las mantas. Entonces, toca diana demasiado rápido. Desmesuradamente temprano. Por una cosa o por otra, siempre está dando por saco.

Para los que nos levantamos más o menos temprano, trasnochar entre semana para ver un partido de fútbol hasta el filo de la una de la madrugada significa acostarse tarde. Supone dormir cinco o seis horas como mucho. Menos todavía si tardamos en conciliar el sueño o si hay un bebé en casa con los biorritmos todavía desajustados. Por eso, el despertador sonó demasiado temprano ayer. Además, los aficionados del Lugo empezamos el día con un regusto agridulce. Para los balompédicos no es un sabor extraño. Se cata con cierta frecuencia. Es el aroma que deja la derrota. Un paladar especialmente amargo después de haber visto que los tuyos han hecho un trabajo más que decente sobre el terreno de juego y méritos suficientes para haber conseguido otro resultado. A orillas del Miño, unos cuantos nos hubiésemos ido a la cama bastante más contentos si los nuestros hubiesen pasado de ronda. Otro año será.

Ese tipo de cosas, que tu equipo gane o pierda, influye, más o menos en función de cada individuo, en la alegría con la que afrontamos el devenir diario. Seguramente, no son suficientes para hacernos felices, pero nos ayudan a estar más contentos si las cosas van bien. Puede parecer poco, pero en realidad no lo es. El concepto de la felicidad es algo subjetivo. Ya lo dice el refrán. No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Hay quién se conforma con tener un coche que lo transporte cómodamente de un lugar a otro. También encontraremos a personas que quieren un vehículo para viajar de forma confortable y, de paso, que impresione al vecino. No faltan tampoco los que desean eso mismo, un automóvil imponente, pero además con chófer. Basta con fijarse en el escándalo de las tarjetas de Caja Madrid. Señores sin problemas de pasta, con posición social y un nivel de vida macanudo descubrieron que se podía llevar una existencia incluso más placentera. Bastaba con pagarse los caprichos con el dinero de los demás. Disfrutar de buenos restaurantes, vestir bien, alojarse en los mejores hoteles o regalarse el paladar con vinos caros tiene que ser la repera. Ahora bien, gozar de todo eso sin tocar los ahorros propios ya se sale del tablero.

Todo esto viene a cuento también por el estudio que ha elaborado una multinacional en treinta y dos países para saber cómo son los niños de hoy. Un informe que revela que los pequeños españoles son los más felices, después de los mexicanos, los filipinos y los franceses. Entre otras cuestiones muy curiosas que aporta esa investigación, resulta sorprendente que la tercera preocupación para los menores entrevistados, benjamines de entre 9 y 14 años, sea perder su móvil. Cuando lleguen a adultos probablemente estarán más interesados en encontrarse bien, sentirse queridos y llegar a final de mes. Ya lo decía la canción. «Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. El que tenga estas tres cosas, que le dé gracias a Dios». Aunque extraviar el teléfono puede ser una tremenda putada.

Las cartas sobre la mesa

El secreto de sumario sobre las diligencias que afectan al alcalde de Lugo en la operación Pokemon tiene que quedar levantado en un plazo máximo de dos meses. Después de casi tres años de incertidumbre, Orozco podría conocer en diciembre todo lo que hay contra él en ese proceso. Habida cuenta de los sobresaltos que ha ido pasando con cada entrega, seguro que agradece que las cartas queden sobre la mesa. No hay que olvidar que en mayo hay elecciones. En esa tesitura, pensará, sorpresas las justas.

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